Varias son las similitudes que existen entre quien fuera el candidato de la coalición PAN-Partido Verde en el 2000, Vicente Fox Quesada y quien se perfila para abanderar el Frente Amplio, la senadora Xóchitl Gálvez.
Ambos enfrentaron en situación de desventaja al oficialismo, representado en el 2000 por el viejo PRI y ahora por el nuevo PRI encarnado en Morena.
En el 2000, Fox tuvo que hacer frente al aparato del “partidazo”, el cual tenía en su poder en ese entonces 25 gubernaturas, incluido el estado de Puebla, en manos de Melquiades Morales Flores, quien en 1998 había ganado la primera consulta interna para gobernador por parte del PRI derrotando al favorito del entonces gobernador, Manuel Bartlett Díaz, su ex secretario de Finanzas, José Luis Flores Hernández.
En ese 2000, el PRI tenía la presidencia de la República y la estructura de sus gobernadores. Ernesto Zedillo, llegaba al último año de su administración, con una aprobación del 65 por ciento, luego de que había sido elegido presidente de la República con la votación que ha registrado el mayor porcentaje de participación, el 80 por ciento.
Todo parecía estar en contra de Fox, un personaje de la sociedad civil, que había sido gerente de la Coca Cola y que no comulgaba con el panismo tradicional, no estaba ligado al Yunque y pertenecía más bien al ala empresarial dentro del albiazul, que lo impulsó para que en 1997 se convirtiera en gobernador de Guanajuato.
Fox derrotó a la nomenclatura panistas y se hizo fácilmente de la candidatura a la presidencia de la República en el año 2000, mientras el PRI se hacía pedazos en una interna propiciada por el entonces gobernador de Tabasco, Roberto Madrazo Pintado, quien enfrentó al candidato oficial de Zedillo, Francisco Labastida Ochoa y a los invitados a la fiesta, Humberto Roque Villanueva y Manuel Bartlett Díaz, Roque entró para levantarle el brazo a Labastida y Bartlett para poder ser senador plurinominal, todavía del PRI.
Labastida se convirtió en el candidato del PRI con el apoyo de todos los gobernadores, pero desde un inicio se observó que era un candidato débil y sin el carisma necesario para hacer frente a un Vicente Fox, echado pa’delante y dicharachero, el cual conectaba perfectamente con forma de ser del mexicano.
Labastida arrancó con el 55 por ciento de preferencia electoral y durante casi toda la campaña, apareció como el favorito en los diferentes estudios de opinión, pero el sentir popular y el mood social, prevalecía la idea de un cambio de administración, de partido en el poder, el ex partidazo, se había agotado, tras el asesinato del Cardenal Posada en Guadalajara en 1993, el alzamiento zapatista en 1994 y los asesinatos de Colosio y Ruiz Massieu en ese mismo año, que culminaron con el llamado “error de diciembre”, el cual hundió a millones de familias en la miseria.
Ante tales antecedentes, Fox terminó imponiéndose por siete puntos de ventaja sobre Labastida, en una jornada electoral en donde el originario de Guanajuato obtuvo el 42.72 por ciento de la votación, por el 35.77 por ciento y el 16.52 por ciento de Cuauhtémoc Cárdenas y del PRD, quien nuevamente se quedó a la orilla.
El poderoso aparato priista, cayó derrotado ante un personaje de la sociedad civil, que les había puesto fin a 71 años de gobiernos priistas ininterrumpidos.
Hoy, Xóchitl Gálvez enfrenta una situación muy similar, con la salvedad de que ella no va a enfrentar a un presidente como Ernesto Zedillo, al cual no le interesaba la política, ni estaba identificado con el PRI. De hecho, desde que asumió el poder, Zedillo habló de tener una “sana distancia con su partido” y dejó en manos de personajes sin experiencia, el control del aparato partidista, lo cual derivó en parte, a la derrota del tricolor y la pérdida del poder.
A diferencia de Fox, Gálvez va a enfrentar en la contienda a un personaje que lo es todo y que concentra todo el poder en sus manos. Es el hombre-estado, es presidente y jefe de partido, como se estila en todos los regímenes totalitarios.
La encomienda de Xóchitl Gálvez no es nada fácil, pasa por no contar con una estructura propia, por no tener medios de financiamiento público, por estar sujeta a las prerrogativas de los partidos (PAN, PRI y PRD) que muy seguramente van a postular como su candidata, estas mismas marcas a su vez, constituyen un lastre para la aspirante a la presidencia de la República, porque a diferencia de como ocurrió con Fox, el PAN está en plena decadencia y ya ni qué decir del PRI y del PRD.
La apuesta de Xóchitl, debe ser ir por el voto y el apoyo de la sociedad civil, la cual ha encabezado la resistencia ante el régimen lopezobradorista y buscar que la participación sea mayor al 65 por ciento, quizá que pueda llegar hasta el 70, para contrarrestar la movilización el aparato morenista, mediante sus programas sociales y de los gobernadores de este partido.
Solo así la posible candidata, podrá tener una oportunidad, frente al todopoderoso presidente y su aparato, los cuales hay que reconocer, lucen como los favoritos.
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