Entre copitas de vino tinto y blanco en los muchos viajes de enoturismo que he realizado con México Ruta Mágica (que los viñedos de Querétaro, que el Festival del Vino en Huatulco, que las vinícolas de Ensenada…), me resulta interesante el crecimiento de la cultura del vino en nuestro país y hoy les voy a compartir cómo la he vivido y me ha sorprendido gratamente.
A ver, México no es Francia, pero ya no está tan lejos del brindis. Hace apenas una década, el consumo de vino en el país era de unos 250 mililitros por persona al año (sí, eso no alcanza ni para una fondue decente). Hoy, según cifras recientes, ya nos bebemos 1.2 litros anuales por cabeza, lo que equivale –hagamos cuentas– a casi dos botellas. No parece mucho, pero es un salto cuántico para un país históricamente más entregado al tequila y a la cheve.
Lo interesante es que la vitivinicultura mexicana está creciendo más rápido que un chisme en WhatsApp familiar. Según datos de Vinetur y otras fuentes, el consumo de vino en México aumentó un 500% en dos décadas. ¿Y qué significa eso? Que ya no hay pretexto para decir “yo no sé de vinos”, cuando lo más seguro es que ya probaste uno con etiqueta de Valle de Guadalupe o de Querétaro en alguna boda hipster.
El vino sí tiene patria… y se llama Baja
Si hablamos de producción, el 90% del vino mexicano se elabora en Baja California, específicamente en el Valle de Guadalupe. ¿La Toscana mexicana? Podría ser: tiene viñedos con vista al mar, catas boutique, food trucks gourmet y conciertos de jazz entre las vides. Y para muestra, el Ensenada Beer Fest (que también tiene vino, no se me sulfuren los puristas), donde puedes empujar una copa de nebbiolo con un taco de marlin al pastor sin miedo a ser juzgado. Solo en Baja, amigos.
Querétaro: vino, pizza y selfies
Ahora, hablemos de Querétaro. ¿Quién diría que la tierra de las gorditas de migaja estaría codeándose con la viticultura? Pues sí. La Ruta del Queso y Vino se ha vuelto el nuevo plan de fin de semana para el godín ilustrado. Hay viñedos pet friendly (porque sí, tu pug también merece una experiencia sensorial), catas, pizzas artesanales y espumosos que hacen competencia decente al prosecco. ¿Turismo enológico? Claro. ¿Excusa para beber antes del mediodía? También. Yo visité Viñedos Freixenet y Viñedos San Juanito, pero hay 30 viñedos en Querétaro para vivir una aventura enológica con sombrerito de gamuza, vestido veraniego y botitas vaqueras.
Descubre esta aventura ysuscríbete a nuestro canal de YouTube:
Huatulco: sol, chicatanas y merlot
Y si creías que la costa solo era para una piña colada o un ojo rojo, ¡sorpresa!, en Huatulco también se bebe vino. Y se bebe bien. En el Wine Festival La Cava Secreta, que se celebra en el hotel Secrets Huatulco, tuve la dicha de maridar una terrina de cerdo bañada en mole de chicatana con un merlot mexicano que me hizo cuestionarme por qué no bebo vino todos los días. Bajo estrellas, con violines y la brisa del Pacífico. Sí, ya sé, suena cursi. Pero créeme: ese vino sabía a gloria oaxaqueña con notas de “por favor, no me regreses a la oficina”.
El festival no es cualquier cosa: nació para activar el turismo en temporada baja y terminó consolidándose como una joya del enoturismo en el sur. Aquí, el vino no es solo bebida, es excusa para mirar al mar, conectar con la cocina local y enterarte de que en Oaxaca también saben de uvas.
¿Entonces?
México aún no tiene una cultura vinícola masiva, cierto. Pero vamos en camino. Tenemos terroirs diversos, vinícolas con diseño millennial, chefs maridando mole con uvas syrah y turistas con ganas de más que sol y shots. El vino mexicano ya no es una rareza. Es un gusto en crecimiento. Y si seguimos así, en unos años no solo diremos “salud”… diremos “otro, por favor”.