Ahora resulta que dicho nombramiento lo llevó a buscar una candidatura a diputado local por el distrito 19.
Falso.
Primero fue el huevo.
Luego vino el gallinazo.
Méndez —ahijado de René Bejarano, el Señor de las Ligas— empezó a urdir su trama desde que se alió a Claudia Rivera —presidenta municipal de Puebla— y al senador Alejandro Armenta.
Como traidores de novela rusa, los tres armaron una ruta para conspirar en contra del gobernador desde las sombras.
El único traidor en esta historia fue David Méndez.
Los otros dos lo fueron desde hace meses.
Una vez que el aún secretario signó metafóricamente la conspiración, acudió a informarle al gobernador que buscaría ser diputado local.
¿Qué le ocultó?
Su trama de traición.
Días después se registró como aspirante a la candidatura en la sede de Morena.
Una vez que quien esto escribe reveló dicha trama de traición y deslealtad, Méndez minimizó lo publicado y dijo que todo era un invento.
Ese día —24 de febrero— todavía estaba en su agenda continuar en Gobernación mientras la ley electoral se lo permitiera.
A propios y extraños les decía que se iría hacia principios de marzo, pero que su equipo de confianza seguiría trabajando en la dependencia.
Dicho equipo, por cierto —a través de la panista Erika Luna—, ya estaba haciéndole una guerra sucia brutal al nuevo subsecretario.
Tras acudir a su último acto como secretario de Gobernación por el Día de la Bandera, nuestro personaje regresó a sus oficinas muy quitado de la pena.
Ignoraba que lo publicado en La Quinta Columna ya había sido confirmado y que sus horas estaban contadas.
Fue el consejero jurídico, Ricardo Velázquez, quien le dio la noticia de su cese.
Así como se lee: cese.
(Sinónimo de defenestración, de despido inmediato).
Méndez enmudeció, y así se quedó durante el acto protocolario en el que le entregó las oficinas a la nueva secretaria: Ana Lucía Hill.
Pálido, demudado, humillado por la propia situación, Méndez se quedó sin palabras un buen rato.
Sus ojos estaban más extraviados que su gris paso por Gobernación.
(Semanas atrás, Alejandra Domínguez, su esposa y titiritera, había sido despedida abruptamente de su cargo como subsecretaria de Educación Pública. En aquella ocasión, David quiso llegar a los golpes con el propio titular de la SEP, pero la prudencia —no la suya— terminó por imponerse).
Con paso lento, desorbitado, el traidor dejó el espacio desde donde conspiraba en contra del hombre que les dio trabajo a él y a su esposa, y desde donde despachaban —al margen de la ley y el sentido común— los compadres de Bejarano: sus padres, Jorge Méndez y Rosa Márquez.
Con los días, todo se vino abajo.
Las decenas de aviadores fueron descubiertas.
El mal uso de dinero público, también.
Y por fin llegaron, vía esa entrevista a un periódico local la puñalada trapera y la mentira recurrente.
Algo más afloró en la misma:
La confirmación del acuerdo con Claudia Rivera, quien tan espléndida ha sido con los Méndez Márquez.
Vea el hipócrita lector:
A la pregunta de qué pensaba sobre el gobierno de la alcaldesa, dijo que “el propio ayuntamiento tendrá que hacer su reflexión ya que los ciudadanos son los que en su momento tendrán que calificar el desempeño realizado a lo largo de su mandato”.
Ufff.
Esta tibieza no es gratuita.
Tiene cola.
Apesta a acuerdos debajo de la mesa.
Huele a obra pública.
Faltaba más.
Los Méndez Márquez son expertos en esas negociaciones.
No en balde, hace algunos años, en tiempos del priista Ernesto Zedillo, Rosa Márquez fue exhibida —en un reportaje periodístico de Beatriz Gutiérrez Müller— como becaria de la Sedesol junto con otra Rosa.
Las Rosas Salvajes, las bautizó Beatriz.
Pero volvamos al traidorcito de opereta.
La Secretaría de Gobernación fue, en su mediocre periodo, una dependencia escandalosamente obesa y plagada de funcionarios ligados a los diversos grupos del Partido Acción Nacional, entre otros a Eduardo Rivera Pérez y Jesús Zaldívar.
Docenas de operadores panistas trabajaban con dinero del erario para otros proyectos muy ajenos al gobierno del estado.
En una columna anterior dimos cuenta de eso.
Esa columna precisamente contribuyó en parte para que lo echaran penosamente de la cueva de los conspiradores.
De pena ajena.