La Biblioteca Vasconcelos no es la catedral de la lectura que prometió Fox ni la obra rehabilitada que propuso Calderón. El acervo y los lectores son mucho menos de lo proyectado y la humedad no cede
Tal vez lo más valioso de la Biblioteca Vasconcelos sea la libertad de deambular por sus inmensos espacios, tomar el libro que te place, arrellanarte en un sillón o salir al jardín y al leer, dejar que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto, como dice Ítalo Calvino en Si una noche de invierno un viajero.
Pero en la Vasconcelos lo que te rodea no es la televisión, como en la novela del italiano, sino la belleza del palacio futurista construido con mármol, acero, granito y madera. El techo y las paredes de cristal, permiten una luz plena. La estantería colgante de libros parece ir a tu encuentro y los jardines botánicos son este otoño un paisaje irreal.
Por dentro, el recinto es espectacular y “espectáculo a la vez”, como dice el libro Biblioteca Vasconcelos Library , coeditado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) y la Dirección General de Publicaciones.
Estás como en un ensueño, recorriendo la estantería y los espacios de lectura, cuando una gota fría te despierta. Viene de lo alto y te cayó en el brazo. Lonas comunes de plástico buscan proteger al palacio de esa humedad, como en las casas de los más pobres.
No es una imagen agradable. Es como descubrir las cortinas hechas jirones en una mansión, rasgada la ropa de un príncipe.
Sin embargo, “nuestros usuarios no se quejan de estas condiciones puesto que se les sigue atendiendo y cubriendo sus necesidades tanto de información como culturales”, dice Conaculta en un comunicado a petición ex professo.