El discurso de Porfirio Muñoz Ledo en San Lázaro fue épico.
El video en el que aparece hay que guardarlo bien porque es uno de los últimos suspiros de un hombre de su siglo, aunque nuestro personaje se bañó en dos siglos al hilo.
Fue también la muestra de que ni el whisky ni la edad destruyen las neuronas —cuando menos no lo suficientemente—, pues un hombre de su estatura intelectual que ha venido de tantas guerras sigue teniendo la lucidez como faro.
En otra columna me detendré a analizar sus palabras y a lamentar su ausencia desde ya en la siguiente legislatura.
Por hoy quiero dejarle al hipócrita lector un capítulo de mi próxima novela —casi lista para circular—llamada Se dicen cosas horribles de ti.
En dicho capítulo aparecen dos Muñoz Ledo: uno mirando al otro desde unos catalejos.
Queda, pues, Muñoz Ledo con ustedes:
“Porfirio Muñoz Ledo se compró un holograma por recomendación de Carlos Fuentes. Un día, en la Lagunilla, se topó con uno. Era de uso. Había pertenecido a Raúl Padilla y al hoy diputado electo Trino Padilla. Tenía un extraño olor a humedad. Muñoz Ledo lo sacudió un poco y lo mandó a una tintorería de hologramas que está en la calle de Sullivan. A los ocho días se lo regresaron limpio y almidonado.
“La primera vez que lo usó fue en una asamblea previa a la tercera campaña presidencial de Andrés Manuel López Obrador en el zócalo de la ciudad de México. Reservó una mesa en la terraza del Gran Hotel y se disfrazó para ver a través de unos catalejos a su holograma. Se puso un gazné morado, un sombrero Panamá, un traje blanco de lino y unos mocasines sin calcetines. Unas gafas Gucci cerraron el atuendo. Su holograma iba vestido de traje café caca. El prohombre lo llamaba simplemente Billy. Por Billy Wilder, su cineasta de culto.
“López Obrador presentó al falso Muñoz Ledo como si fuera el último patriota. El holograma levantó los brazos y agradeció los cumplidos musitando ¡Chas gracias, chas gracias, chas gracias! A su lado, Manuel Bartlett le empezó a comentar algunos aspectos relacionados con la reforma energética. Le hablaba al oído mientras López Obrador seguía presentando a las personalidades ahí reunidas. Desde lo alto, metido en su gazné, el verdadero Muñoz Ledo empezó a sudar frío. Temía que Bartlett descubriera la suplantación. El holograma parecía escuchar muy atentamente al autor de la Caída del Sistema y sólo movía la cabeza afirmativamente. “Bartlett se descontroló. No entendía por qué su compañero de ruta estaba de acuerdo con lo que en teoría tendría que estar en desacuerdo. El propio López Obrador estaba en contra. Fernández Noroña También. ¿Por qué Porfirio se manifestaba a favor? Bartlett estaba a punto de reclamarle a Muñoz Ledo, cuando el candidato presidencial lo volvió a presentar, ahora, como el último demócrata. El holograma aprovechó la distracción para colarse entre los invitados y escapar. A cada abrazo sólo respondía chas gracias, chas, gracias, chas gracias.
“Un escolta llevó al holograma con Muñoz Ledo. El prohombre ya se había metido siete whiskies. Billy pidió uno doble. Un whisky japonés de 17 años (de una sola malta): Hibiki. Bebieron hasta desconocerse. Muñoz Ledo se fue a su casa a dormir y dejó a Billy en la calle pateando botes toda la noche.
“Se dicen cosas horribles de Billy”.