Siempre he creído que los políticos no tienen vida privada.
¿La razón?
Que todas sus acciones están bañadas de dinero público.
Moraleja:
Las alcobas forman parte de la vida pública.
O los moteles.
O cualquier otra forma de relación carnal.
El escándalo surgido en el Palacio de la Zarzuela, en Madrid, refleja puntualmente este criterio.
Le doy contexto al hipócrita lector:
La reina Letizia ha sido víctima de las confesiones de un personaje que proviene de su pasado sentimental y sexual: Jaime del Burgo, excuñado y examante suyo.
Las revelaciones que este miserable personaje ha venido haciendo a través de un libro, primero, y en su cuenta de Twitter, después, desvelan una relación con la esposa del rey Felipe VI en distintos momentos: antes de la boda real, a la mitad del matrimonio y posteriormente.
Cosa curiosa: la divulgación de este affaire aparece justo ahora que Letizia había triunfado de manera abrumadora sobre los familiares más cercanos de la Corona española:
El rey emérito Juan Carlos I –exiliado en Abu Dabi, capital de los Emiratos Árabes Unidos–, doña Sofía –sin lugar en la Zarzuela ni en cosa que se le parezca–, las infantas Cristina y Elena –expulsadas de los primeros círculos–, los concuños –Iñaki Urdangarin (perdido como un topo después de una estancia en prisión) y Jaime de Marichalar –y los amigos más cercanos al rey, quienes llaman “La jolines” a Letizia.
Es decir: cuando había logrado la hazaña mayor –convertirse en el personaje más influyente de la realeza española–, un ser venido del pasado acaba de destrozarla ante los ojos del humillado rey y la opinión pública.
Qué tragedia.
Lo que viene es previsible:
La separación formal, el exilio y la defenestración pública.
Y algo peor: la separación de lo que más ama: Leonora y Sofía, sus hijas.
Los políticos mexicanos no harían mal en mirarse en el espejo español.
Cualquier desliz puede ser terrible.
Cualquier pieza mal ubicada atraerá trastornos.
(Sobre todo en esta temporada electoral).
Cualquier improbable escándalo terminará siendo una probable pesadilla.
Las alcobas saben mucho, demasiado, sobre todo con miserables como Jaime del Burgo que ha empezado a hacer la crónica pública de sus encuentros sexuales con la reina.
Es claro, clarísimo, que los políticos no tienen vida privada.
Siempre hay una alcoba delatora.
Faltaba más.