La ciudad de Cancún, hoy principal destino turístico del país emergió de una iniciativa federal que buscaba explícitamente ser un paradigma de ciudad sustentada en el turismo internacional creciente.
La joya del Caribe mexicano. Imaginada así por sus planificadores en quienes aún resonaba el ejemplo de Brasilia y sus grandes arquitectos, Óscar Niemeyer y Lúcio Costa. Así que poéticamente creían que una ciudad moderna en el Caribe de México podía nacer como Venus del mar, como Minerva de la cabeza de Zeus.
La realidad está hecha de falacias. Brasilia era una ciudad administrativa, la nueva capital de Brasil, solución que a la vez aliviaba la vida urbana de Río de Janeiro y de Sao Paulo, parecía para aquellos tiempos una solución inteligente que se adentraba a territorios inexplorados del interior de la Amazonia. En aquellos tiempos, todo avance territorial sobre la naturaleza brava y virgen se consideraba un logro de la civilización, ecos del viejo paradigma entre civilización y barbarie. Todo era festejo y premios internacionales. Niemeyer recibió el premio Lenin de la Paz en 1963.
10 años después, Cancún emergía también prácticamente de la nada. Avanzaba a la vez sobre costas cristalinas y selva virgen, esteros, manglares, ecosistemas hermosos y frágiles a la menor intervención del hombre. A la falta de modernidad se le veía feo, como un defecto de formación del quintanarroense, que ni siquiera era ciudadano completo, pues vivía en un territorio federal y no en un estado federativo. Cancún sería, pues, hija legítima de las políticas regionales de gran calado que el gobierno mexicano se propuso impulsar desde los años sesenta del siglo XX (Iztapa-Zihuatanejo, Bahía de Banderas, Los Cabos, entre otros).
En Cancún, el planificador tenía ante sí, además de una extensa costera virgen, con un superlativo ecosistema con predominio en esteros y manglares, a un pequeño pueblo de pescadores ancestrales insertado entre la selva, distanciado prudentemente de la costa por grandes cuerpos de agua, apenas separados del mar por frágiles barras o barreras. En el horizonte: un mar extraordinario propenso a agresivos huracanes.
Para los planificadores, el pueblito de pescadores serviría como un poblado de apoyo que a la vez se erigiría como un centro comunitario de un municipio reacondicionado a la modernidad, o sea, para servir en el futuro de centro de mercado local y de administración municipal, cuyo tamaño de ciudad se iría adecuando a la coyuntura turística internacional (jamás lo vislumbraron como centro metropolitano).
Cancún, desde principios sería el hábitat de los trabajadores migrantes atraídos por el trabajo popular de servicios y construcción. Empero, Cancún no requería ser un poblado de apoyo, sino ser tratado como núcleo central de un tejido urbano formado de base con 8 barrios, o superbarrios, por lo menos. Las proyecciones de población permitirían ir regulando su crecimiento de manera que habría espacio y tiempo para orientar las tendencias del crecimiento. Grave ingenuidad viniendo del análisis cuantitativo imperante.
Al cabo del siglo se reconocieron fallas. Entre otras que las políticas urbanas se desajustaron ante las tendencias evolutivas de la emergente metrópoli. En efecto, desde una etapa primaria de crecimiento súbito, reforzada por políticas cuyo objetivo central era sectorial: el fomento turístico se unificó en un solo cuerpo institucional: Fonatur. Paradójicamente, su eficiencia marcó el tipo de desarrollo urbano de Cancún en los siguientes años dejando a la deriva los efectos indirectos de la expansión hotelera extraordinaria; esto es, la cuestión de la vivienda en el sector marginal, cual persistente realidad metropolitana. Así, en imprevisto efecto de espejo, la expansión urbana de la acelerada migración –generada por la expansión de la oferta hotelera– atrajo brazos, rebasó las metas previstas del crecimiento urbano, presentes en la continua actualización de sus programas municipales de desarrollo urbano.
En retrospectiva, se advierte que los procesos de planeación e instrumentos elaborados (de 1983, 1997, 2008, 2018) para normar las estructuras urbanas precedentes, colapsaban por destino, debido a que por más que la planeación trataba de someter a control el crecimiento y los usos del suelo, siempre iba a la zaga de la dinámica turística, pues para entonces Cancún ya era un lugar de destino mundial. A finales del siglo XX, eso era la realidad de Cancún y su municipio Benito Juárez.
Al considerar los resultados históricos de un proceso consistente de planeación urbana y sus magros logros; al contrastarlos con sus grandes objetivos (y premios internacionales asociados al Implan de Cancún), no puede dejar de señalarse que en Cancún ninguna política sectorial puede por sí misma, dictar y regular los procesos de desarrollo, sea urbana o del desarrollo turístico.
¡Ojo! La oportunidad desde la coordinación metropolitana de impulsar políticas integrales ambientalistas, movilizando los tres niveles de gobierno es mayúscula en Cancún, porque lo metropolitano involucra tan solo al municipio de Benito Juárez.
En dichos términos. Hoy el planificador está ante un infranqueable imperativo categórico: o aprende a planificar con arreglo a la resiliencia de los ecosistemas, o sus ideas serán retardatarias. Esa es la cuestión.