Desde diciembre de 2019 el mundo fue informado de la existencia de un virus que había surgido en una comunidad semiurbana de China, que provocaba una hasta entonces desconocida enfermedad en los humanos que en los casos más extremos les conducía hasta la muerte.
La enfermedad era una nueva variante de un ya conocido coronavirus y fue denominada Covid-19 por la comunidad científica internacional.
Apenas seis días después, el 16 de marzo, las autoridades estatales mandaron a todos a casa, o a los que se podían ir, decretaron una cuarentena con la esperanza de que se solucionara el problema de manera rápida y el recién iniciado confinamiento quedara pronto en anécdota.
Hoy se sabe, justo un año después, que eso no sucedió.
En ese tiempo, desde el 10 de marzo de 2020 hasta el día de ayer, Puebla sumó 9 mil 922 defunciones y 74 mil 301 contagios confirmados.
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La pandemia por la Covid-19 en el estado de Puebla obligó a realizar un confinamiento que, de manera intermitente y con algunas variantes, se ha prolongado a lo largo de un año.
A la crisis sanitaria le sobrevinieron otras más: social, económica, educativa, emocional e incluso de violencia en casa, pues como han confirmado las cifras oficiales, la obligada convivencia entre los integrantes de las familias conllevó en muchos casos a roces que derivaron en agresiones principalmente cometidas en contra de menores de edad y mujeres.
Una auténtica crisis generalizada que no fue prevista por ninguna autoridad, ni en Puebla ni en el país, ni fuera de él, ni en los escenarios más catastrofistas que auguraban una pandemia de solo algunos meses de duración, incluso hasta de un año, pero no más.
La prioridad a partir de la declaratoria de emergencia en el estado por la presencia de la pandemia fue frenar los contagios.
¿Cómo?
Quedándose en casa.
Y en caso de que eso no fuese posible, porque para muchas personas no lo fue, dadas las actividades a las que tenían que recurrir para ganarse la vida, con sana distancia y el uso estricto del cubrebocas.
La Covid-19 requería la colaboración consciente e incondicional de todos los sectores: gobierno, empresarios y sociedad civil, para hacer frente a un fenómeno que amenazaba, todavía lo hace, con devastar la vida concebida hasta entonces.
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Un año después los aprendizajes han sido muchos.
La falta de procedimientos y tecnología gubernamental para conocer de manera exacta la cantidad de contagios y fallecimientos que se han dado a causa del coronavirus impide saber a detalle cómo ha evolucionado la pandemia en la entidad, pero incluso las cifras oficiales muestran que el fin del problema está lejos aún. Febrero de 2021 ha sido el mes de mayor explosión de la enfermedad, con cifras de casos positivos y muertos que superaron a las de todos los conteos previos.
La sociedad civil ha respondido solidaria ante la crisis, de la misma manera que los empresarios, que cuando han podido han aguantado y cuando no han tenido que bajar cortinas y despedir a sus empleados. El gobierno, en sus tres niveles, en cambio, ha tenido atinos y desatinos, como la desorganización exhibida para aplicar la primera dosis de la vacuna a los adultos mayores.
Con todo y eso, este año ha quedado claro que los poblanos pueden unirse y mostrar empatía para sobrevivir y ayudar al prójimo a hacerlo.
Que sigan así, codo con codo, para salir victoriosos en medio de una lucha que no se sabe cuánto más durará.