Pareciera que me quedé dormida y desperté en una realidad alternativa. Desperté caminando por las calles de la ciudad de Puebla, donde los negocios establecidos, y que pagan impuestos, están abiertos a media cortina o tienen entradas ocultas para poder ejercer la actividad de antes: solo vender.
Hago el trámite que necesito y avanzo. Cada vez son más los negocios establecidos que veo operando “clandestinamente” en el Centro Histórico porque su actividad no está catalogada como esencial y, aun así, hacen el intento de generar ventas.
Pareciera que los empleados de esos negocios me estuvieran ofreciendo sustancias prohibidas, pero no. A mi paso por sus locales, me murmuran: “estamos abiertos”, “pase a ver los zapatos”, “puede preguntar”, “sí estamos atendiendo”, “pase, pase”. Lo hacen de una forma tan sutil y tan secreta, que me imagino que me están induciendo a alguna actividad ilícita. Nunca había visto algo semejante en los establecimientos.
El contraste es grande cuando sigo recorriendo la banqueta y algunos ambulantes me ofrecen –sin reparos, temores, ni voz tenue- cubrebocas, caretas, dulces, empanadas, billetes de lotería o hasta cigarrillos. Ellos sí pueden hacer sus ventas en la calle, libremente. Aunque la patrulla está en contraesquina, parecen despreocupados y siguen ofertando sus artículos.
Por eso parece que el mundo está al revés, porque hace algunos meses, quienes vendían en la clandestinidad, con cierto miedo a operar eran justamente los ambulantes.
COMPRAR A MEDIA CORTINA
Un establecimiento que nunca antes había visto, llama mi atención por los colores con los que fue decorado por dentro. Venden productos no esenciales y solo está abierta una pequeña puerta de entre las cortinas metálicas.
Me asomo y en seguida una mujer me dice “pasa, está abierto”. Entonces me acerco a ver la mercancía y le pregunto por qué está –medio- abierta la tienda. Me relata que es totalmente nueva, pero no podían empezar operaciones por la pandemia. De hecho, sigue sin poder hacerlo, de acuerdo a las autoridades estatal y federal, y sus disposiciones.
Son al menos 5 empleos directos los que estaban frenados en dicha tienda –reflexiono-, tomando en cuenta a los 4 vendedores y a la cajera.
¿Qué pasaría si viene un inspector en este momento?, ¿qué harían con nosotros (los clientes)?, le pregunto a la mujer. Me dice que no habría problema porque dirían (a las autoridades) que solo estamos viendo, sin comprar, además de tener todos sus documentos en regla, como los permisos del ayuntamiento y una constancia de que los empleados tomaron un curso para la nueva normalidad (no me aclara si es del IMSS o alguna otra instancia pública).
Confiesa que sí hay temor a una sanción o a un cierre, pero es más la necesidad de ella y sus compañeros.
Compro un par de accesorios y salgo de la tienda por esa misma puerta que la hace ver como un negocio clandestino. A las afueras, una gran ciudad con pocos negocios abiertos de par en par, me aguardan.
Continúo mi camino y veo que hay decenas de negocios que operan en las mismas condiciones. La formalidad hoy trabaja en Puebla, en la clandestinidad, como si estuvieran delinquiendo. No importa que –a diferencia del comercio informal- los empleados de esas tiendas, sí tengan seguridad social o prestaciones, pues todos ellos actúan sigilosamente, como si vendieran animales en peligro de extinción, droga, autos chocolate, contrabando o cualquier otra cosa ilegal. La realidad es que solo venden accesorios, ropa, artesanías, lencería, zapatos, decoraciones, plásticos o papelería.
Así es la “nueva normalidad” para los negocios formales en la ciudad donde vivo, mientras el semáforo de la contingencia sanitaria siga en rojo.