Su esposo Sergio la despertó.
“Jose, tienes pesadillas”.
Vázquez Mota abrió los ojos lentamente y sonrió.
“¿Ya ganamos, mi amor?”, preguntó somnolienta.
Sergio le abrió los ojos y le dijo: “Es hora de que te levantes. Majo y yo casi estamos listos”.
El desayuno fue ligero.
Ligerísimo para la candidata del PAN: un huevo pasado por agua, media toronja, un vaso de leche y un yogurt natural.
Durante el trayecto al búnker panista, su esposo le preguntó qué estaba soñando:
-Gritabas horrible.
-Ajá. Algo recuerdo. Íbamos Majo y yo en un avión y de pronto Peña Nieto apareció sentado a mi lado.
Todos rieron.
-Qué bobita, mami –le dijo su hija.
En las oficinas todo mundo iba y venía.
Eran las 8 de la mañana del día más largo en el calendario de Josefina Vázquez Mota.
Se encerró en su privado con su esposo y su hija.
Nadie más.
Su particular le tocó la puerta.
“Jose, Roberto Gil quiere hablar contigo”, le dijo.
“Ahorita no puede”, respondió Sergio.
Majo le daba reflexología a su mamá.
Primero en los dedos de la mano, luego en los de los pies.
Una amiga suya que había estado en China le pasó la receta.
Afuera del privado, Roberto Gil despotricaba contra el esposo de la candidata.
“¡Es un pendejo! Sólo la está perjudicando! ¿Quién se cree que es ese cabrón?”.
Nadie lo miraba.
Todos asentían.
Majo le leyó a su mamá algunas columnas políticas del día.
“El sapodrilo dice que te va a ganar Peña Nieto. Ya sabes que está maiceado por el PRI. Enrique Krauze dice que va a ganar López Obrador. Horror. ¿Cómo le hace ese señor para cambiar de opinión tan rápido?”.
Sergio le dijo a Majo que ya no pusiera nerviosa a su mamá, que ya con las estupideces de Roberto Gil era suficiente, que lo mejor era concentrarse en la jornada de ese día.
Majo siguió leyendo en voz alta algunas columnas.
Su padre le gritó que se callara.
Sobrevino una discusión:
-¡Deja de manipular a mi mamá! ¡Beto Gil tiene razón! ¡No la dejas ni respirar!
-¿Qué dice de mí el inepto ese?
-¡Que mi mamá es tu rehén y que por tu culpa va a perder!
Vázquez Mota llamó a la calma.
-¡Tú no te metas! –le gritó su esposo.
El particular entró y sacó a Josefina.
Roberto Gil la encaró.
-Jose, hoy es el día decisivo en nuestras vidas. No me puedes ignorar como lo haces por culpa de tu esposo. Te recuerdo que yo soy el coordinador de tu campaña.
-Ay, Robert, ya sabes cómo es Sergio. Déjalo. Está muy emocionado en participar.
-Pero te está haciendo un daño irreparable. De no ser porque el presidente Calderón metió a Mario Marín a la cárcel y atrapó al Chapo Guzmán las cosas estarían muy complicadas.
-Pero dejó libre a López Obrador.
-Ya te dije que por él ni te preocupes. Hace seis años también ganó pero no fue presidente.
-Ay, Robert.
La puerta se abrió.
Sergio y Majo aparecieron en escena.
Jose se turbó y se despidió de Gil.
-Vámonos –ordenó el marido.
La familia subió a una Suburban blindada color plata.
El chofer preguntó por la ruta a seguir.
-Vamos a Los Pinos –ordenó Sergio.
-¿A Los Pinos, amor?
-Vamos a ver a Felipe. Ayer le dije que iríamos a verlo.
-¿Para qué, mi vida?
-Ya te enterarás.
A los veinte minutos Calderón los recibía con un abrazo.
-Te ves muy bien, Jose.
-Gracias, presidente y amigo.
En veinte minutos les dijo lo que tenían que hacer de aquí a las ocho de la noche, cuando las encuestadoras darían a conocer los primeros números.
“Después de votar vete a tu búnker. No recibas a nadie. Estás muerta. No ves. No oyes. No hablas. Sergio ya tiene instrucciones. A las seis en punto declaras tu triunfo ante López Dóriga. Ya está planchado. López Obrador también dirá que ganó pero no habrá televisora que le dé los micrófonos. Organicen desde ahora la fiesta del triunfo. No dudes un solo momento. El IFE también está planchado. Sergio te dirá qué hacer si se te olvida el guión, Jose. Majo te dará reflexología todo el día para que estés como Dios manda. ¿Ya desayunaste? ¿Qué desayunaste?”.
El presidente los despidió con un abrazo.
Margarita Zavala le gritó “adiós, presidenta” a lo lejos.
El día pintaba luminoso.