Tehuacán, ese municipio que solía ser sinónimo de dignidad, historia y trabajo, hoy vive su capítulo más vergonzoso.
Gobernado por una élite que confunde el servicio público con el saqueo institucional, y donde el presidente municipal Alejandro Barroso Chávez se ha convertido no en el doctor que prometió sanar a la ciudad, sino en el verdugo que la tiene en cuidados intensivos… y sin pronóstico de mejora.
Porque no es solo que haya corrupción —eso ya ni siquiera escandaliza en estos tiempos—, es el nivel de descaro con el que opera este gobierno.
Barroso ha impuesto un régimen de censura autoritaria dentro del Ayuntamiento. Se acabó la libertad de expresión para regidores y personal: toda declaración debe pasar por el filtro de su “gabinete de control”, dirigido por Comunicación Social. Y si alguien se atreve a hablar, ya saben lo que pasa: linchamiento público, amenazas, despidos. Un manual dictatorial en pleno siglo XXI. El signo de los tiempos que corren…
No satisfecho con amordazar al Cabildo, ahora pretende aprobar un reglamento de sesiones para silenciar legalmente a quienes le incomodan. Un reglamento de censura disfrazado de orden administrativo. Lo llaman “control”, pero es miedo. El miedo del alcalde a que se sepa la verdad.
Pero el autoritarismo es apenas el prólogo. El verdadero drama está en las redes de corrupción, nepotismo y vínculos con personajes turbios que se han tejido desde que Barroso tomó protesta.
Y si la presencia de Arturo Osorio en eventos de “seguridad” ya resulta una burla para la inteligencia colectiva de Tehuacán, hay que subrayar que este personaje no actúa por cuenta propia: responde directamente a las órdenes de Emilio Serrano, quien se vende como “empresario prominente”, pero todo el pueblo sabe que sus negocios son más negros que el café y que sus manos están más metidas en el lodo que las de cualquier político corrupto. Serrano es el verdadero poder detrás del trono, el que mueve los hilos desde las sombras.
Y no se puede hablar de podredumbre sin mencionar al hermano del alcalde, Julio Barroso, un tipo ampliamente conocido por su historial como violentador de mujeres y por ser presunto propietario de negocios de vida nocturna marcados por el tráfico de sustancias tóxicas y episodios constantes de violencia. Este es el círculo íntimo del presidente municipal: un club de hombres con expedientes más turbios que sus promesas de campaña.
Por si no fuera suficiente, la administración está plagada de nepotismo descarado. El caso de Karina Xóchitl, cuñada del alcalde, que se coló por la puerta de atrás al Cabildo gracias a un truco legal burdo: su amiga Mayra Gordillo entró como regidora propietaria para luego renunciar a la primera sesión, cediéndole el puesto a Karina. ¿Y Mayra? Fue “premiada” con la presidencia del DIF. Mientras tanto, el hermano del alcalde, Mario Barroso, cobra como “asesor” fantasma sin presentarse a trabajar. Dentista de profesión, pero asesor de tiempo completo… desde la comodidad de su casa.
Y como si esto fuera poco, las direcciones clave de Salud, Turismo y Deportes están en manos de parientes del clan Serrano, una familia que ha convertido la nómina municipal en su árbol genealógico. Un gobierno no de profesionales, sino de parientes.
A esto se suma el escándalo reciente: un millón de pesos desaparecidos en la Dirección de Ingresos. ¿La explicación? Que las oficinas no tienen chapas ni control. Y nadie vio nada. Ni cámaras, ni firmas, ni responsables. ¿Así o más conveniente?
Y como cereza del pastel, el Cabildo se ha convertido en campo de guerra. Regidoras como Nancy Rico han sido víctimas de violencia institucional y mediática solo por exigir transparencia. Los medios afines al poder —los “chayoteros de cabecera”— han sido usados como armas para desprestigiarla. Y todo por hacer su trabajo.
La censura también se extiende a las redes. Usuarios que comentan en transmisiones oficiales son bloqueados y eliminados si mencionan casos como el de Silvana Mendoza, víctima de acoso y discriminación, en un caso que salpica directamente al director de Comunicación, Josué Bautista. Las transmisiones públicas del Ayuntamiento se han convertido en una simulación: “pregunta lo que quieras, siempre y cuando no incomodes”. Otro signo de los tiempos que corren…
¿Qué tan podrido tiene que estar un gobierno para que hasta la Auditoría Superior del Estado le haya jalado las orejas en sus primeros meses? Ya hay funcionarios destituidos, procesos en curso y una regiduría en la mira. El regidor de Obras, Moisés López Cerqueda, metió a su hermano David como director de Compras, y de paso a 17 familiares más. También, según se comenta en los pasillos, a varias “amistades cercanas” que despachan en el salón de regidores. Y mientras el pueblo sin agua, sin obras, sin servicios, estos personajes se reparten el botín como si fuera una herencia.
Y en medio de todo esto, la pregunta que retumba: ¿dónde está Ignacio Mier, el padrino político de Alejandro Barroso? ¿Ya lo traicionó su ahijado? ¿O solo está esperando el momento para soltar la guillotina y no cargar con un muerto político que él mismo impuso? Porque, hay que decirlo, Barroso no tiene trayectoria, no tiene preparación, no tiene liderazgo. Lo único que tiene es un pasado de sumisión política a Mier. Eso es lo que lo llevó al poder. Y ahora, ¿será lo que lo saque?
Tehuacán no merece este tipo de gobernantes. Viene de sufrir administraciones como las de Felipe Patjane, Artemio Caballero, Pedro Tepole… y ahora, lamentablemente, Alejandro Barroso. La historia se repite no como tragedia, sino como rutina.
La ciudadanía merece respuestas, justicia, transparencia. Pero lo único que ha recibido es un nuevo verdugo con bata de doctor, una administración de compadres y una ciudad enferma de impunidad.
Y mientras tanto, en el palacio municipal, siguen repitiendo con cinismo: “Estamos sanando Tehuacán”.