Estábamos en la Hacienda Corralejo en Pénjamo, Guanajuato, con un hambre voraz, luego de haber conocido su fábrica de whisky, tequila, campos de agave, un pequeño establo y de varias pruebas de alcohol, fotografías, entrevistas, bloopers y una que otra anécdota, entonces, después de eso, ¿quién no querría sentarse a comer? Origen del mole
Mole, dijeron, es lo que van a comer, y yo, impaciente, me senté. Cuál fue mi sorpresa cuando el color de lo que ellos llamaban mole no coincidía con el que yo había estado comiendo más de tres décadas. Era color café claro, casi rojo, y, sorprendida y algo decepcionada, me serví.
La segunda desilusión fue al probarlo porque era salado, sin ese toque dulzón que se lo da el chocolate, y creo que tampoco llevaba ajonjolí —no me hagan mucho caso porque mi memoria, luego de tantos guiones y canciones en inglés aprendidas, me ha estado fallando—. Total que volteé a ver a mi compañero, quien tenía la misma expresión, pero él sí se animó a decir lo que yo pensaba “esto no es mole, esto es adobo”.
La reportera de en frente no lo tomó a bien y seguramente nos llamó pipopes en su mente, pues rápidamente se volteó a cuchichear con la persona de al lado. Me dio pena lo que dijo mi compañero, pero tenía razón. No era el molito que preparan en mi casa.
Nunca he sido tan fan del platillo, pero sé que es un estandarte de la gastronomía mexicana. Y hasta este momento pensaba que su origen era poblano y lo demás eran mama… rrachos, pero resulta y resalta, como casi siempre en esta vida, que no tenía razón. Viví engañada y no sé si tú, que me lees, también.
Obviamente todo se lo debo a la desinformación y a dedicar más horas al ocio en Netflix y otras plataformas de streaming que a los libros. O sea, mi hobbie máximo es leer, pero ya no lo hago tan frecuente porque mi cerebro siempre está cansado y le gusta consumir el entretenimiento basura que ofrece internet, sí, esa sede de muchísimas mentiras y desinformación como la historia de la monjita poblana iluminada por Diosito que creó el mole.
Origen del mole
Para empezar definamos primero mole, mole significa salsa o eso dice el lexicógrafo español fray Alonso de Molina en su libro Vocabulario en lengua castellana y mexicana y mexicana y castellana. Así que mole son todas las salsas o guisos de salsas, que llevan chiles en su receta y una elaboración algo compleja, o eso entendí.
En segundo lugar, esa versión de la monjita del Convento de Santa Rosa tiene algunas contradicciones como que se creó en 1685, cuando el Convento de Santa Rosa se fundó hasta 1688. Antes era un reclusorio para mujeres “pérdidas” —y no, no como Paola y Wendy—, según el Sol de Puebla. Esa fecha me hizo sospechar, pero el documento de Los Moles, aportaciones prehispánicas de la escritora Cristina Barros, me quitó la venda de los ojos.
Todo este tiempo había tomado al mole poblano como la referencia del mole, como el original, el mero mero, el más mejor. Muy pipope mi perspectiva, pero se vale rectificar. Creía, ilusamente y egocéntricamente quizá, que primero existió el mole poblano y luego se creó el mundo. No cierto, pero sí creía que había sido la pauta, por eso mi cara de fuchi cuando vi una variedad. Ahora me averguenzo de mi falta de cultura y sentido común porque cómo va a ser? El chile ha existido desde tiempos inmemoriales, sin albur, ¿acaso creía que mis antepasados siempre comían mazorcas de maíz o plantitas crudas? Nombre, mi nula percepción de la cronología de la historia me asombró, porque habiendo fuego e ingredientes de origen vegetal y animal, ¿cómo es posible que no mezclaran el chile con otros ingredientes?
Ammm yes, no hay pruebas sobre el mole antes de la llegada de los españoles, solo durante la colonización, pero en el libro Historia general de las cosas de la Nueva España de fray Bernardino de Sahagún, escrito entre 1540 y 1585, se menciona que nuestros antepasados prehispánicos preparaban guisos en agradecimiento a los dioses, cuando lograban realizar buenas transacciones. Mezclaban chiles con ingredientes como pepitas, tomates, gusanos de maguey, ciruelas, amaranto, etc.
Existía ya el mole amarillo, el mole verde, el mole rojo y demás variedades, y uno acá viendo con malos ojos el molito de Guanajuato.
El origen del mole es prehispánico
De la introducción del chocolate al mole no hay tampoco información, sino hasta 1872, en el recetario Novisimo arte de cocina (1872), donde se menciona por primera vez el cacao como ingrediente del mole en el “clemole de palacio”.
Aunque siendo el chile y el cacao, ingredientes endémicos de México, me cuesta creer ahora que a nuestros antepasados no se les haya ocurrido mezclar ambos alimentos, digo, si en la actualidad mezclamos el chamoy con la cerveza en las famosísimas micheladas.
De acuerdo con el portal de Gobierno, en México existen 50 tipos de mole, desde negro, blanco, verde y amarillo hasta el famosísimo manchamanteles. Dulces, salados, picosos y ácidos, todos los moles de México son moles y cada región alberga tesoros gastronómicos únicos, ninguno es mejor que el otro, solo es la memoria palatal que nos acostumbra a un sabor.
Aún así, el mole poblano es el de mayor reconocimiento en el país, por la cantidad de ingredientes que lleva y la explosión de sabores que provoca, y soporten. Se considera platillo nacional y hasta tiene su día, nombrado así por el Ayuntamiento de Puebla: el 7 de octubre.
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Pero bueno, de dónde salió la chingada leyenda de que la monjita Sor Andrea de no sé donde creó el mole poblano, pues de nada más y nada menos que un artículo de Excélsior titulado “Santa Rosa de Lima y el mole de guajolote” a cargo de Carlos de Gante, texto que después fue adaptado por Artemio de Valle Arizpe en El Universal. Baia baia, dos grandes periódicos, de las más importantes referencias nacionales, en fin no sé por qué ya nada me sorprende, pero esto no solo me sacó de onda a mí, sino que hizo enojar al escritor hondureño Rafael Heliodoro Valle, quien de plano sí les dedicó un ensayo a este par y a nosotros por creernos esa historia llamado Anales del mole de guajolote, ensayo que presentó en 1939 en el Congreso Internacional de Americanistas, donde también le mentó la madre al América para no perder la costumbre, veda? (no cierto, iluvAmérica, América y ya).
Y bueno, la historia de la monjita fue reposteada y sigue vigente en portales de instituciones gubernamentales, ya para qué sigo, el chiste se cuenta solo y, o sea, nos vieron la cara de estúpidas vilmente, porque es fácil vernosla porque hemos perdido la capacidad de reflexión y cuestionamiento.
A resumidas cuentas…
Actualmente, con tantas aplicaciones y herramientas de “investigación” a nuestro alcance, tenemos a solo un clic miles de respuestas a nuestras preguntas, pero ¿son correctas?
Yo digo que seamos más inteligentes que el sistema, ya lo dijo Pink Floyd en Another Brick In The Wall: “We don’t need no thought control”, y esta frase adaptada a nuestra época, vendría siendo para mí algo como: No porque Tiktok lo diga, es real, mejor vete a leer un libro, mi chavo —y no un recetario antiguo como a los que hago referencia en esta columna porque resulta y resalta que que hay unos que cuestan hasta 9 mil varitos jaja not funny, pero hay libros buenos y baratos, aunque no te vayan a chamaquear y vayas a comprar uno a los vendedores de la calle, por buena ondita, para ayudar a la economía local, y te den uno pidata, como lo que me pasó a mí, pero esa, esa es otra historia.
Nos vemos luego o no o nada.
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