Un fraude electoral institucionalizado, orquestado y operado desde el poder, y lo peor: normalizado, es decir, legitimado social y políticamente; más grave y burdo incluso que el de 1988.
Y lo increíble es que no sea ni haya sido un escándalo nacional debido a la apatía y el conformismo (o cinismo) de una sociedad adormilada, indiferente y domesticada con dádivas bimestrales, auténticas migajas que, sin duda alguna, cumplen su principal objetivo: garantizar la hegemonía del régimen de la 4T por muchas décadas.
A finales de la pasada semana, en una decisión que confirmó la disolución de facto de la separación entre los tres poderes de la Unión, la Sala Superior del Tribunal Electoral aprobó la validez de la elección de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), al determinar que las pruebas sobre el uso de los famosos acordeones y su influencia en los resultados electorales son “insuficientes” y “superficiales”.
Con tres votos a favor (Mónica Soto, Felipe Fuentes y Felipe de la Mata) y dos en contra (Reyes Rodríguez y Janine Otálora), increíblemente se avaló la legalidad de la elección y se rechazó el proyecto del magistrado Rodríguez Mondragón, que planteaba el uso de financiamiento prohibido y violación grave a principios constitucionales.
El magistrado Reyes Rodríguez, ponente del proyecto de nulidad, sostuvo que la existencia de los acordeones como un medio ilícito de propaganda quedó acreditada con 3 mil 188 acordeones impresos y 374 pruebas digitales, aportados como prueba.
Pero eso no importó: la elección más fraudulenta de la historia quedó consumada, con todo cinismo y como anticipo del modelo de (lo que serán) las elecciones en México en el futuro.
Apenas el pasado 11 de agosto, Francisco Javier Aparicio Castillo, profesor-investigador de la División de Estudios Políticos del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), dio a conocer los resultados de, seguramente, el análisis estadístico más completo que a la fecha se ha realizado sobre el cochinero de la elección judicial.
En 48 cuartillas, disecciona paso a paso el fraude que logrará que a partir del 1 de septiembre el poder Judicial sirva totalmente a los intereses políticos, ideológicos, electorales y económicos del gobierno morenista, lo que en los hechos constituye el retroceso democrático más grave de la historia moderna de México.
Un análisis que, si bien al Tribunal Electoral le pasó de noche, debe quedar al menos como el documentado testimonio del asalto (o la toma) de la Corte por parte del obradorismo.
Entre sus conclusiones:
La evidencia estadística sugiere que hubo una participación electoral atípica en un número considerable de casillas.
La distribución de votos totales por candidatura para la SCJN muestran quiebres o discontinuidades importantes, mismas que son más visibles en los resultados de ciertas entidades.
Los patrones y las anomalías estadísticas que ponen en duda la autenticidad o certeza de la votación asentada en las actas de casilla.
Señala:
“En fechas recientes, se han planteado dos argumentos en defensa de la ‘normalidad’ de los resultados de la elección judicial.
”Un primer argumento, es el siguiente: si fueron los simpatizantes del gobierno quienes primordialmente acudieron a las urnas, no hay gran sorpresa en que éstos se inclinaran por apoyar a las y los candidatos preferidos por este gobierno para la Corte y los numerosos cargos judiciales que fueron votados.
”El error de este primer argumento consiste en comparar las tradicionales elecciones partidistas con una elección judicial basada en listas abiertas.
”En efecto, no tiene nada de peculiar que el voto para presidencia y congreso tenga una alta correlación: es justo lo que uno esperaría en una contienda con afinidades partidistas, campañas masivas en medios y logotipos fácilmente reconocibles en las boletas electorales.
”Sin embargo, ¿cómo se puede explicar una elevada correlación o asociación estadística entre las candidaturas ganadoras para la Corte y las del Tribunal de Disciplina Judicial, cuando las boletas no tuvieron logotipos, las candidaturas eran numerosas y poco conocidas?
”De hecho, la mayoría de las candidaturas fueron preseleccionadas por comités técnicos designados por cada uno de los tres poderes.
”¿Cómo podría un elector identificar las candidaturas favoritas de uno u otro de estos poderes?
”En todo caso, ¿por qué no se observa evidencia de cierta competencia entre las candidaturas postuladas por el Poder Ejecutivo y el Legislativo, cuando ambos forman parte del mismo gobierno que promovió la reforma judicial?”.
En su amplio análisis, Aparicio Castillo señala que un segundo argumento, consiste en afirmar que el voto judicial fue relativamente fragmentado.
El argumento en resumen es el siguiente. Considerando que se emitieron 116.6 millones de votos para la Suprema Corte, de los cuales 90 millones fueron votos válidos y 26.6 millones de votos fueron nulos o no utilizados.
Si los nueve candidatos ganadores acumularon en conjunto 41.1 millones de votos, y estos solo representan alrededor de 35% de los votos emitidos, esto es señal de una elección competida y un saludable voto fragmentado.
No obstante, subraya, “el error de este segundo argumento consiste en comparar la concentración del voto de la elección judicial, basado en listas abiertas, con una elección partidista común y corriente”.
Y agrega:
“En efecto, si el partido en el poder consiguiera 35 por ciento de votos para el Congreso, difícilmente podríamos hablar de una victoria apabullante, dadas las reglas de integración del Congreso.
”Sin embargo, una elección con listas abiertas produce votos mucho más fragmentados que una elección de mayoría relativa: el voto promedio de las candidaturas a la Corte fue de 1.2%. Las nueve candidaturas ganadoras consiguieron entre 3 y 5 por ciento de los votos totales cada una, y con eso bastó para superar por amplio margen al resto de los aspirantes.
”Es un error comparar las tradicionales elecciones partidistas con la compleja elección judicial basada en listas abiertas. Existe evidencia de que hubo una diversidad de acordeones distribuidos antes de la jornada electoral. Sin embargo, todos y cada uno de los nombres incluidos en un acordeón en particular ganaron, y todos los aspirantes que no estuvieron incluidos en ese acordeón en particular, quedaron fuera de la Corte o del Tribunal de Disciplina”.
Los patrones de voto observados a nivel casilla sugieren una proporción significativa de votos inducidos o coordinados en favor de ciertas candidaturas.
Es tan absurdo esperar que el voto para la Corte hubiera sido completamente aleatorio, como lo es el suponer que los acordeones deberían traducirse en un voto uniforme o una super mayoría de votos en su favor en todas las demarcaciones.
Lo que se observa en el resultado electoral del 1 de junio es una ventaja contundente de las candidaturas señaladas en ciertos acordeones, acompañadas de la fragmentación y varianza propias de una elección con listas abiertas.
El análisis del investigador del CIDE, lleno de estadísticas, tablas comparativas y datos duros, refiere que en diversas entidades hubo casillas con más de 50% de participación y donde las nueve candidaturas ganadoras obtuvieron, en conjunto, más de 75% de los votos totales.
Este patrón fue particularmente notorio en entidades como Chiapas, Guerrero, Oaxaca, Puebla, Tabasco y Tamaulipas.
En contraste, en Durango y Veracruz la relación entre participación y tendencias de voto es mucho más débil. El mapa de calor también sugiere que las nueve candidaturas ganadoras no recibieron tanto apoyo en las casillas con participación cercana a 100 por ciento.
En resumen, en la elección para la SCJN se observa que las nueve candidaturas ganadoras tendieron a recibir mayor apoyo electoral en las casillas con mayor participación en la mayoría de las entidades.
En una elección con baja participación generalizada, este patrón puede considerarse anómalo y puede ser un indicio de una votación dirigida o coordinada, en vez de voluntaria, en un importante número de casillas: en 21 entidades, al menos 7 de las 9 personas mencionadas en los acordeones consiguieron estar entre los primeros nueve lugares de votación.
Sí, en resumidas cuentas, estamos, sin exagerar, ante la elección más fraudulenta de la historia.
Y, claro, es solo el principio.
Lo peor está por venir.
Abróchense los cinturones.