Por alguna extraña razón que pocos entienden, basta que el delegado del INAH en turno se siente en la silla para volverse completamente loco de poder.
Ha ocurrido con prácticamente todos los delegados en Puebla y, para no variar, fue el caso de Manuel Villarruel Vázquez, ya destituido y relevado hace unos días por el arquitecto Gustavo Donnadieu Cervantes, quien se espera no se maree al subirse a su ladrillo como sus antecesores.
A su salida, Villarruel Vázquez, quien llegó al cargo en junio de 2020, dejó una delegación totalmente devastada, dividida y llena de conflictos laborales.
Cuenta que su ego, de por sí robusto, era más grande que la Torre Norte de la Catedral de Puebla y que administrativamente heredó muchas irregularidades que ahora deberá resolver su sucesor.
El funcionario se peleó con párrocos y religiosos, así como con no pocos alcaldes, por obras de mantenimiento o rehabilitación de templos y conventos dañados por el sismo de 2017; se sentía, literalmente, “Dios en el poder” y actuaba como un iluminado, como lamentablemente pudieron comprobar ediles de municipios como Atlixco, Izúcar de Matamoros, San Andrés Cholula y Huejotzingo, para los que fue una verdadera pesadilla.
Pero especialmente se enemistó con prácticamente todos los arqueólogos, antropólogos, arquitectos, investigadores y empleados del Instituto.
Y a grado tal que, cansados, en julio pasado, estos elaboraron y firmaron una carta en la que detallaron todo un rosario de quejas y exigieron su salida.
Dirigida al nuevo director general del INAH, Joel Omar Vázquez Herrera, señalaron entonces que Villarruel mantenía “una política de puertas cerradas”, no apoyaba sus proyectos de investigación ni atendía los requerimientos de museos, zonas arqueológicas y otros sitios bajo la jurisdicción del Instituto, entre ellos diferentes templos y conventos católicos construidos entre los siglos XVI y XIX.
La inconformidad laboral fue lo que detonó a inicios de septiembre la destitución del funcionario que, según cuentan, se metió en su momento en serios problemas con el Gobierno del estado, pues intentó bloquear sin razón, solo “por sus pistolas”, el proyecto del Cablebús y la reubicación del Teleférico, aunque esa es otra historia, como los atrasos, atribuibles a su pésimas gestión, en los trabajos para la apertura de la octava zona arqueológica del estado de Puebla, ubicada en Teteles de Ávila Castillo, uno de los primeros asentamientos de la Sierra Norte.
Villarruel Vázquez dejó tal cochinero que incluso fue necesaria la visita urgente, hace unos días, del mismísimo director general del INAH al Centro Regional en Puebla para reunirse con los trabajadores y calmar las aguas que ya amenazaban con una huelga o paro de labores.
Como incluso se reportó en un singular comunicado, durante el encuentro con administrativos, técnicos, manuales, eventuales, de investigación, arquitectura y restauración, así como con representaciones sindicales, se abordaron temas clave, como la contratación de personal, la regularización de inmuebles bajo resguardo, los requerimientos de mantenimiento en edificios históricos, el apoyo laboral de proveedores de limpieza y seguridad, y algunas problemáticas sociales en zonas arqueológicas y museos de sitio.
También, se añadió, se expuso la necesidad de propiciar una mejor coordinación interinstitucional entre los distintos órdenes de gobierno: municipal, estatal y federal, especialmente en lo relativo a la seguridad en zonas arqueológicas y la apertura de museos de sitio pendientes, así como la búsqueda de mecanismos más ágiles para la descentralización de funciones vinculadas con rescates y salvamentos arqueológicos.
El director general reconoció las demandas planteadas y subrayó que “estos ejercicios buscan priorizar acciones inmediatas, definir una agenda común y reducir brechas históricas entre oficinas centrales y centros estatales del INAH”.
Eso sí. Destacó que, si bien no todas las problemáticas pueden resolverse de manera inmediata, “se está avanzando en la definición de prioridades y en la construcción de respuestas viables y sostenibles a corto, mediano y largo plazo”.
“Nuestro compromiso es trabajar en estrecha colaboración con los distintos sectores laborales y comunitarios, garantizando la investigación, protección y difusión del patrimonio cultural de México, en un marco de respeto, responsabilidad y corresponsabilidad social”, concluyó.
En otras palabras, Joel Omar Vázquez Herrera vino a limpiar el cochinero que heredó Villarruel Vázquez.
¿Lo logrará junto con el nuevo delegado?
¿Cuánto pasará antes de que Gustavo Donnadieu Cervantes enloquezca igual que todos los que han pasado antes que él por el INAH Puebla?