Hay una teoría en criminología que no se discute en discursos políticos, pero que en Puebla se está aplicando sin decir su nombre: la teoría de las ventanas rotas.
Propuesta en los años 1980 por James Q. Wilson y George Kelling, sostiene que cuando un entorno urbano muestra signos visibles de abandono –una ventana rota, un bache, una calle sucia o una banqueta pintarrajeada–, se envía un mensaje sutil pero poderoso: aquí no importa nada. Y si nada importa, entonces todo se vale: delinquir, tirar basura o apropiarse del espacio público.
El gobernador Alejandro Armenta lo tiene claro y ha convertido el rescate del espacio público en política de Estado. Las faenas comunitarias, los programas de pintura de fachadas, el llamado “Bachetón” y las jornadas de limpieza en calles, parques y escuelas no son simples acciones de ornato: son una estrategia contra el abandono y la delincuencia.
Cuando una colonia empieza a limpiarse, a taparse sus baches, a recuperar sus parques, a pintar sus paredes, no solo mejora físicamente: la gente empieza a cuidarla. Aparece el orgullo barrial, la participación, la vigilancia natural. En otras palabras, el orden llama al orden.
Armenta lo ha entendido bien. No se trata solo de meter más patrullas –aunque también es necesario–, sino de enviar otro tipo de patrullaje: el mensaje colectivo de que el espacio público es de todos y no de nadie. Cuando un gobierno pinta, limpia, repara y convoca a la ciudadanía a hacerlo junto con él, rompe el ciclo de indiferencia que permite que los territorios se degraden y, con ellos, las oportunidades de quienes los habitan.
Este programa desarrollado por el secretario de infraestructura, José Manuel Contreras, y por Israel Pacheco, coordinador del programa estatal de Mantenimiento Permanente, ha detenido el rezago urbano, a través de microacciones que tienen efectos macro; se detiene el rezago urbano, recupera la confianza vecinal y combate indirectamente las condiciones que permiten que la delincuencia eche raíces.
Se llevan millones de inversión, de maleza retirada, de escombro levantado, de pintura, baches tapados, y un largo etcétera… en total, más de 30 acciones y en más de 30 ubicaciones, según las cifras reveladas por el gobierno.
Y es que lo que algunos ven como “cosas pequeñas” –una brocha, una palada de asfalto, una jornada dominical– en realidad es una reconstrucción silenciosa del tejido social. Porque cuando una comunidad pinta su calle, también pinta su dignidad.
Puebla no necesita milagros. Necesita orden, presencia del estado y un mensaje claro: ninguna ventana rota debe quedar sin atenderse.