Estamos a tres meses de acudir a las urnas para contratar a políticos que desempeñarán puestos de elección en todo el país y, por ello, es inevitable preguntarnos: ¿cuántos de ellas y ellos están en condiciones físicas y mentales óptimas o al menos aceptables para encabezar decisiones que afectarán a millones de ciudadanos? ¿Deben hacer pública, por obligación, esta información para postularse? El debate es indispensable, aunque de forma inexplicable ha sido postergado. ¡¿En manos de quiénes estamos?!
Mucho se ha discutido sobre la salud del presidente de la República, de quien sabemos que ha sufrido al menos un infarto.
Sus detractores aseguran cada vez que pueden, y pueden mucho, que su salud es frágil.
Pero él, pese a los malos augurios, siempre da la impresión de que está fuerte.
Las jornadas de trabajo de Andrés Manuel López Obrador son extenuantes.
Requieren de una condición y salud de hierro.
Por ello es cíclica la discusión acerca de sus condiciones físicas y también las mentales.
En Puebla, el exgobernador Miguel Barbosa tuvo padecimientos que poco se pudieron ocultar públicamente.
Su fallecimiento fue a causa de ellos, indirectamente.
Desde las dos campañas que hizo, en 2018 y 2019, Barbosa delató deficiencias de salud y él mismo hablaba de la agresiva diabetes que padeció.
¿Cuánto le afectó en el desempeño de la gubernatura y cuánto pesó ello en la toma de decisiones?
Hoy puede resultar ociosa esa discusión específica.
Pero en realidad no lo es.
Ha causado no pocas crisis, especialmente en Puebla.
Y es que el poder desgasta.
Se vive, pero también se sufre.
Y tiene impacto en la salud tanto física como mental de quien está al mando de la nave, un trabajo de tiempo completo, cargado de estrés y presiones.
Al respecto, un artículo publicado en el diario español La Vanguardia arroja muchas luces.
A pesar de que fue publicado hace muchos años, en 2013, es muy vigente y puntilloso, respecto del poder y la salud mental y física de los poderosos.
Las referencias históricas son demoledoras y muy ilustrativas.
El autor del magnífico texto, Piergiorgio M. Sandri, va sin dubitaciones a las entrañas del debate, aporta datos muy serios y consulta especialistas de primer nivel, protagonistas, además, de sus narrativas.
“En uno de sus célebres aforismos, Giulio Andreotti, siete veces primer ministro italiano, dijo que ‘el poder desgasta… a quien no lo tiene’. Pero quien lo ejerce, tampoco rebosa de salud. Es más: la historia demuestra que el oficio de gobernar suele pasar factura, a veces de forma grave, y que la enfermedad condiciona el ejercicio del mismo”, arranca su artículo.
Luego, el autor va a la referencia de David Owen, quien fue médico en los años 1970 del ministro de Exteriores del Reino Unido, quien publicó un libro sobre las enfermedades de los principales jefes de Estado y de Gobierno en los últimos cien años (En el poder y en la enfermedad, Siruela).
“En un artículo publicado en el 2009 en la revista Brain, junto a Jonathan Davidson, profesor del departamento de Psiquiatría y de las Ciencias del Comportamiento en la Duke University, en Dirham (EE.UU.), Owen llegó a la conclusión de que la mitad de los presidentes estadounidenses entre 1776 y 1974 ha padecido trastornos psiquiátricos”, sigue el artículo de Piergiorgio M. Sandri.
Luego, por correo electrónico, logró tener una conversación con Jonathan Davidson, quien le dijo que “en algunos casos había tendencias previas de algún síntoma antes de que los líderes asumieran el cargo y no hay duda de que al ejercer el poder, el problema se acentúa. No obstante, se han dado casos en los que la enfermedad apareció por primera vez en la presidencia (de Estados Unidos)”.
M. Sandri hace varias referencias, algunas casi desconocidas, sobre presidentes de varios países, en distintos momentos históricos.
Se refiere al alcoholismo de Nixon o de Winston Churchill, también al trastorno bipolar de Theodore Roosevelt.
A los varios padecimientos de J. F. Kennedy, entre ellas una insuficiencia de las glándulas suprarrenales, que fue tratada con testosterona y esteroides, “lo que le disparó el apetito sexual”.
“El 29 de abril 1961, Kennedy ordenó acciones en Vietnam, cuando el día anterior había mantenido relaciones con la querida de un mafioso en Chicago. Una investigación periodística confirmó además que Kennedy consumió cocaína durante una visita a Las Vegas en 1960 y experimentó con marihuana y LSD”, escribe el autor.
Hoy, el caso del presidente estadounidense Joe Biden hace dudar si está en óptimas condiciones.
El tema, en los casos mexicano y poblano, y a propósito de las elecciones de este año, nos lleva a cuestionar si se debe legislar para que los candidatos a cargos de elección popular, en especial presidente y gobernador, deberían hacer público su estado de salud física y mental, para demostrar que son aptos para el ejercicio de gobernar.
También para los demás cargos.
La salud de una persona con poder es –debe ser– un tema público, abierto y transparente, sin duda.
Porque es cosa seria.
Ahí está, para el debate.
Y para el trabajo legislativo.
¿Quién le pone el cascabel a ese gato?