Antes de dirigirse a la catedral de Roma, el santo Padre se detuvo en el Capitolio romano, sede de la administración cívica y democrática de la ciudad, en donde recibió, a los pies de la escalinata, el saludo y homenaje del alcalde de la ciudad, Roberto Gualtieri. El Papa agradeció al alcalde y a las autoridades civiles presentes por la acogida recibida y expresó su deseo de que “Roma se distinga siempre por aquellos valores de humanidad y civilización que toman su linfa vital del Evangelio”.
Al inicio de su homilía, en la Basílica de San Juan de Letrán, tras saludar a los cardenales, obispos, a los “queridos sacerdotes” y a los amados fieles, el Pontífice destacó que “Roma es heredera de una gran historia, consolidada en el testimonio de Pedro, de Pablo y de innumerables mártires, y tiene una misión única, perfectamente indicada por lo que está escrito en la fachada de esta catedral: ser Mater ómnium Ecclesiarum, Madre de todas las Iglesias”.
El papa invitó a los fieles a reflexionar sobre la dimensión materna de la Iglesia y sobre las características que le son propias: la ternura, la disponibilidad al sacrificio y esa capacidad de escucha que permite no sólo socorrer, sino a menudo prever las necesidades y las expectativas, antes incluso de que se formulen.
“Son rasgos que deseamos que vayan creciendo en el Pueblo de Dios en todas partes, también aquí, en nuestra gran familia diocesana: en los fieles, en los pastores y, antes que nadie, en mí mismo”, afirmó.
Inspirándose en las lecturas propuestas por la liturgia, que narran cómo la comunidad de los orígenes afrontó el desafío de la apertura al mundo pagano para el anuncio del Evangelio, el Santo Padre evidenció que “en todo el proceso, la escucha más importante que hizo posible todo lo demás fue la de la voz de Dios.
“De ese modo, nos recuerdan que la comunión se construye ante todo ‘de rodillas’, en la oración y en un continuo compromiso de conversión”. “También el Evangelio nos reitera este mensaje diciéndonos que, en las decisiones de la vida no estamos solos”, añadió.
Explicó, que el Espíritu nos enseña las palabras del Señor grabándolas profundamente en nosotros, según la imagen bíblica de la ley que ya no está escrita en tablas de piedra, sino en nuestros corazones; don que nos ayuda a crecer hasta transformarnos en “una carta de Cristo”, los unos para los otros.
Y aquí entra en juego el otro verbo, “recordar”, aseveró el Santo Padre.
“Es decir volver a dirigir la atención del corazón a lo que hemos vivido y aprendido, para penetrar más profundamente en el significado y saborear su belleza”.
El camino de la diócesis de Roma
A este respecto, León XIV evidenció “el comprometido camino que la diócesis de Roma está recorriendo en estos años”, un camino “difícil, aún en curso, que intenta abrazar una realidad muy rica, pero también muy compleja.
“Es, sin embargo, un camino digno de la historia de esta Iglesia, que muchas veces ha demostrado que sabe pensar “a lo grande”, entregándose sin reservas en proyectos valientes, y arriesgándose incluso frente a escenarios nuevos y complejos”.
Para concluir, el Papa León XIV, expresó el deseo y el compromiso de entrar en este vasto proyecto poniéndome, en la medida de lo posible, a la escucha de todos, para aprender, comprender y decidir juntos.
Cristiano con ustedes y Obispo para ustedes, como decía san Agustín, les pido que me ayuden a realizarlo mediante un esfuerzo común de oración y de caridad”, manifestó.
Para concluir, el Papa León XIV citó palabras del Beato Juan Pablo I cuando, en 1978, saludó a su nueva familia diocesana.
“Puedo asegurarles que los amo, que solamente deseo servirlos y poner a disposición de todas mis pobres fuerzas, todo lo poco que tengo y que soy”, expresó.
“También yo quisiera expresarles todo mi afecto, con el deseo de compartir con ustedes, en el camino común, alegrías y dolores, fatigas y esperanzas. Del mismo modo, les ofrezco “todo lo poco que tengo y que soy”, concluyó.