Nuestro territorio, desde su origen cultural prehispánico, fue dador de buena vida para sus habitantes porque –entre otras cosas– aprovecharon muy bien sus ventajas de localización. Los éxitos urbanos de Cholula, Cantona, Tehuacán, y no solo de ellos, se basaron en que su producción fue alentada por la cercanía de grandes mercados. Fueron, a la vez, centros de intercambio y destino mesoamericano.
Durante la Colonia, las cosas no fueron muy diferentes. Puebla, que arrebató a los cholultecas, tlaxcaltecas y resquicios aztecas el dominio anterior, desde sus primeros años de formación, aseguró el dominio guerrero de los sitios vecinos. A veces, por medio de acuerdos, se amplió su actividad agropecuaria, por ejemplo, hacia Atlixco y San Juan de los Llanos. Así, a mediados del siglo XVIII, en su estrategia de remontar las sierras, la Intendencia de Puebla se extendía de costa a costa. Con una producción gremial de prestigio (vidrio, jabón, cereales y talavera), supo abrirse paso al comercio ultramarino.
Durante siglos, Puebla fue la segunda ciudad de Nueva España, y solo hasta finales del siglo XIX quedó superada en población por Guadalajara. Monterrey la rebasó hasta 1930. De manera que Puebla fue lugar de destino para la migración peninsular por 300 años, y 150 años después lo fue para la inmigración interna de su entorno inmediato: Tlaxcala, Veracruz y Oaxaca, sobre todo.
En la coyuntura presente, el territorio poblano conserva y aumenta el potencial de desarrollo basado en sus tradicionales ventajas locacionales. Es inequívocamente un lugar de destino para proyectos corporativos e interpersonales. Algunos le han atribuido destino manifiesto de grandeza. En ciertas coyunturas, hombres visionarios, hacedores de ensueños de prosperidad (Palafox y Mendoza, por ejemplo) supieron, en efecto, engrandecerla y elevarla en su prestigio.
Otros no le dan mayor lugar que de paso o de traspatio. No hay ley en esto. La coyuntura puede ser de oro y, sin embargo, suele ocurrir que indiferentes la dejemos pasar. No sería la primera vez.
No es fácil entender las posibilidades que ofrece el territorio; empero, hoy, las oportunidades están enfrente de nosotros, haciéndonos el guiño, acrecentadas por iniciativas locales de procesos metalmecánicos globales (la reconversión de la industria automotriz alemana a la electromovilidad), el nearshoring que reclama eficiencia energética, innovación tecnológica y procesos matemáticos de “justo a tiempo”.
Está también la oportunidad dorada ante el inminente impacto sobre nuestro territorio (centro-sureste) de lo que será el potente Corredor Interoceánico. ¡Ojo!, no se trata de beneficiarse parásitamente de sus visibles efectos difusores, sino que, desde una plataforma modal poblana altamente eficiente (combinada con centros innovadores en formación de capital humano en robótica, nanotecnología, inteligencia artificial y eficiencia energética), poder apuntalar el despegue y consolidación de los 10 polos de desarrollo que formarán el corredor interoceánico y así, consecuentemente, ser beneficiarios de la interacción dinámica entre Puebla, Oaxaca y Veracruz; donde las sinergias generen divisas a raudales, crecimiento sostenido diversificado, iniciativas locales abundantes y bien aprovechadas por los ciudadanos de Puebla.
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La coyuntura es una ocasión de excepción (y a la ocasión se pinta calva); su comprensión esclarece un movimiento calculado: ora un retroceso táctico, ora una oportunidad de avance para mejorar en una guerra de posiciones. El correcto análisis de coyuntura ayuda a generar las condiciones de posibilidad para el logro de un objetivo; a distinguir los momentos de repliegue y los movimientos de ataque, el manejo oportuno de tiempo y lugar. La planeación estratégica es la respuesta. Para mejorar hay que asumir los riesgos. Nutrirse de experiencias exitosas o buenas prácticas locales. Su cuerpo analítico se basa en los juegos de guerra y la teoría de los juegos, pero aquí el enemigo real no tiene rostro, pues se llama incertidumbre de los mercados y la naturaleza política en la toma de decisiones. Ciertamente: un entorno muy azaroso.
Luego entonces, en la planeación estratégica, el enemigo temible es la falta de resultados. El fracaso de guiar a buen puerto el total de la energía social se llama, sin tapujos: escenario catastrófico. Todo lo que se hace razonablemente es para alejarse de él.
En política territorial esto es categórico. Lo que se requiere mejorar son las ventajas comparativas de localización geográfica. No se trata tan solo de identificar las mejores vocaciones, sino de preguntarse primero qué localidades pueden mejorar, pues las ventajas de localización, sin políticas que mejoren las condiciones de infraestructura de comunicaciones, energéticas y de conectividad, se derrocharían. La ventaja competitiva es la cúspide del aprovechamiento de las condiciones de desarrollo que ofrece una red de ciudades, vale decir, la trama densa de su localización industrial, comercial y urbana articulada.
Los lugares más aptos a veces son las estructuras urbanas en expansión de las grandes metrópolis. A veces no. Todo depende de la pauta específica y su tendencia regional, además del análisis concreto de la relación de equilibrio inestable entre lo global y lo local, entre el contexto nacional e internacional.
¿Conviene ponernos en marcha? ¿Hacia dónde? ¿Cuándo y quién de nuestras fuerzas se mueve primero…?
Como en el ajedrez, vencer la adversidad requiere encarar la incertidumbre: caminar, avanzar, marchar entre situaciones riesgosas. El control perfecto de la situación, en la adversidad, no existe.
La coyuntura dorada que se abre al territorio requiere del enfoque de la planeación estratégica. Entendámonos bien: el territorio poblano se sobrecalienta.
¿Dejaremos por enésima ocasión que el azar lo decida?