Manuel Bartlett Díaz, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y Porfirio Muñoz Ledo son vasos comunicantes con el viejo México.
Los tres estuvieron a finales de los años cincuenta en París.
Eran jóvenes brillantes que estudiaban y daban clases, y se divertían a su manera.
Ignoraban entonces que algún día pasarían de militar en el PRI a militar en la oposición.
Ni en sus sueños más delirantes imaginaron que Andrés Manuel López Obrador sería un parteaguas en sus vidas.
Muñoz Ledo, ya lo vimos, cayó del cielo morenista al infierno.
Hoy crítica al presidente cada vez que puede.
Pocos recuerdan ya que él tuvo el alto honor de colocarle la banda presidencial a AMLO.
A sus 90 años vive entre el tumbo y el tambo.
Su carrera política llegó a su fin en la peor de las circunstancias.
Cárdenas, en tanto, vio crecer a López Obrador y lo arropó en su momento.
Luego, víctima de la hoguera de las vanidades, no toleró que su alumno lo superara.
La distancia entre ambos se hizo brutalmente insalvable.
Hoy son lo más parecido al Polo Norte y Polo Sur.
Y no hay un Ecuador que los una.
En corto, Cárdenas se expresa muy mal del presidente y del partido Morena.
Sus exabruptos son cada vez más notorios.
No sería extraño que en Palacio Nacional tengan noticia de éstos.
El hielo que hay entre ambos personajes se ve sin catalejos.
¿Quién iba a decir que Manuel Bartlett, el último de éstos en saltar al barco de la izquierda, iba a ser uno de los consentidos de López Obrador?
Nadie en su sano juicio hubiese imaginado ese escenario.
Gracias a su inteligencia legendaria, el exgobernador de Puebla pasó de ser uno de los villanos favoritos del viejo PRI a uno de los héroes de la 4T.
Su defensa del sector energético lo puso primero al lado de Cárdenas.
Hoy, queda claro, dejó muy atrás al viejo compañero de la tertulia parisina.
Bartlett ha hecho más: habita en el corazón del presidente López Obrador, quien le tiene todas las atenciones y deferencias posibles.
Esa cercanía será clave en la sucesión poblana.
Ya se está viendo.
Su opinión tendrá un peso ineludible.
Manuel Bartlett no ha sido visto en ningún acto de los aspirantes a Casa Aguayo.
Seguramente lo veremos en algún momento.
La duda mata:
¿Quién será el afortunado?
¿Qué tanta cercanía —real— existe entre uno y otro?
¿Quién es el dueño puntual de sus afectos?
La duda que mata un día de estos dejará de matar y de ser duda.