La inédita jornada electoral del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) fue un acto de rebeldía, de castigo, contra las estructuras tradicionales del gremio representadas por los secretarios generales salientes, Jaime García Roque y Alejandro Ariza Alonzo, de las secciones 51 y 23, respectivamente. Los llamados candidatos oficiales, Felipe Neri Morán Álvarez y Víctor Ortiz Flores, fueron los receptores del repudio, del repruebo, hacia los dirigentes que se caracterizaron por solapar la corrupción y olvidarse de las bases magisteriales.
Alfredo Gómez Palacios ganó la secretaría general del SNTE 51, en mucho, por representar un cambio generacional.
Se destacó no solamente por ser joven, sino porque de los ocho aspirantes era el único que nunca había competido por la dirigencia ni tenía un largo historial como miembro del Comité Ejecutivo Seccional. Le ayudó mucho proponer a nuevos rostros en las carteras de la organización gremial.
José Luis González Morales alcanzó la secretaría general del SNTE 23 porque optó por construir un liderazgo entre las bases, que le llevó más de dos años de labor proselitista.
Su candidatura contrastó con el carácter elitista de su contrincante, Víctor Ortiz Flores, cuya nominación fue una imposición directa de Alejandro Ariza Alonzo, quien se dio a la tarea de construir una planilla “de unidad” para juntar por la fuerza a los grupos de poder en el sindicato y con ello buscar eliminar la competencia, lo que generó un efecto inverso: se desató el repudio de los maestros.
Los desatinos de los secretarios generales
Jaime García Roque y Alejandro Ariza Alonzo les tocó llegar al cargo bajo la tutela autoritaria del morenovallismo y luego no supieron adoptarse a la 4T. Enfrentaron la crisis general del SNTE que perdió influencia política y capacidad de negociación luego de la caída de Elba Esther Gordillo Morales, la otrora cacique del sindicato.
Y en lugar de buscar fortalecer sus liderazgos, se destacaron por su excesos y escándalos. Pero, sobre todo, actuaron siempre con un carácter acrítico frente al gobierno del estado y los maestros los vieron como dirigentes blandengues, sin compromiso, para defender los derechos del magisterio.
Ambos personajes cayeron en la tentación, en el engaño, de creer que podían controlar la sucesión de sus dirigencias. Era algo que les interesaba para mantener privilegios y sobre todo, para evitar que les auditen las cuentas financieras del sindicato. A eso se debe que pusieron a sus candidatos y los quisieron hacer ganar a la vieja usanza: con sobornos y extorsiones.
Lo que no esperaron García Roque y Ariza Alonzo es hubo una copiosa participación en las urnas, superior al 65 por ciento del padrón electoral, lo que venció inercias, compra de votos y amenazas para que se votara por los candidatos oficiales.
No supieron dar una lectura a los procesos electorales que se viven en otros gremios, como es el de Volkswagen o el Instituto Mexicano del Seguro Social, en donde nunca se ha logrado que una nueva dirigencia sindical sea ganada por un candidato que represente la continuidad de los dirigentes salientes. Siempre se renuevan las corrientes que controlan las secretarías generales de esas organizaciones laborales.
Actuaron con torpeza e ignorancia. De 33 secciones del SNTE que ya renovaron comités ejecutivos, antes que Puebla, en 14 casos se derrotó a los candidatos oficiales. Ese comportamiento ocurrió en plazas de mucho peso político para el sindicato como son: Hidalgo y Coahuila.
Nada podía hacer suponer que en Puebla el oficialismo podía manipular el proceso electoral a su antojo. Sin embargo, la soberbia y el poco contacto con la realidad de los trabajadores que representaban no les permitió advertir a García Roque y Ariza Alonzo el fuerte repudio que había en su contra.
Larga cadena de dislates
Si se habla de los errores específicos, hay muchos factores que explican, legitiman, la derrota de Víctor Ortiz y de Felipe Morán.
En la sección 23, Víctor Ortiz fue una especie de “convidado de piedra”, ya que todo se lo hizo Alejandro Ariza: el actual secretario general fue quien obligó a los principales grupos político a formar una planilla de unidad, decidió que Ortiz Flores fuera el abanderado y era quien le organizaba reuniones con los maestros de todas las regiones del estado, bajo el engaño de que eran juntas sindicales, cuando en realidad era encuentros de carácter proselitista.
Ahí no terminó todo. Obligaron a Víctor Ortiz a incluir en su planilla a personajes oscuros que han participado en fraudes contra maestros. Eso era como echarle gasolina a una fogata.
Y por si fuera poco, desde las oficinas del SNTE 23 salieron las amenazas hacia líderes regionales de que si no votaban por la planilla oficial iba a ver represalias.
A lo anterior, se debe sumar otro dislate mayúsculo: se le quiso negar el registro a José Luis González Morales, el único candidato opositor.
Todos esos factores desataron la revancha de los maestros contra todo lo que oliera a Alejandro Ariza.
En la sección 51, Jaime García Roque intentó jugar con tres aspirantes: Alfredo Gómez, Felipe Morán y Salvador Torres. Su proyecto acabó siendo una bola de engrudo, sin forma y sin rumbo.
A Salvador Torres primero lo alentó y luego le quiso prohibir participar. El aspirante no le hizo caso y se registró. De última hora García Roque lo quiso ayudar, pero el también llamado “Conta Chava” lo rechazó.
Mientras que Alfredo Gómez se supo alejar de la figura de Jaime García Roque, sabedor de su desprestigio. Aunque sus contrincantes quisieron manipular una foto en donde ambos aparecen retratados, no hubo manera de vincularlos.
Al final, García Roque a quien más le apostó, aunque no lo expresara públicamente, fue a Felipe Morán, a quien le solapó que utilizara su cargo de tesorero del SNTE 51 para desplegar una onerosa campaña electoral, que incluía fiestas, entrega de regalos y botellas del alcohol, así como un aparato propagandístico en bardas y vehículos. Sin contar que se desplazaba en el estado en una camioneta propiedad de sindicato, bajo el argumento de que lo hacía por “motivos de salud”.
Además, se quiso utilizar a maestros de otros sindicatos y a miembros de organizaciones populares para que votaran, de manera, ilegal en la jornada electoral de este martes.
A miles de maestros les agravió que, siendo de clase media, que muchas veces llegan al final de las quincenas sin un peso en la bolsa, vieron a alguien del gremio gastar como jaque árabe.
Al final Jaime García Roque y Alejandro Ariza Alonzo les puede ir bien al dejar sus cargos, pueden convertirse en grandes autores de marketing político y escribir el tratado de: “los 100 grandes errores –que cometimos— que hacen perder cualquier campaña electoral”.