Faltando 24 días para las próximas votaciones, las campañas electorales no parecen prender los ánimos de la gente. Las estimaciones apuntan que la participación a nivel estatal en los comicios podría no llegar al 50 por ciento y en un número muy alto de municipios, el abstencionismo podría oscilar entre el 60 y el 70 por ciento. La polarización que hay entre la 4T y el PRIAN parece solo interesas a los miembros de las estructuras partidistas y a los simpatizantes fieles de estas fuerzas políticas, pero no al grueso de la ciudadanía.
Un factor dominante es que entre la población hay fatiga y hartazgo por los 14 meses que ha durado la emergencia sanitaria, lo que parece contribuir a desarrollar mucha apatía hacia el actual proceso electoral.
Lo importante en el presente es sobrevivir a la crisis económica que provocó la pérdida de casi 40 mil empleos formales, la quiebra de más del 20 por ciento de los negocios, el cierre de más de 5 mil empresas y la falta de dinamismo de muchas actividades productivas. Al mismo tiempo, la gente enfrenta el dilema de no contagiarse de Covid-19 y a su vez tiene la urgencia de que todo regrese a la normalidad.
Otro factor decisivo es que por lo menos en el caso de Puebla el proceso electoral no hay novedades, tampoco se tiene la presencia de importantes liderazgos políticos y las campañas electorales giran en torno a discursos reciclados.
Una prueba de esa condición es lo que pasa en la ciudad de Puebla, que es “la cereza en el pastel”, pues quien gane la alcaldía de la capital en automático se convertirá en un aspirante natural y con mucha ventaja para ser el próximo gobernador del estado de Puebla, que será electo en 2024.
Sin embargo, esa condición no motiva a la opinión pública por ahora, en mucho por la siguiente percepción:
En la ciudad de Puebla los estudios demoscópicos arrojan un rechazo de 7 de cada 10 electores a la reelección de autoridades municipales. No gusta que alguien que ya fue alcalde regrese a competir por el mismo cargo.
Para el caso de la capital hay más de los mismo, pues los dos principales candidatos, la morenista Claudia Rivera Vivanco y el panista Eduardo Rivera Pérez, están en la búsqueda de la reelección.
Además, ambos aspirantes centran sus campañas electorales en plantear una continuidad de lo que ya fueron sus gobiernos. Ninguno de los dos reconoce yerros, ni tampoco le apuestan a la innovación. Ambos aspirantes tienen un actuar muy conservador y no quieren asumir ningún riesgo, ya que no plantean un cambio importante con su posible triunfo.
Pareciera entonces que el rechazo de la población hacia la reelección se expresa en mostrar apatía hacia las campañas de los candidatos que pelean el cargo de edil de la ciudad de Puebla.
A lo anterior hay que sumar que era más interesante la confrontación que los dos Rivera enfrentaron en sus respectivos partidos para obtener la candidatura, que ahora ya como aspirantes no hay debate entre ellos, se confrontan lo mínimo y le apuestan al discurso cordial. Por esos sus campañas resultan soporíferas.
A nivel de las marcas partidistas, también hay factores similares.
Morena es hoy en día es la marca partidista más poderosa. Está “a prueba de balas”. Ello como consecuencia del carisma y liderazgo del presidente Andrés Manuel López Obrador, que se ha convertido en el político más trascendente del siglo XXI.
Una prueba de lo anterior es que algunas encuestas midieron en semanas anteriores el efecto del escándalo del diputado federal morenista Saúl Huerta Corona, quien es acusado de pederasta, arrojando que una parte importante de la opinión pública conoce del caso y lo repudia, pero eso no significó la caída ni de un punto en los índices de intención del voto a favor de la alianza de Morena y el PT.
Puebla es ubicado como el cuarto estado del país en donde hay la mejor calificación hacia el desempeño del presidente Andrés Manuel López Obrador y esa aceptación del desempeño del titular del Poder Ejecutivo federal, se ha traducido en que habrá un buen resultado hacia Morena, pese a que esta fuerza política postuló pésimos candidatos, despliega malas campañas electorales y enfrenta una división interna crítica.
Del lado de la oposición, la alianza del PRIAN no se tradujo en una propuesta electoral atractiva para la población. Sobre todo, cuando se tiene el máximo nivel histórico de antipriismo entre el electorado, por ser visto el PRI como el partido de la corrupción. Se estima que el 40 por ciento de los ciudadanos no votarían por el tricolor ni como primera ni segunda opción.
Por eso el discurso catastrofista del PRIAN advirtiendo que habrá un apocalipsis político e institucional en México si sigue gobernando la 4T, no logró penetra en la mayoría de la población, que tiene poca credibilidad hacia el PAN y el PRI, además de no percibir nada nuevo atrás de las actuales campañas electorales.
Las campañas solo están motivando a los miembros de las estructuras partidistas y los simpatizantes ya definidos antes del proceso electoral. El resto de la población está preocupada por los efectos de la epidemia del Covid-19 y otros problemas más urgentes.