El Comité Ejecutivo Nacional del PAN analiza el cambio de logotipo y hasta de nombre de Acción Nacional, como una medida extrema para buscar el reposicionamiento de ese instituto, como opción política, ante la abrumadora paliza que el actual régimen les ha propinado en las urnas, sin contar que ya no es atractivo para las ciudadanas y los ciudadanos.
El panismo, lo reconocen muchos de ellos mismos, nada más ya no pinta y poco o nada queda de identidad con los valores del momento fundacional del partido que gobernó durante dos sexenios el país, de 2000 a 2012.
Aquel instituto que nació en 1939 con una ideología de centro-derecha, defensor de la clase media emergente y los empresarios, que buscó contrarrestar las políticas nacionalistas radicales del presidente Lázaro Cárdenas del Río, sencillamente ya no existe.
El Partido Acción Nacional (PAN) de hoy se parece más al de las concertacesiones del salinato y es irremediablemente ahora asociado con el PRI, una marca asociada a la corrupción, el abuso y la narcopolítica.
El PRIAN (mezcla del PRI y el PAN) ha sido el enemigo perfecto –por frágil y absurdo– para que florezca el Movimiento Regeneración Nacional (Morena) y sus partidos aliados y hoy dominen las cámaras del Congreso de la Unión.
Poco atinaron los líderes partidistas que en 2021 decidieron aliarse sin pudor y sin restricciones, porque en lugar de sumar sus “capitales”, lo que consiguieron fue amalgamar la peor percepción que se tenía de los dos institutos políticos.
De ahí que la vía que se analiza en la oficina principal de la sede del CEN panista sea quemar las vestimentas manchadas con la alianza con el tricolor.
Cambiarle el rostro y hasta el nombre al PAN.
Un PAN que en las últimas encuestas se ve casi muerto.
Que no tiene peso en la vida política electoral del país.
Que no pinta, por ejemplo, en las cámaras del Congreso de la Unión.
Que perdió identidad entre la creciente, en otros tiempos, clase media.
Hoy parece tan lejano ese PAN que dominó estados y regiones enteras, que era invencible en el Bajío, en la zona de Querétaro, el norte, donde ganó sus primeras alcaldías y gubernatura, que tuvo una trinchera tan importante como Yucatán, en el sur del país.
Aquel partido que fue un símbolo de lucha y dignidad opositoras en Puebla, pero que terminó llevando al Senado de la República a personajes tan impresentables, como el expriista Néstor Camarillo Medina, un paria en el sentido extendido del concepto.
¿Puede renacer ese Acción Nacional?
¿Podrá el corrupto e ineficaz y cobarde PAN poblano beneficiarse realmente de un cambio así?
¿Un cambio de color, nombre y logo devolverá fuerza electoral a ese instituto?
La fórmula no es nueva ni única.
El Partido Revolucionario Institucional (PRI) cambió dos veces de nombre, aunque no de colores, desde su fundación como Partido Nacional Revolucionario (PNR), en 1929.
Luego, en 1938, se rebautizó como Partido de la Revolución Mexicana (PRM) y finalmente en 1946 adoptó su nombre actual.
Claro que esos cambios se debieron a gustos o momentos históricos identificados con personajes específicos y no por una necesidad de reposicionamiento.
El PAN, y es irrebatible, sí necesita urgentemente el reposicionamiento.
No pinta y casi no existe.
No está convidado ni es necesario, por ejemplo, en la discusión de Reforma Electoral.
Un poco como broma, entre los mismos panistas se dice que “no quieren que Televisa haga su documental PAN: Crónica del fin“.
Se habla de que la muda está en análisis, el bisoño dirigente Jorge Romero sigue en esa ruta, y ocurriría tras una Asamblea Nacional después del nombramiento y control total de la mayoría de consejeros.
Sí, parece exagerado, pero no: El cambio de piel está en proceso.