Durante la edad escolar de un infante es importante detectar posibles problemas y trastornos de aprendizaje, principalmente porque los maestros pueden detectar que ciertos estudiantes presentan un rezago. Estas señales de alerta suelen llevar a los padres a buscar una evaluación diagnóstica. Sin embargo, en muchos casos, este diagnóstico resulta insuficiente si no se complementa posteriormente con el apoyo terapéutico y académico adecuado. Es aquí donde surge la necesidad de una comprensión más profunda de la neurodiversidad y de la implementación de prácticas inclusivas en nuestras escuelas.
La neurodiversidad se refiere a las variaciones naturales en la forma en que los cerebros humanos procesan y organizan la información. Este concepto abarca condiciones como: el autismo, el déficit de atención e hiperactividad (TDAH), la dislexia, la epilepsia, entre otros. Y es fundamental entender que estas diferencias no impiden que los niños aprendan o se desarrollen académicamente; al contrario, enriquecen la diversidad de experiencias y formas de aprendizaje en el aula. Sin embargo, la sociedad, y en particular el sistema educativo, aún tienen mucho que aprender sobre cómo integrar efectivamente a los estudiantes “neurodivergentes” en un entorno de aprendizaje inclusivo y equitativo.
Para apoyar de manera efectiva a estos estudiantes, es esencial implementar un enfoque basado en un triángulo de atención. Este enfoque implica que el niño reciba un tratamiento terapéutico adecuado, la familia se involucre activamente en su apoyo, y la escuela genere un ambiente inclusivo, con las condiciones y apoyos pertinentes. Bajo este modelo, todos los niños, independientemente de sus particularidades neurológicas, tienen la oportunidad de crecer y desarrollarse en su aprendizaje.
Sin embargo, a pesar de los beneficios claros de este enfoque, persisten numerosos desafíos. Uno de los más significativos es la falta de accesibilidad y oportunidades. Los servicios de salud mental para menores en edad escolar son limitados y, en muchas ocasiones, difíciles de acceder. Los servicios públicos están a menudo saturados, lo que resulta en citas espaciadas, un seguimiento insuficiente y un apoyo terapéutico deficiente. Esta situación no es totalmente responsabilidad de los profesionales de la salud mental pública, quienes trabajan con recursos limitados y en condiciones difíciles. La falta de personal especializado, instalaciones adecuadas, pruebas diagnósticas y materiales terapéuticos impide que la salud mental sea verdaderamente accesible para todos.
Además, la Secretaría de Educación enfrenta desafíos similares. Las escuelas públicas, especialmente en áreas urbanas, están sobrepobladas. Esta carga de trabajo extrema deja a los docentes con poco tiempo y energía para implementar las adecuaciones necesarias para los estudiantes neurodivergentes o para capacitarse de manera continua en metodologías de educación inclusiva. Esta sobrecarga, junto con la falta de empatía y comprensión, genera situaciones de discriminación en las escuelas. En muchos casos, en lugar de buscar los apoyos adecuados, los pequeños con esta condición son marginados, relegados a un segundo plano o incluso aprobados sin haber recibido la atención necesaria.
La indiferencia social hacia las necesidades de estos niños también contribuye a que sus problemas pasen desapercibidos. Es alarmante considerar que, en muchas comunidades, la neurodiversidad aún se ve como una anomalía que debe ser corregida, en lugar de una variación natural que debe ser entendida y apoyada. Para cambiar esta percepción, es fundamental que se promueva una mayor conciencia y educación sobre la neurodiversidad, no solo entre los profesionales de la educación y la salud, sino también en la sociedad en general.
Un aspecto crítico que a menudo se pasa por alto es el impacto a largo plazo que tiene la falta de apoyo adecuado para los estudiantes neurodivergentes. Cuando estos niños no reciben la atención y los recursos que necesitan, no solo se ve afectado su rendimiento académico, sino también su bienestar emocional y su desarrollo social. Esto puede llevar a problemas de salud mental, dificultades en la integración laboral y social, y una menor calidad de vida.
La creación de entornos educativos verdaderamente inclusivos requiere una inversión significativa en formación docente, recursos educativos adaptados y apoyo terapéutico continuo. Las políticas educativas deben ser revisadas y actualizadas para garantizar que se respeten y promuevan los derechos de todos los estudiantes, incluidos aquellos con necesidades especiales. Además, es crucial que las familias reciban el apoyo necesario para comprender y acompañar a sus hijos en su proceso de desarrollo, lo que incluye acceso a orientación profesional, redes de apoyo y recursos educativos.
Es esencial que como sociedad avancemos hacia una mayor empatía y comprensión de este tema. Cada niño tiene el derecho a una educación que le permita alcanzar su máximo potencial, y esto solo se logrará si somos capaces de reconocer y celebrar las diferencias individuales. Al crear entornos más inclusivos y al atender las necesidades de todos los estudiantes, no solo mejoramos la calidad de vida de los niños neurodivergentes, sino que también construimos un futuro más justo y equitativo para todos.
Ignorar estas necesidades y no actuar en consecuencia es ignorar el futuro de México. Nuestra sociedad no puede prosperar si seguimos dejando de lado a aquellos que más nos necesitan. Debemos reconocer que invertir en la educación inclusiva y en la neurodiversidad es invertir en el futuro de nuestro país. Solo así podremos asegurar que todos los niños, independientemente de sus diferencias, tengan la oportunidad de contribuir positivamente a nuestra sociedad.