Fue uno de los principales factores de la aplastante derrota del PAN en el estado de Puebla.
Consentida por su jefe político, Eduardo Rivera Pérez, prefirió construir un nuevo edificio sede para el partido -con inversión millonaria- que invertir en estructuras, capacitación, propaganda y representantes de casillas.
Dividió y maltrató a la militancia.
Se peleó hasta con su sombra -pero sobre todo con el inútil de Marcos Castro-.
Abrió las puertas a candidatos y candidatas con sospechosos nexos con la delincuencia organizada.
Se hizo acreedora a varias multas del INE por malos manejos con las prerrogativas.
Pecó de soberbia.
Ignoró las llamadas de alerta, que anticipaban el desastre.
Se rodeó de incapaces.
Evitó -hasta lo posible- ensuciarse los zapatos.
Creyó que Puebla acaba en Amalucan.
Fue incapaz de advertir sobre el tremendo error de aliarse con los impresentables y corrompidos PRI y PRD.
Prefirió jugar el triste papel de comparsa.
Y se convirtió en los hechos en la peor enemiga de los candidatos de esa extraña e ineficaz amalgama electorera bautizada como “Mejor Rumbo para Puebla”.
Tras la debacle, no se le ocurrió algo mejor que seguir las órdenes de Eduardo Rivera y destaparlo como su próximo sucesor al frente del PAN estatal.
Todavía velaban el cadáver y ellos y ellas, los dueños del partido, ya se apropiaban nuevamente de Acción Nacional, para doble (o triple) humillación de los ilusos militantes o simpatizantes que creyeron en el “lalismo” -lo que eso signifique-.
Hoy, lejos de hacer un verdadero “mea culpa” y un análisis público y puntual, autocrítico y honesto, del histórico fracaso, Augusta Valentina Díaz de Rivera ha decidido que es momento de irse pronto, muy pronto, de vacaciones.
A Inglaterra, donde vive su hija.
Por lapso de un mes.
Así trascendió la tarde-noche del pasado martes durante la burda puesta en escena montada por el PAN en la reunión exprés de la denominada Comisión Permanente para dizque empezar a analizar las causas del resultado del pasado 2 de junio y seguir dando atole con el dedo a los críticos del grupúsculo que manda y seguirá mandando en el partido.
Una reunión que no sirvió para nada -porque a nada concreto se llegó: ganaron los lugares comunes, las omisiones y la hipocresía- y en la que el único que habló claro y fuerte, fue el único panista con autoridad moral, política y electoral para hacerlo, el alcalde de San Andrés Cholula.
Edmundo Tlatlehui lo dijo sin eufemismos:
“El PAN en Puebla está hecho pedazos“…
“Corremos el riesgo de caminar con la misma suerte que el PRD y el PRI“…
“Sería una pésima y muy desafortunada decisión manipular el proceso para que sea el Consejo Estatal y no la militancia la que decida quiénes serán los próximos dirigentes“.
Acrítico, Mario Riestra, por su parte, se limitó a leer una nueva carta -que minutos antes subió a sus redes sociales- en la que pide realizar estudios cuantitativos y cualitativos del resultado electoral, un conversatorio con “figuras de la sociedad” (habrá canapés y vino rosa) y una sesión del Consejo Estatal.
Por ahí algún tibio reclamo de la ex candidata Pilar Morán a Rafael Micalco, en el sentido de que los diputados locales del PAN no hicieron nada durante las campañas.
Alguna petición de expulsar a los “traidores” (Eduardo Alcántara y Jesús Giles ) y de congelar a los incongruentes (Guadalupe Leal, cuyo esposo trabaja en el gobierno del estado y su hijo opera para Movimiento Ciudadano).
Varias obviedades.
La aprobación de “un mes de reflexión” para seguir tratando de ubicar las placas del tráiler que los arrolló.
Y nada más…
Todos, todas, a vacacionar, Augusta Valentina Díaz de Rivera en primerísimo lugar.
Por un mes.
El mismo mes “de reflexión” con que prolongarán las carcajadas de Morena y sus partidos aliados, y de la sociedad que observa, estupefacta, cómo se sabotean, cómo se siguen destruyendo.
Sí, todos, todas, a vacacionar.
O, a la luz de los resultados del 2 de junio, a seguir de vacaciones.
Porque, a diferencia del verano, la crisis en el PAN sí puede esperar.