2011: la (casi) olvidada masacre de Allende, Coahuila, donde, por un estúpido error de la DEA, sicarios del cártel de Los Zetas llevan a cabo una venganza y ejecutan a unas 300 personas inocentes; la mayoría de los cuerpos fue incinerada en el rancho Los Tres Hermanos. “Quedaba como pura mantequilla”, dice uno de los testimonios. La matanza fue tan brutal que, a tantos años de distancia, ni siquiera hay claridad sobre el número exacto de víctimas. Existen un libro (“Crónica de un crimen de Eztado”, de Juan Alberto Cedillo) y una serie de Netflix (“Somos”), que narran con precisión el exterminio llevado a cabo por los hermanos Miguel Ángel Treviño Morales (el Z40) y Omar Treviño Morales (el Z42).
2012: “La Gallera”, un predio en Tijuana, Baja California, donde se encontraron unos 17,500 litros de cuerpos humanos disueltos en sosa cáustica. Se calcula que ahí fueron asesinadas y “cocinadas” unas 300 personas a manos del cártel de los Arellano Félix. Un solo hombre llamado Santiago Meza López, bautizado como “El Pozolero”,se encargó de la cruel desaparición de todas las víctimas. Pasó a la historia como uno de los narcos más despiadados. Apenas le dieron una condena de 30 años de prisión. Según cuenta el prestigiado semanario Zeta de Tijuana, por el alto grado de contaminación en las fosas, no era posible sacar los cuerpos, ya que el contenido era “puro líquido”. Por ello se optó por esperar para poder exhumarlos. A más de una década de su hallazgo, ninguno ha sido identificado.
2025: los cruentos hallazgos en el rancho Izaguirre, en Teuchitlán, Jalisco, donde encontraron hornos crematorios y restos óseos de -se estima- unas 200 víctimas/rehenes del cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), arrojados a fosas clandestinas, de las que ya tenían conocimiento autoridades de los tres niveles de gobierno, pero todos/todas voltearon para otro lado. La difusión de imágenes de cientos de zapatos, huesos calcinados, casquillos de bala y cartas de despedida en la finca localizada en una región agrícola a una hora de la ciudad de Guadalajara, en el oeste del país, ha conmocionado a la sociedad mexicana. Era -sin exagerar- un sitio de exterminio. Tétrico. Oscuro. Con olor a muerte. “Mi amor, si algún día ya no regreso, solo te pido que recuerdes lo mucho que te amo. Y digas: se me fue mi enojón, berrinchón y celoso”, reza una de las cartas encontradas por los colectivos de buscadoras, no por el gobierno.
Hete ahí parte, sólo parte, del holocausto mexicano. Del infierno de todos tan temido…