La dirigencia nacional de Morena, instalada apenas el pasado mes de octubre, ha iniciado la renovación de los comités estatales en las 32 entidades del país. En Puebla, varios ya se relamen los labios con la posibilidad de alcanzar la presidencia del partido oficial.
Sin embargo, la vara para quien asuma ese cargo no será baja: el “efecto AMLO” marcó las últimas elecciones, dejando a Morena con un resultado arrollador en Puebla.
Para algunos, fue fruto del arduo trabajo de la dirigencia estatal; para otros, un ejemplo de liderazgo. Para la mayoría, una buena selección de candidatos y candidatas.
En cualquier caso, el próximo gobernador, Alejandro Armenta Mier, algo habrá visto en la actual presidenta estatal para premiarla con la Dirección de Carreteras de Cuota Puebla.
La suerte de Olga Romero Garci-Crespo es codiciada por muchos, envidiada por otros, y especialmente por sus actuales “amigos” en el Comité Estatal, quienes se jactan de ser los verdaderos defensores de la izquierda, aunque a ojos del gobernador electo y su equipo no son más que un “cero a la izquierda”.
Este contexto ha puesto nervioso a más de uno, pero nadie parece más inquieto que Jorge Mota, secretario de Finanzas del partido. A regañadientes y con una sonrisa forzada, afirma que está alineado con las instrucciones del nuevo grupo en el poder, quienes obviamente buscan una salida ordenada del actual comité y la entrada de perfiles afines a sus intereses.
Aunque Mota dice aceptar su salida e incluso ha firmado una renuncia, cacarea que este documento no tiene valor alguno, pues según él la única autoridad capaz de pedir su dimisión es la dirigencia nacional de Morena. Es decir: Luisa María Alcalde Luján. Es decir: Andrés Manuel López Beltrán, “el orgullo del nepotismo” del ex presidente de México.
El doble juego de Mota no es novedad. Primero, operó como aliado de su mentor, el inefable e impresentable Eric Cotoñeto, a quien después traicionó para ganarse la simpatía del difunto gobernador Miguel Barbosa Huerta.
Al obtener poder territorial y financiero, tampoco dudó en usarlo en su favor.
Posteriormente, se alió con Claudia Rivera en acuerdos relacionados con juntas auxiliares en la capital, enfrentándose de nuevo a Miguel Barbosa, el hombre que confió tanto en él como en su esposa, quien fungía como particular de Rosario Orozco en el SEDIF.
También se le asocia a un escándalo por fraude en la distribución de despensas junto a Karina Pérez Popoca en San Andrés Cholula -pero esa, como dice el clásico, es otra historia-.
Aún con estos antecedentes, los operadores cercanos a Miguel Barbosa lo impusieron en el Comité Estatal de Morena y le entregaron la cartera de Finanzas, que ha manejado a su antojo en los últimos años.
Desde ese espacio, en la última campaña, respaldó a candidatos no alineados al gobernador electo, Alejandro Armenta, y hasta a figuras de otros partidos, intentando consolidar su poder.
Manejó millones y millones de pesos, casi sin rendir cuentas a nadie. O bueno, sí: a su sombra y a su chequera.
Sin embargo, el resultado no le fue favorable.
Su única esperanza era mantenerse en el cargo hasta 2025 o, con suerte, hasta 2027. Pero no contaba con las decisiones de la nueva dirigencia nacional ni con la determinación del grupo entrante en Puebla, quienes buscan adelantar su salida casi un año. Sí, casi un año.
Así, en este noviembre, mes de los muertos, el cadáver político de Jorge Mota en Morena ya no solo huele: apesta.
Es decir: hiede.
A pesar de sus intentos por desestabilizar el Consejo Estatal y sus reuniones con los Mier, los Rivera, los Carvajal, los Méndez y hasta con lo que queda de Julio Huerta -otro fantasma víctima de su soberbia- para frenar los nombramientos del gobernador electo, sus días en el partido parecen contados.
Cada movimiento que haga esta semana crucial, de cara al Consejo Estatal que renovará dirigencia, será un paso más en la excavación de su propia tumba dentro de Morena.
Lo están observando.