Eduardo Rivera Pérez participará por segunda vez en una elección concurrente con la contienda de presidente de la república. En 2018 se enfrentó a Claudia Rivera Vivanco en medio de la ola lopezobradorista y perdió. Esta vez competirá en contra de Alejandro Armenta Mier integrado en el bloque opositor que fija sus expectativas en la porción de votantes desengañados y enfadados con el partido en el poder.
Rivera Pérez afirma que le alcanzará para ganar los comicios de gobernador, que esos electores molestos con López Obrador y con todo lo que representa una extensión de su partido político responderán lo suficiente para igualar en intención de voto y superar en sufragios a su rival, a quien, además, considera una reminiscencia de ese priismo de finales del siglo pasado que los poblanos, subraya, no quieren de regreso.
El presidente municipal de Puebla asegura estar confiado en el resultado de la elección que se avecina, y confianza es justo lo que pretende transmitir en las conversaciones que ha sostenido e intensificado con actores sociales y grupos de poder para generar expectativas de triunfo en condiciones de percepción pública que le son desfavorables.
Hasta hace unas semanas, incluso días después del anuncio de Armenta como virtual precandidato de Morena, una parte de los observadores y analistas políticos seguía considerando un desacierto del presidente municipal de Puebla su incursión en el proceso electoral del 2024 como abanderado a gobernador, cuando, según los comentarios, tenía mejores circunstancias de competencia en la ruta por el senado e incluso en la reelección en la alcaldía.
Todavía, hasta antes del video subido a sus redes sociales el 7 de diciembre para confirmar que será protagonista en la disputa por el Gobierno del estado, había quienes dudaban de los trascendidos previos y apostaban a que Rivera Pérez se haría a un lado en la etapa final de los plazos marcados por las autoridades electorales y su partido el PAN para darle paso a otro aspirante.
No fue así.
Contra muchos pronósticos, el alcalde que dejará de serlo antes del año nuevo decidió lanzarse a la aventura electoral confiado en esa parte de la población que quiere a Morena y a todos sus representantes fuera del gobierno y del poder.
La tarea no parece sencilla.
El mismo Eduardo Rivera cuenta (y muestra) con encuestas de preferencia electoral que lo colocan por debajo de Armenta, en rangos de diferencia de entre 4 y 10 puntos porcentuales.
Para motivar a los integrantes de su equipo les recuerda que en las elecciones de 2010 y 2021 obtuvo muchos más votos de los previstos por las firmas encuestadoras y los alienta a pensar que ese mismo fenómeno se repetirá en esta ocasión.
Eso puede ser posible, pero tanto el futuro candidato como todos los miembros del war room que le acompaña deben poner atención en dos variables.
Una tiene que ver con el rival de enfrente.
Mario Montero (2010) y Claudia Rivera (2021) no se acercaban ni tantito al senador Armenta en experiencia. No hay punto de comparación entre los contendientes de aquellas dos elecciones y el que combatirá esta vez, en esa especializada rama electoral de la operación política.
La otra variable está relacionada con el propio Rivera.
Para llevar a las urnas a ese amplio sector de los electores que rechaza a Morena tendrá que ser un candidato combatiente, duro y agresivo en el discurso, que destaque los puntos débiles del rival para activar la molestia masiva a través del sufragio.
La duda radica en saber si podrá y si se atreverá a hacerlo, para sumar posibilidades, cuando en el pasado reciente se ha caracterizado por el bien hacer, el bien parecer y la (excesiva) prudencia.
X: @jorgerdzc