Frente a la obvia y abierta intentona de albazo, ya adquirió carta de naturalización el TUCOL: Todos Unidos Contra Lalo (Rivera Pérez).
Está claro: Mario Riestra, Jesús Zaldívar, Edmundo Tlatlehui, Lupita Cuautle, Rafael Micalco, Mónica Rodríguez, Genoveva Huerta, Eduardo Alcántara, Jorge Aguilar Chedraui, Guadalupe Leal, más los que se acumulen en los siguientes meses, harán todo lo posible, y hasta lo imposible, para impedir que el ex candidato a la gubernatura, aplastado en las urnas por Alejandro Armenta, expropie para sí la dirigencia estatal del PAN.
Para el TUCOL, que Eduardo Rivera se convierta en el líder del Comité Directivo Estatal no sólo no es procedente, sino un despropósito, tan grande y tan absurdo como si tras los comicios de 2010, el candidato perdedor, el priista Javier López Zavala, hubiese sido nombrado como dirigente estatal del PRI.
Para Eduardo Rivera, todos y todas son culpables de su derrota, menos él, y eso tiene verdaderamente irritados a los militantes del PAN.
No sólo no ha hecho un ejercicio de autocrítica, para reconocer el cúmulo de errores que cometieron él y su liliputiense equipo de operadores antes, durante y después de la campaña -como exige Riestra-, sino que ya mandó a sus empleados, Augusta Valentina Díaz de Rivera y Marcos Castro, a operar para imponerse al frente del CDE de Acción Nacional. De ese PAN que prefirió estrenar edificio sede que invertir en estructuras, capacitación, propaganda y representantes de casillas. De ese PAN que, como siempre, privilegió con diputaciones plurinominales y regidurías a familiares y cuates. De ese PAN que se alió a criminales. De ese PAN que, como consecuencia, ni las manos metió el pasado 2 de junio y que, de seguir así, en poco tiempo correrá la misma suerte que el fantasmal PRI o el ya desaparecido PRD.
Y las cartas están echadas:
Por un lado, Eduardo Rivera tiene mayoría de consejeros estatales y controla casi a la totalidad de los comités municipales, y por esa vía quiere ser impuesto como el nuevo dirigente.
Por el otro, el TUCOL puja por una elección interna, o una consulta a sus militantes -calculados en 18 mil, aunque tras el 2 de junio deben ser muchos menos-, pues calculan que en ese terreno sí pueden vencer al ex alcalde.
Ya lo anticipó Mario Riestra, quien se convertiría en el “gallo” del TUCOL -si no se quiebra-, en la carta que a mediados de la pasada semana envió al CDE y a la Comisión Permanente Estatal del PAN:
“Es necesario iniciar un proceso de análisis y autocrítica.
“Lo peor que nos puede pasar es que el PAN siga exactamente igual.
“Acción Nacional debe recuperar sus procesos democráticos internos“.
¿Pero realmente le alcanzará al TUCOL para vencer a Eduardo Rivera en una elección interna?
¿Tienen con qué?
¿Podrán caminar unidos, dejando de lado egos e intereses personales y de los grupos a los que pertenecen?
¿Lo podrían derrotar cuando él controla no sólo la nomenclatura y el presupuesto del partido, sino que tiene el apoyo de Marko Cortés?
Hace unos días, Eduardo Rivera se vio con el dirigente nacional del blanquiazul, con quien acabó muy de la mano tras el proceso electoral y a quien ya le comunicó su deseo de llegar a la dirigencia estatal del PAN.
Cortés le habría dado luz verde para trabajar, vía el Consejo Estatal, su arribo al cargo, en el entendido de que Eduardo Rivera, a cambio, contribuirá y ayudará para que Marko Cortés pueda imponer a su vez a su carta fuerte en la dirigencia nacional, el impresentable Jorge Romero, quien ya se destapó la pasada semana.
Eduardo Rivera le dijo que ir a una elección interna, como quiere el TUCOL, implicaría correr el riesgo de que grupos ajenos al PAN elijan al nuevo dirigente.
Y al parecer Marko Cortés le dio la razón.
Lo único cierto es que el hecho de que Eduardo Rivera se convierta en dirigente estatal del partido, va a causar un verdadero cisma en el panismo poblano.
Las heridas serán grandes y la fractura entre sus liderazgos y militantes resultará muy difícil de revertir.
Entre el TUCOL hay la impresión de que Eduardo Rivera no entiende que no entiende que su cerrazón, su soberbia, su pésima lectura del momento político nacional y estatal, su errática estrategia electoral, su simulación, su alejamiento de los factores reales de poder en el estado, su exceso de confianza, fueron algunas de las causas que lo llevaron a perder de la forma que perdió el 2 de junio.
Y que no conforme con no aceptar sus equivocaciones y liderar una verdadera refundación del partido, pretende ponerse al mando del PAN poblano como si no hubiese pasado absolutamente nada.
También en el TUCOL no dejan de preguntarse, en el supuesto de que Eduardo Rivera logre su objetivo, qué clase de oposición encabezaría frente a Alejandro Armenta, quien será gobernador constitucional a partir de diciembre.
¿Una oposición cómoda?
¿Una oposición cómplice?
¿O una oposición de a deveras?
Es decir:
¿Qué margen de maniobra realmente tendrá como dirigente estatal del principal partido de oposición en el estado si se toma en cuenta que la aprobación de sus cuentas públicas pendientes como ex alcalde de Puebla depende del próximo Congreso con aplastante mayoría de Morena?
Es decir: de Alejandro Armenta.
¿Una oposición que no será oposición y que simulará -oootra vez- ser oposición?
De ser así, de una vez que vayan redactando el acta de defunción del PAN poblano.