En estos días, la política del vecino país del norte acapara nuestra atención. La llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos y sus amenazas de deportación masiva han puesto en incertidumbre a millones de inmigrantes, entre ellos una gran cantidad de mexicanos.
La migración mexicana hacia Estados Unidos no es un fenómeno reciente. Desde la Segunda Guerra Mundial, miles de connacionales han cruzado la frontera en busca de mejores oportunidades, en gran parte atraídos por el sector agrícola estadounidense. A esto se sumó la crisis del campo en México y las políticas económicas que, desde el sexenio de Miguel de la Madrid y hasta 2018, debilitaron aún más las posibilidades de sustento para muchos trabajadores rurales.
Hoy, se estima que cerca de 40 millones de personas de origen mexicano residen en Estados Unidos, ya sea de manera legal o indocumentada. Entre ellos, un porcentaje significativo proviene del estado de Puebla, con una fuerte presencia en Nueva York, al grado de que, en tono de broma, se ha acuñado el término “Puebla York”.
Más allá de las cifras, lo cierto es que estos migrantes han sido un pilar económico para sus familias y para el país. A través de las remesas, han sostenido comunidades enteras, enviando recursos que han sido vitales para la economía local. Sin embargo, a pesar de su contribución, la nueva administración estadounidense los señala como ilegales y delincuentes, ignorando su papel como trabajadores esenciales.
Ante esta crisis, el Gobierno federal ha intentado reaccionar a través de sus consulados, pero la incertidumbre sigue latente. Si las deportaciones se materializan y nuestros compatriotas son forzados a regresar, es nuestro deber como sociedad recibirlos con dignidad y agradecimiento. No podemos permitir que quienes han sostenido a sus familias y contribuido al desarrollo local sean tratados con indiferencia.
Propongo que, como comunidad, identifiquemos a los migrantes cholultecas que regresen y les brindemos apoyo en la medida de nuestras posibilidades. Más aún, sería justo homenajear públicamente su esfuerzo y sacrificio, reconociéndolos no como un problema, sino como un testimonio vivo de la resistencia y la lucha por una vida mejor.
El destino de estos migrantes no es solo una cuestión de política internacional, sino un llamado a la solidaridad y la justicia en nuestra propia tierra.