Lo peor que puede ocurrir a la humanidad es normalizar la muerte en tiempos de pandemia. Que la gente muera y el humano no sienta ni consternación ni dolor. Que el muerto sea solo una cifra, una gráfica de tendencias indiferentes.
Eso ocurre a un año de distancia de la invasión del Covid. Nos brotan cadáveres por todos los rincones con normalidad inusitada. Nuestros líderes hablan de ellos sin remordimiento ni pesar. Se acostumbraron ya a las cajas y mortajas.
Si nos remontamos a marzo de 2020 esta pesadilla tuvo varios inicios. La broma a un virus letal que arrasaría con vidas, economías y estatus sociales. La intransigencia de entender el tamaño del enemigo al que se enfrentarían los pueblos del mundo.
La incomprensión para asumir políticas públicas salvadoras de seres humanos cuyos corazones palpitantes dejaron de palpitar por falta de oxígeno y que en cifras reales son tres veces más de lo que nos dicen.
Y en eso coinciden The New York Times, Arturo Erderly matemático de la UNAM y Laurianne Despeguel de la Secretaría de Salud. Si quisiéramos acercarnos a la verdad tendríamos que multiplicar los muertos por 2.47 para mostrar el tamaño aproximado de la desgracia.
En ese entendido México se acercaría al medio millón de víctimas de Covid al día de hoy y Puebla rondaría las 25 mil defunciones.
La ineptitud de quienes nos guiaron en esta emergencia sanitaria no debe ocultarse, se incurriría en complicidad. La historia se encargará a su debido tiempo de situarlos en su justa dimensión de estupidez, necedad y arrogancia.
Someter la viruela significó a la humanidad casi 500 años, la gripe española mató 100 millones de personas entre 1914 y 1918, la peste negra dio cuenta de más de la mitad de la población europea, el sida ha cobrado 30 millones de vidas desde su aparición en 1980.
Cuando la OMS declaró pandemia al Covid en marzo de 2020, los líderes del mundo debieron dar la seriedad debida a este enemigo invisible y prepararse para el sufrimiento que se aproximaba.
No hay que ser un genio para entender que los presupuestos federales, estatales y programas prioritarios tendrían que reorientarse a la infraestructura de salud, medicamentos, tratamientos, rehabilitación y vacunación.
Proyecciones de expertos en inoculación consideran que al ritmo de vacunas que avanza México, el 70 por ciento de los mexicanos estará vacunado allá por 2024. Año que coincide con lo anunciado por Bill Gates para controlar la pandemia y regresar a la nueva normalidad.
La narrativa de los gobiernos locales tendría que centrarse en temas de salud y combate a este maldito virus que permanecerá con nosotros por muchísimos años. Pero en vez de eso, la prioridad de nuestros líderes y gobiernos tiende a polarizar, controlar, increpar, echar pleitos y robar.
En los clóset de muchos gobernantes del mundo hay miles de cadáveres escondidos. De México se cree que por no aplicar pruebas masivas de Covid los muertos reales de la pandemia han sido repartidos entre diversas enfermedades.
Que el saldo auténtico de esta desgracia se diluya entre la suposición y el desconocimiento es una ineptitud que bien vale la pena esconder en el guardarropa o dónde convenga a nuestras autoridades.