El 30 de noviembre de 2020 falleció don Rafael Moreno Valle Sánchez.
Muchos tenemos recuerdos imborrables de él.
Éste es el mío.
Un día, la secretaria del contador me buscó en su nombre y me pidió una cita para tomarnos un café.
El lugar de reunión fue La Vaca Negra, en el Centro Histórico.
Cuando llegué, don Rafa estaba terminando de desayunar con varios hombres de su generación, sensiblemente modestos.
Me senté en otra mesa.
Me saludó de lejos y empezó a despedirse de sus compañeros de desayuno entre abrazos y ternezas.
Muy sonriente, se sentó conmigo.
—¿Quiénes son esas personas? —le pregunté intrigado.
—Son mis amigos de infancia y adolescencia. Amigos de toda la vida —respondió.
Y pasó a hablarme de cada uno de ellos.
Había un sastre, un joyero, un panadero, un sacristán.
Todos los oficios cabían en esa mesa, y en su charla.
Cerró el tema diciéndome que desayunaban una vez a la semana.
Quedé lo que se dice atónito.
Vi sus zapatos italianos, su impecable saco de tweed, su reloj que no sólo daba la hora, su camisa…
Vi la ropa de sus amigos: la modestia cruzada con una sencillez de barrio popular.
Pensé, mientras él hablaba, en su casa de La Vista Country Club, en sus autos, en sus camionetas, en esa dualidad que lo humanizaba francamente al extremo.
Le dije que no me imaginaba a los ricos de Puebla sentándose con sus amigos pobres de la infancia.
Me contestó que esos desayunos lo aterrizaban semana tras semana.
“A veces nos vamos a jugar billar”, me dijo sin intención de volverme a dejar atónito.
Pensé por un momento que buscaba impresionarme.
Está actuando, supuse.
El tiempo me mostraría que no.
Su sencillez era, quién lo dijera, profundamente auténtica.
Recuerdo nuestros dos últimos encuentros unos días antes de que diera positivo al examen de covid.
A Gerardo Tapia y a mí nos invitó a Acapulco entre risas y euforia.
“Nos vamos a divertir mucho”, aseguró.
“Tengo una lanchita que les va a gustar”, dijo muy serio.
—¿Y cabremos en su lanchita, don Rafa? —pregunté.
—¡Un poco apretados, pero sí cabremos! —celebró.
Todavía me habló por teléfono para invitarme a una cena en su casa.
Una cena con el embajador de Qatar.
Me comprometí a ir.
No llegué.
El destino, voluble como es, cambió mis planes.
Me disculpé temprano.
Siempre generoso, perdonó mi grosería.
Horas después supe que tenía covid.
Todos los días le pregunté a Gerardo Tapia por su estado de salud.
Él, buen amigo de sus amigos, me iba haciendo la crónica de su enfermedad.
Todos los días oraba a mi manera por él.
Mi primer pensamiento del día lo tenía como protagonista.
“Está luchando por vivir”, era el comentario sobre su estado de salud.
“Va a estar bien”, me decía.
El lunes 30 de noviembre de 2020 vino la noticia infausta.
“Se ha muerto como de rayo don Rafa Moreno Valle, a quien tanto quería”, me dije parafraseando al poeta Miguel Hernández.
Somos lo que lloramos.
Somos aquello que se nos muere.
Ese día a muchos se nos murió don Rafa.
Algo, además de él, se nos quebró por dentro.
Una Arquitecta. Hace aproximadamente 24 años, en esta columna, hablé del nacimiento de Victoria: Victoria Margarita Echeguren Rojas.
Mi querido Ernesto, su orgulloso padre, la recibió lleno de júbilo.
Hace unas horas celebró la graduación la arquitecta Victoria y me envió un video en el que ésta expone brillantemente su proyecto: Centro Integral para Acompañamiento para el Hospital para el Niño Poblano.
Felicidades al orgulloso padre.
Felicidades a la arquitecta egresada de la Universidad Iberoamericana.