Las elecciones de 2025 en México abren un capítulo inédito: por primera vez, la ciudadanía podrá votar para elegir a quienes integren el Poder Judicial.
La narrativa dominante ha girado en torno a una sola pregunta: ¿afecta esta reforma la independencia judicial? Pero entre la niebla del debate constitucional, una pregunta igual de poderosa apenas comienza a asomarse: ¿cuántas de esas candidaturas serán para mujeres?
El principio de alternancia en razón de género no es una concesión progresista, es un piso mínimo de justicia. Gracias a este principio, los partidos están obligados a garantizar que hombres y mujeres accedan, en condiciones de equidad, a los espacios de decisión. No se trata de buena voluntad, sino de ley.
El problema es que, como casi siempre, lo legal no garantiza lo real.
Ya lo vimos en los partidos políticos: estructuras donde las dirigencias rotan entre hombres mientras las mujeres empujan desde abajo. Ya lo vimos en el Poder Legislativo, donde llegar a la paridad costó décadas de presión, litigios y reformas. Y ya lo vimos, por supuesto, en el propio Poder Judicial, donde los tribunales están llenos de mujeres trabajadoras… pero no de magistradas.
La elección judicial es la oportunidad perfecta para aplicar, ahora sí, el principio de alternancia. No como favor, no como símbolo, sino como mandato. Si se abrirán cientos de cargos judiciales, la mitad deben ser para mujeres. Y más aún: mujeres con trayectoria, con independencia, con criterio propio. No cuotas simbólicas ni adornos institucionales.
Porque, si no se exige desde ahora, lo que veremos será lo de siempre: listas dominadas por los de siempre. Y después vendrán las impugnaciones, los tribunales, las correcciones forzadas. Lo que tendría que ser una elección histórica terminará pareciendo más de lo mismo.
Lo sabemos de sobra: el poder no se cede, se disputa. Las mujeres lo hemos tenido que aprender. Pero si esta vez no se levanta la voz, si esta vez no se exige la paridad con fuerza, nos van a decir que “faltaban perfiles”, que “no era el momento”, que “ya les tocará después”.
Y no. Ya les tocaba desde antes.