Un puñado de hombres, fieles a su causa y dispuesto a saltar sin red a su lado, acompañaba a Alejandro Armenta aquel ya lejano 9 de abril de 2017, cuando el hoy candidato a gobernador se sumó abiertamente al lopezobradorismo.
Se trataba de apenas unos cuantos que lo habían seguido desde hacía muchos años, algunos; otros sumaban lustros a su lado, pero nadie era recién llegado a ese equipo.
Estaban en aquella casa de Acatzingo, en donde Alejandro fue criado por su abuela Cholita. Esperaban abordar los vehículos para ir a la Ciudad de México.
En el Monumento a la Revolución, en la capital del país, Andrés Manuel López Obrador, entonces aspirante a la candidatura presidencial y presidente de Morena, convocó a la firma del Acuerdo Político de Unidad Nacional.
Con la decisión de dejar el Partido Revolucionario Institucional (PRI), en el momento en que no había certezas, aunque sí esperanza en el triunfo de López Obrador, el poblano Alejandro Armenta barrenaba (popular y equivocadamente se dice “quemar”), perforaba las naves, para hundirlas y no tener regreso.
Aquella tarde de primavera, Armenta y el hoy Presidente de la República tuvieron diálogo breve y él le levantó la mano. Las fotos hicieron explotar las entonces incipientes redes.
Los medios nacionales y locales destacaron, con cierto estupor, la llegada de un priísta del calibre del poblano a las filas lopezobradoristas. En aquel templete, esa tarde, en la capital del país y en la explanada del Monumento a la Revolución, otro poblano estuvo presente, Miguel Barbosa Huerta, quien entonces había dejado la bancada del Partido de la Revolución Democrática (PRD) en la Cámara Alta, para sumarse también al lopezobradorismo y llevar consigo a una veintena de sus compañeros senadores y senadoras.
La tarde de ese 9 de abril de 2017, definía Alejandro una ruta que, en ningún episodio ha sido fácil o ha tenido una alfombra de terciopelo, hasta convertirse en el coordinador estatal de los Comités de Defensa de la Cuarta Transformación (4T), a finales de 2023, y hoy candidato puntero a la gubernatura de Puebla.
La mañana de abril, de la que han pasado ya siete años y unos días, fue seguramente para Alejandro la culminación de muchas noches de discusión con la almohada, sobre la concreción de los ideales políticos hacia el lopezobradorismo y la responsabilidad de llevar consigo en esta aventura al equipo que lo había cobijado y que él había arropado durante décadas.
Porque además, también dentro del PRI era él la mejor opción inmediata hacia 2018 o más adelante, si es que el tricolor buscaba ser competitivo en los comicios por la gubernatura.
La mente, seguramente, le divagó a Armenta por decenas de opciones y aun así decidió saltar sin red a la suma con Andrés Manuel, a la llegada a una opción casi desde abajo, sin garantía de nada y con la única certeza de que habría que picar piedra.
Muy probablemente la memoria lo llevó a sus inicios, cuando a los 23 años debió vencer resistencias, para alcanzar la presidencia municipal de Acatzingo.
Los minutos trascurrían en ese 9 de abril, precisamente en la tierra a la que llegó Alejandro a los 9 años tras quedar huérfano de madre. Ahí, en la casa de su abuela, estaba con él ese puñado de hombres dispuesto a vivir su propia -valga la analogía- batalla de Playa Girón.
Salieron hacia la Ciudad de México apenas a tiempo para llegar a la cita en el Monumento a la Revolución y, sin saberlo del todo, al encuentro con su proyecto y su futuro.
Hoy ese puñado de fieles camina todavía al lado de Alejandro Armenta: José Luis García Parra, candidato plurinominal al Congreso del Estado; José Luis Figueroa Cortés, aspirante a la diputación local por el Distrito 20; José Tomé Cabrera, hoy su coordinador vinculación con medios de comunicación; Alejandro Rosas, quien se encarga de temas digitales y el diputado federal con licencia y operador de temas centrales de la campaña, Raymundo Atanasio.
Esa tarde, válgase otra analogía, fue para ellos como embarcar en Tuxpan… hacia su propia revolución.