A petición de los hipócritas lectores, ofrezco otros capítulos de mi novela “Se dicen cosas horribles de ti”, de próxima aparición bajo el sello Dorsia.
Mario Martell, próximo doctor en Letras —gracias a una tesis que está escribiendo sobre el gran escritor Sergio Pitol—, escribió el escolio con el que cierra el libro, en tanto que el genial Jis —el de Jis y Trino— autorizó la publicación de un espléndido cartón.
Dejo en sus manos los primeros capítulos de esta novela.
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Se dicen cosas horribles de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
En eso voy pensando cuando un policía chino nacido en Tlaquepaque me obliga a quitarme los Clarks de ante en la Sala Pedro Páramo del aeropuerto Juan Rulfo. Tras un interrogatorio muy puntual, decide que soy sospechoso de algo y me obliga a entrar en la Sala Susana San Juan, donde otro policía me mantiene virtualmente secuestrado durante media hora, en lo que checan mi filiación política y mis generales. Tras deliberar con su jefe, me ofrece disculpas y dice que mi detención se debió a un error de logística del policía chino, quien me confundió con el Mini Lic.
Malhumorado, alquilo un auto híbrido Prius en un negocio turbio llamado Fox Inc. en lugar de hacerlo en el local de Hertz, que parece más confiable. Tras los trámites de rigor, un hombre realmente parecido al Mini Lic me entrega las llaves del híbrido y me voy a un motel llamado Sexus, pues la habitación de mi hotel no está disponible todavía. El Sexus es un motel donde hay luces moradas y rojas en el baño, así como condones usados, gel ablanda culos y unas medias de mujer severamente dañadas.
Tras dormir unas dos horas me dirijo al Hilton, el hotel de los grandes escritores, donde un año antes hice mi reserva. En el vestíbulo veo a Raúl Padilla, presidente fundador de la FIL, quien conversa con lo que queda de Héctor Aguilar Camín. Detrás suyo, Ángeles Mastretta se pinta los labios desaforadamente. Su parecido con Pita Amor es cada día mayor. Algo alcanzo a escuchar que le dice Aguilar Camín a Padilla sobre un Frente Ciudadano AntiAMLO y la necesidad de hacer una reunión con Ricardo Anaya, Alejandra Barrales, Dante Delgado, Enrique Alfaro y Jorge G. Castañeda.
En Guadalajara y en la Ciudad de México, y en Tlaquepaque, se dicen cosas horribles de Raúl Padilla.
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Bajo a la cantina La Reforma Uno, del Hilton, y veo en una mesa junto a la barra a Castañeda y una señora que alguna vez fue guapa. Él bebe Etiqueta Negra en las rocas. Ella, un coctel Margarita. Él parece regañarla mientras le toca las piernas y las nalgas. Ella le dice algo de Adela Micha. Él toma el teléfono y habla a gritos con alguien que parece ser Aguilar Camín.
—¡Ya chingamos!—, grita Castañeda cuando cuelga, y le dice a su acompañante algo así como “habemus frente antiAMLO”. Luego le vuelve a tocar indistintamente las nalgas y las piernas.
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Con su eterno suéter de universitario, José Woldenberg se toma un café en el restaurante del hotel Westin. Cuando la gente lo ve pasar, murmura: “Ahí va el último demócrata”. Antes decían que era “el último revisionista”. Y antes aún: “el último comunista”. Técnicamente él se considera “el último socialdemócrata”.
Se dicen cosas horribles de José Woldenberg.
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En la Sala 4 de la FIL está Gaby Vargas y en la Sala 5 Yordi Rosado. Antes hacían libros juntos. Hoy tomaron caminos diferentes. Es un decir, porque se pelean los temas y las maneras de abordarlos. Juntos hicieron “Quiúbole con… tu cuerpo”. Hasta ahí todo iba bien. Ganaban ellos y ganaba Penguin Random House. El problema empezó cuando Yordi se sintió John Lennon y rompió con los Beatles. Entonces publicó “Quiúbole con… tus nalgas” y “Quiúbole con… tu escroto”. Gaby Vargas, en tanto, publicó casi a la par “Quiúbole con… tus chichis” y “Quiúbole con… tu celulitis”.
En la Sala 4, ésta presenta “Quiúbole con… tu estatura” (en obvia referencia a Yordi, que es casi enano), y éste presenta “Quiúbole con… tu menopausia” (dedicado, inevitablemente, a la hermana de los señores Vargas, defenestradores, por cierto, de Carmen Aristegui en MVS.