El nepotismo ha sido una práctica recurrente en la política poblana, una sombra que se extiende desde los más altos cargos hasta las estructuras municipales y sindicales. Esta tendencia de perpetuar el poder dentro de círculos familiares y de lealtades ha generado un sistema viciado que no solo limita la competencia democrática, sino que también compromete la calidad de la gobernanza.
Desde hace décadas, Puebla ha sido testigo de cómo los lazos de sangre y la cercanía política han definido el destino de la entidad. No se trata solo de la continuidad de apellidos en cargos públicos, sino de un entramado de intereses que facilita la consolidación de grupos de poder, dejando de lado el mérito y la preparación de los funcionarios.
El ejemplo más claro de ello fueron las administraciones encabezadas por Rafael Moreno Valle y su esposa, Martha Erika Alonso, quienes construyeron un aparato político que favorecía a sus aliados más cercanos y frenaba la irrupción de nuevas voces. El trágico desenlace de su historia política no borró las estructuras que dejaron, sino que permitió su reconfiguración en otros grupos de poder que replican los mismos vicios.
A nivel municipal, el nepotismo es una constante que se normaliza con la designación de familiares en puestos clave dentro de los ayuntamientos. Regidores, directores de dependencias y funcionarios de primer nivel suelen compartir lazos consanguíneos con los alcaldes en turno. Esta práctica impide la construcción de administraciones basadas en el profesionalismo y refuerza el clientelismo.
En el ámbito legislativo, tanto a nivel local como federal, Puebla ha sido testigo de la imposición de candidatos que heredan los escaños de sus familiares o benefactores políticos. Así, la pluralidad y la representación real de los ciudadanos quedan supeditadas a acuerdos entre cúpulas, donde el acceso a las candidaturas se define más por compromisos previos que por el respaldo de la ciudadanía.
Los sindicatos en Puebla no han sido ajenos a esta tendencia. Por el contrario, han sido una de sus expresiones más visibles. Durante años, líderes sindicales han asegurado que sus hijos, esposas y allegados continúen en el control de gremios clave, como los del sector educativo y de trabajadores del estado. Esta endogamia sindical no solo mina la renovación generacional, sino que también obstaculiza la democratización de estos organismos.
Con el proceso electoral en puerta y una sociedad más informada y exigente, surge la pregunta clave: ¿seguirá Puebla atrapada en el ciclo del nepotismo? Si bien la alternancia en el poder ha mostrado que los actores pueden cambiar, las prácticas persisten. La clave para romper con esta inercia radica en la participación ciudadana activa, el fortalecimiento de instituciones que regulen estos excesos y la exigencia de mecanismos que garanticen procesos de selección transparentes y basados en el mérito.
El reto no es menor. La permanencia de estructuras clientelares y de redes familiares en el poder compromete el desarrollo de Puebla, perpetuando una clase política que responde más a sus propios intereses que a las necesidades de la ciudadanía. Sin embargo, la presión social y el escrutinio constante pueden ser herramientas efectivas para transformar esta realidad.
El cambio no llegará por sí solo, será necesario que los poblanos exijan gobiernos y representantes que rompan con la herencia del nepotismo y trabajen por una administración pública realmente incluyente y eficiente. La pregunta es: ¿está Puebla lista para dar ese paso?
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