¿Tiene sentido repensar el territorio poblano cada seis años para identificar qué ofrece su potencial de desarrollo? ¿Dónde están sus fortalezas y oportunidades, dónde sus debilidades y amenazas?
Es un ritual sexenal hacerlo. Dicha tradición se remonta desde que José López Portillo hacía campaña presidencial recorriendo los estados del territorio nacional, consciente de que en el panorama político no tenía competidor. Don Pepe la tuvo fácil. El sistema político estaba hecho para un ungido de mediano mérito. Empero, el régimen sabía que, sin oponentes reales, no leales, la legitimidad derivada de la ideología de la revolución entraba en crisis, de manera que había que reinventarse, esto es, legitimar el poder político con claridad desde los procedimientos administrativos y acaso en su curso impulsar una reforma política de gran inclusión, lo cual ocurrió en 1977.
Así las cosas, podemos acumular información, memorias, recuentos de discursos políticos vacuos que nos hablaron de un prominente desarrollo por venir, basados en la apertura del mercado petrolero monopolizado por el estado, bajo el principio de que el petróleo fuese patrimonio de la humanidad. ¡Qué bonito! En verdad, resultaba prepararnos para la riqueza y contribuir a aumentar nuestro patrimonio natural de avances universales. Sobre esta narrativa se ha hablado demasiado, pues terminó como empezara: mal. De ello, hoy sólo vemos estériles discursos de auto legitimación de un poder omnímodo, ya en desuso con la transición democrática. (Aunque ahora, quién sabe qué revuelo alcance una onda retro que viene para quedarse, si la realidad no los alcanza).
El caso es que repensar el territorio está bien, siempre y cuando sea una rutina cotidiana, al menos, en las organizaciones e instituciones especializadas que viven de ello o para ello. Así, las universidades, centros de investigación académicos y centros estratégicos del sector privado.
Hay que recordar, que cuando Bartlett venía como candidato estrella del PRI para gobernar Puebla, ante la falta de estudios del territorio y de proyectos regionales y urbanos promisorios, volteó los ojos hacia Austin, Texas, para que, desde ahí, a su manera, le viniera la luz. Y la luz se le hizo con dos grandes megaproyectos: el Centro Histórico de Puebla (proyecto del río de San Francisco) y el Programa Regional de Desarrollo Angelópolis, aunque a las claras era un proyecto metropolitano, no quisieron o no pudieron nombrarlo como tal, por ese entonces sólo la Ciudad de México y el DF se atrevían a tanto. A resultas de ello, formaron en 1994 la Comisión Metropolitana.
Las prisas son malas consejeras. El megaproyecto del río San Francisco, de 40 manzanas se redujo a 4 (destruyó el corazón del Barrio de La Luz). Mejor éxito tuvo el proyecto Angelópolis, no sin dejar secuelas de dolor y resentimiento social entre algunos de los pueblos originarios de San Andrés Cholula.
Tlaxcalancingo aún vive el agravio de haber sido lastimado, la tierra perdida era su raíz y cultura, por eso todo lo que suena a modernidad les resuena sospechoso. Cabe decir, en honor a la verdad, que estos mismos pobladores son a la vez tan modernos como cualquier ciudadano de la gran metrópoli de Puebla. Son maestros del sincretismo barroco.
Repensar el territorio poblano nos lleva a mostrar un ejemplo de pasividad en planeación urbanística: la implantación de Audi, en territorios de San José Chiapa, sin la menor oportunidad de contar con factores de localización industrial. Por eso ahí, ni los más picudos académicos, ni los de consultoría aprobaban la elección de semejante lugar, parecía un capricho, una locura alemana, contradecía todo principio de localización industrial, (que según la teoría de Alfred Weber se asienta en un triángulo: mano de obra aglomerada con capacidad laboral, infraestructura e instituciones. En el triángulo gana quien conjunta más factores positivos de localización). Ahora bien, o esta teoría del alemán Weber era obsoleta o los mismos alemanes de Audi no la habían entendido. Pero considerando el éxito de Audi, aunque el fracaso de Ciudad Modelo, estábamos mal, nosotros que no tuvimos la franqueza de reconocer que, en materia de localización industrial, de industrias globales estábamos muy a la saga. De nueva cuenta, despotricar contra la globalización, nos impedía entender su evolución, justo para resaltar sus contradicciones, que son las rendijas para colar las demandas de una clase obrera organizada.
Esos ejemplos bastan para señalar que debemos estar atentos a las lecturas frecuentes que nos exige el territorio poblano. Hoy, la coyuntura global y nacional abren un camino promisorio. Pero… ¿dónde, cómo y cuándo? He ahí el dilema, hay que descifrar o situar los sitios de máximo potencial para implementar proyectos exitosos de desarrollo.
Nos dicen, primero hay que consensuar objetivos del desarrollo. Está bien, de acuerdo. Siempre y cuando observemos lo que está pasando en nuestro entorno, al sureste de aquí. Las vecindades más próximas del estado de Puebla, sur de Veracruz y Oaxaca.
Observemos, por ejemplo, el megaproyecto del corredor interoceánico y los polos de desarrollo para el bienestar que se proponen (según léxico del megaproyecto del transístmico), y relacionemos en todo tiempo y lugar con las vocaciones productivas y aptitud territorial que ofrecen las regiones de Puebla.
Pues bien, el gran potencial, a la espera de ser puesto en valor, estriba en que ante su impacto, el total de las ventajas comparativas de localización poblanas se están volviendo ventajas competitivas (véase la reconversión de la industria automotriz en electro movilidad), eso aparte de la manía alemana a adelantarse a los hechos metropolitanos del estado de Puebla (su enclave industrial histórico), es acelerador de inversiones del agregado de proveedores desparramados, hoy con poco orden y concierto por Huejotzingo, Huamantla y el Bajío.
Pero, hay una condición necesaria y suficiente que dota de total sentido este argumento, pues desborda el potencial. A saber, el potente impacto diferido del tren interoceánico, al ser, por cierto, el único proyecto de éxito en este sexenio (tiene estudios de factibilidad técnica, económica y financiera y de impacto ambiental, elaborados desde el sexenio anterior), razón por la cual será prioritario en el nuevo gobierno federal.
Fijando la mira en los diez megaproyectos del Istmo: 4 en Veracruz (en marcha), 6 en Oaxaca, más la conexión a Palenque (Tren Maya), a Guatemala por Ciudad Hidalgo. Se requiere tener, no sólo proveedores con calidad y experiencia, sino algo que nadie ve: una plataforma logística multimodal de respaldo. Que le asegure sustentabilidad técnica para su despegue (take off) y en su mantenimiento. Y en eso, el territorio centro del altiplano poblano (entre los valles de Puebla y Libres-Oriental) llevaría mano en el suministro de insumos e incluso para proveer de capital humano exportable, siempre y cuando Puebla construya clústeres tecnológicos de alto nivel y experiencia, contenidos dentro de una plataforma logística que provea -justo a tiempo- las necesidades técnicas de construcción y resiliencia tecnológica para hacer viables los mega polos del “desarrollo con bienestar” que promete el corredor interoceánico. De sí, un potente mercado de resonancias globales, trasatlánticas.
Sí. Repensar el territorio poblano, pero… ¿Dónde, cómo y cuándo?