Aquiles Córdova Morán, dirigente nacional de Antorcha Campesina, ve el mundo a través de una novela de Thomas Mann: Muerte en Venecia.
La trama es tentadora:
Un escritor viejo, decadentista, homosexual —a quien caracteriza como el viejo régimen que se está viniendo abajo— se enamora de un adolescente casi niño —a quien ve como la nueva aurora: la antorcha campesina, urbana y estudiantil, que está naciendo.
En su cursilería infinita, termina por perderse y degradar la gran, extraordinaria, novela de Mann.
En todo caso, Antorcha sería lo viejo, lo decadente, lo que se está derrumbando.
Jamás, ni pensarlo, lo que está forjándose.
La organización del profesor Córdova es el mejor ejemplo —el peor— del uso ignominioso que se les da a los pobres de este país.
Los mueven por dinero y los tratan como peones.
Son los acarreados eternos que el “maestro” —como le dicen al gurú— utiliza para presionar a los gobiernos que busca chantajear.
En la Sierra norte he sido testigo del lucro político que hacen de los campesinos más pobres desde hace décadas.
Hoy como ayer, las cosas siguen igual, aunque gracias al presidente López Obrador y al gobernador Barbosa ahora van a la baja.
Pues bien: los líderes de esta Antorcha decadente se molestaron mucho por una columna que quien esto escribe publicó sobre el romance que la organización mantiene con la alcaldesa Claudia Rivera Vivanco.
Furiosos, desde este lunes por la tarde iniciaron una guerrita de tuits en mi contra.
Al revisar los perfiles de las decenas de tuiteros, descubrí lo obvio: mis nuevos críticos son, sin excepción, los nuevos acarreados.
Acarreados cibernéticos que no se asolean ni caminan kilómetros con sus pies desnudos en aras de presionar.
Acarreados, pues, que son tristes y solitarios bots.
Qué sosos, qué patéticos, qué decadentes.
La Mano Negra Detrás de los Desastres del 8M en Puebla. Si usamos el argumento del presidente López Obrador, expresado este martes en la Mañanera, la vandalización de la legítima marcha feminista en Puebla se vio infiltrada por personajes pagados por los conservadores y fifís.
Como bien dijo, dichos provocadores llevaban marros, martillos, gasolina y bombas molotov.
(Los daños generados al patrimonio cultural de la ciudad de Puebla son incalculables).
Lo curioso es que quienes estuvieron detrás de esos destrozos, al decir de la Secretaría de Gobernación local, fueron personeros de la mismísima presidenta municipal.
Desde temprana hora, Claudia Rivera Vivanco descalificó el uso de vallas en el Centro Histórico.
La respuesta del gobernador Barbosa fue retirarlas —junto con los uniformados— en aras de evitar que se propagara la violencia.
La responsabilidad de lo que ocurriera quedó en la cancha de la alcaldesa.
Llama la atención que la policía municipal no se preocupó por resguardar los edificios históricos.
Tampoco les interesó evitar las agresiones en contra de autos y casas de particulares.
La omisión hizo su agosto.
Al margen del derecho legítimo de las manifestantes, se desató la anarquía.
Los videos que circulan sobre los ataques que sufrió la sede del Congreso del Estado son elocuentes.
La histórica puerta del Palacio Legislativo quedó severamente dañada.
Las pintas sobre el edificio inaugurado en 1905 se multiplicaron, así como el lanzamiento de bombas molotov a través de las ventanas rotas.
Los trabajadores del Congreso corrieron y se escondieron ante el temor de resultar lastimados.
La barbarie se apoderó de la manifestación.
No fue el único caso.
Patrimonio público y privado también fue vandalizado.
(La propia Catedral poblana también sufrió las consecuencias).
Cosa curiosa: sólo el ayuntamiento de Puebla no resultó dañado.
(Una solitaria pinta —“asesinos”— fue el único signo de inconformidad).
Qué conveniente para quien fraguó la perversa estrategia.
Y qué curiosa forma de discriminar tuvo la turba.
Su objetivo fue claro:
Irse en contra del Congreso y dejar virgen, inmaculado, el Palacio Municipal.
Si el medio es el mensaje, ya sabemos lo que quisieron decir.
Y sí, faltaba menos, tiene razón el presidente López Obrador:
Hubo mano negra en las agresiones.
Una mano negra que, en el caso poblano, despacha en el Palacio de Charlie Hall.
La duda que mata es una:
¿Qué ganó la precandidata con todo este desastre?
Nota Bene. Qué pena que con la vandalización dirigida (y orquestada) se perdió la oportunidad de reflexionar sobre los temas que agobian realmente a las mujeres: la brutal violencia que tiene el rostro de los feminicidios y el derecho a abortar, por ejemplo.
Está visto que la venganza política pesa más en la agenda de la supuesta izquierda que gobierna el municipio.
Ah, pero eso sí: Claudia ya defiende al indefendible Félix Salgado Macedonio como lo hace con Andrés García Viveros.
Que Rosa Luxemburgo la redima.