El caso de Rogelio López Angulo, el tristemente célebre alcalde de Huauchinango, regañado por inepto e insensible por la presidenta Claudia Sheinbaum en medio de la tragedia que vive la Sierra Norte de Puebla, es quizá el más paradigmático de un fenómeno político que resulta una verdadera plaga para las sociedades que dicen gobernar, sobre todo en medio de crisis: el “chapulineo”, primo hermano del oportunismo.
López Angulo ha sido presidente municipal tres veces (la primera ocasión, de 2008 a 2011; la segunda, de 2021 a 2024, y la tercera, en el trienio que corre: de 2024 a 2027).
En 2013 volvió a intentarlo, pero afortunadamente fracasó; si no, ya serían cuatro.
Lo que llama poderosamente la atención es, por supuesto, el arraigado cacicazgo que exhibe la oscura historia de este personaje oriundo, por si algo faltara, de Salvador Alvarado, en el estado de Sinaloa.
Pero lo que definitivamente sí alarma es que López Angulo haya transitado, como buen saltimbanqui, de partido político en partido político, como “Pedro por su casa”, sin asomo de pena, burlándose de todo mundo y anteponiendo siempre su ambición de poder y dinero.
En 2007 fue candidato de la “Coalición Unidos Para Ganar”, conformada por PRI y PVEM.
En 2013 repitió como candidato del PRI y PVEM –fue cuando perdió la elección.
En 2021 dio un primer viraje y fue candidato, pero ya de Nueva Alianza.
Ya en 2024 volvió a postularse, pero ahora como candidato de Nueva Alianza en candidatura común con Morena.
Como diría Groucho Marx:
“Estos son mis principios; si no les gustan, tengo otros”.
López Angulo es, además de cínico, un trapecista político profesional.
Pero el gran problema, al menos en el estado de Puebla, es que este sujeto –un fracaso como autoridad, una vergüenza como persona– no es el único presidente municipal que ha recorrido idéntico camino, saltando de partido en partido, lo que en los hechos deriva en gobiernos mediocres y nocivos.
De ahí la importancia de aprovechar la discusión de la reforma electoral para poner un freno a esta práctica caciquil, de la cual hay ejemplos en el norte, el sur y el oriente del estado.
Hay una iniciativa ciudadana que, por ejemplo, busca acabar con el “chapulineo” y la sobrerrepresentación en el Poder Legislativo.
Y es que en los últimos diez años se ha documentado que la combinación de coaliciones, la flexibilidad en la integración de bancadas y el traspaso de un partido a otro han producido mayorías artificiales, puesto que se obtienen cambios importantes en la representación política posterior a la elección.
El “chapulineo” legislativo erosiona la representatividad porque altera la composición surgida de las urnas y permite recomponer mayorías sin costos electorales.
Por ejemplo, en la LXIV Legislatura (2018 a 2021) se documentaron 143 cambios de bancada –casi 30% de la Cámara–, con tránsitos concentrados entre partidos de un mismo bloque, lo que impactó en la gobernabilidad interna (Jucopo, Mesa Directiva) y en la correlación de fuerzas.
(Véase, por mencionar un caso reciente, lo del poblano Néstor Camarillo, quien en el Senado saltó de la bancada del PRI a la de Movimiento Ciudadano).
La literatura reciente confirma que el fenómeno es estructural y que, lejos de robustecer la rendición de cuentas, incentiva negociaciones posteriores a la elección que desdibujan el mandato original del electorado. De ahí la necesidad de reglas claras: sustitución por suplente si la renuncia al partido ocurre en el primer año, estatuto de independiente si ocurre en el segundo e incorporación a nueva bancada solo a partir del tercer año.
Algo muy similar sucede en el caso de los presidentes municipales, que se eternizan como tales en una población y ejercen un cacicazgo pintado del color partidista que sea.
Por ejemplo:
Porfirio Loeza Aguilar, en Tlatlauquitepec –este sujeto ya cumple casi una década en el poder.
Filadelfo Vergara Tapia, en Petlalcingo –esta familia ha gobernado desde 2002.
Juan Neri Jiménez, en Tlaxco.
Carlos Peredo Grau, en Teziutlán.
Vicente Ávila Valencia, en Venustiano Carranza.
Juan Pérez, en Tianguismanalco.
Y muchos otros más que, como Rogelio López Ángulo, hacen gala de “chapulineo” e ineptitud.
Ya quedó claro que ocupar dos o tres veces el mismo puesto público no es sinónimo de eficiencia.
Como le dijo la presidenta Claudia Sheinbaum al de Huauchinango:
“Usted dice que sí trabaja, pero la gente me dice que no y la verdad yo prefiero creerle a la gente”.
Sí, sin problema López Angulo pudo haber protagonizado “La Ley de Herodes” de Luis Estrada.