En medio de un clima político polarizado, los recientes datos del Coneval ofrecen una fotografía que, más allá de ideologías, merece una lectura objetiva: la pobreza en México se ha reducido de manera significativa en los últimos años, sí, pero la eficiencia administrativa del Gobierno federal sigue siendo el gran pendiente.
Un descenso estadísticamente relevante
Entre 2016 y 2024, la población en situación de pobreza pasó del 43.2% al 29.6%, una disminución de más de 13 puntos porcentuales.
En términos absolutos; esto significa que casi 14 millones de personas dejaron de estar en condición de pobreza.
Dentro de esta tendencia:
• La pobreza moderada pasó de 35.4% a 23.8%.
• La pobreza extrema bajó de 7.9% a 5.8%.
• La población no pobre y no vulnerable creció de 24% a 32.7%, un máximo histórico.
No todo es atribuible a decisiones de política interna: la recuperación pospandemia, el aumento récord en remesas y el incremento sustancial del salario mínimo han sido factores determinantes. Sin embargo, en política lo que importa no es solo la causa, sino quién capitaliza el resultado. Y aquí, el lema “por el bien de todos, primero los pobres” encuentra respaldo en los números.
Del discurso a la narrativa política
Durante el sexenio de Enrique Peña Nieto (PRI), la pobreza tuvo un leve descenso, sostenida por programas como Prospera y Seguro Popular.
Con Andrés Manuel López Obrador (Morena), el arranque fue accidentado: eliminación de programas focalizados, transición hacia apoyos directos y, en 2020, el golpe devastador de la pandemia. La pobreza alcanzó entonces 43.9 por ciento.
La recuperación económica –a pesar del gobierno–, las transferencias universales y el alza salarial marcaron la caída drástica a partir de 2022.
El inicio de Claudia Sheinbaum Pardo (Morena) hereda esta inercia positiva y abre la puerta a consolidarla.
Eficiencia administrativa: el eslabón débil
Los avances en ingresos y reducción de pobreza no han sido acompañados por mejoras equivalentes en carencias sociales. El fracaso del Insabi, la cloaca de corrupción en Segalmex y la aún incipiente consolidación del IMSS-Bienestar muestran que, sin un aparato administrativo eficiente, los logros pueden ser frágiles.
A nivel federal, estatal y municipal, la 4T ha demostrado capacidad para distribuir recursos, pero no para garantizar con la misma eficacia servicios de salud, abasto de medicamentos o gestión operativa.
Oposición sin contrapeso social
La “oposición”, atrapada en un discurso reactivo y sin propuestas sociales contundentes, carece de un relato que compita con el “primero los pobres”.
En el terreno electoral, esto deja un desequilibrio evidente: Morena puede mostrar cifras tangibles de mejora en ingresos, mientras sus adversarios se concentran en debates institucionales y estériles que no conectan con el día a día de la mayoría.
Véase el caso Puebla con sus patéticos y parasitarios dirigentes “opositores”: Mario Riestra Piña (PAN) y Néstor Camarillo Medina (PRI).
No es que no tengan un relato exitoso; es que, sencillamente, no tienen relato.
Comer antes que votar
El ciudadano común prioriza lo que afecta su supervivencia inmediata: ingresos, precios, empleo… Sesudos temas como la independencia del Poder Judicial o la reforma electoral, por importantes que sean para la democracia, quedan relegados cuando la preocupación es llenar la despensa y… el estómago.
Si la población logra cubrir sus necesidades básicas, entonces puede abrirse a discutir y defender estructuras democráticas. Pero la primera batalla es contra la pobreza.
Una conclusión
La denominada cuarta transformación ha reducido la pobreza, sí, pero para convertir ese logro en un modelo sostenible, necesita ordenar y modernizar la administración pública.
Si la presidenta Claudia Sheinbaum y los gobernadores y presidentes municipales logran esa disciplina –sumando a la narrativa social los resultados de un gobierno más técnico y eficiente–, Morena podría consolidar una posición política prácticamente inalcanzable en 2030.
(Y antes, para el caso de Puebla, en 2027).
El reto –el gran reto– ya no es solo repartir, sino gestionar con eficacia. Porque si comer es primero, gobernar bien debe ser lo siguiente.