En las últimas semanas, dos diputados locales, ambos de Morena, han tropezado con la misma piedra: el protagonismo, llevado al exceso.
Creedores de que poseen verdades absolutas y confiados en que la mayoría legislativa de su grupo parlamentario implica cheques en blanco en automático, tanto Andrés Villegas Mendoza como Roberto Zataráin Leal cometieron deslices que han salido muy costosos -en términos de imagen, credibilidad y confiabilidad- para la denominada Cuarta Transformación, que abanderan.
Con su tristemente célebre iniciativa para regular -es decir, maniatar- el trabajo periodístico, Villegas no sólo generó reacciones naturalmente adversas por parte de prácticamente todos los medios de comunicación, que en diferentes tonos expresaron su repudio.
También despertó, innecesariamente, viejos fantasmas que metieron ruido -mucho ruido- a una relación de por sí siempre difícil y compleja: la relación (casi un matrimonio mal avenido) entre prensa y poder.
Todavía peor: el gremio entendió que se trataba de un mensaje por parte del nuevo grupo gobernante y que, bajo ese contexto, era el primer paso para revivir los peores horrores en la materia en tiempos de Mario Marín, Rafael Moreno Valle y Miguel Barbosa.
Inoportuna e indefendible, la iniciativa de Villegas causó inquietud y escozor porque se dedujo que Villegas sólo era el conducto por medio del cual el régimen dejaba en claro hasta donde podría llegar este sexenio el derecho constitucional de los informadores, impedidos -según Villegas- de abordar la “vida privada” de los hombres públicos.
Hubo una crisis y esa crisis, paradójicamente, tuvo que salir a apagarla el propio gobernador Alejandro Armenta Mier, quien afortunada y rápidamente se deslindó sin asomo de dudas de la iniciativa de Villegas y de cualquier intento de silenciar, atar, limitar o perseguir a los periodistas, en especial a los críticos.
Villegas se fue por la libre -quizá apremiado porque los diputados del PAN estaban por madrugar a la bancada de Morena con una iniciativa similar-, sin consultar a quien tenía que consultar, y mucho menos sin socializar ni legitimar una ley que, por estas y otras razones, nació completamente muerta, hija del protagonismo y la imprudencia.
Algo similar ocurrió con el caso del diputado Roberto Zataráin, quien, a propósito de un lamentable y reciente caso sucedido en Zacatlán -donde un niño se quitó la vida tras sufrir bullying por parte supuestamente de su profesora-, presentó y defendió una iniciativa que planteaba castigar con hasta cinco años de cárcel y multas de más de 50 mil pesos a maestros que toleren, permitan o inciten el acoso escolar, lo que las secciones 51 y 23 del SNTE de inmediato leyeron como un ataque, que no dejaron pasar.
A través de sus dirigencias, el Sindicato Nacional de los Trabajadores de la Educación cerró filas y se pronunció en contra de iniciativas “al vapor” y carentes “de sustento”, que buscan criminalizar a los docentes, un tema altamente sensible y políticamente explosivo. Para el SNTE, dejar pasar una ley así en Puebla, implicaría dejar abierta la puerta para que dicha ley se extendiera a nivel nacional.
La ola de repudio creció tanto que la presidenta del Congreso del estado -y ella misma ex dirigente magisterial-, Laura Artemisa García Chávez, tuvo que salir a emitir un mea culpa o rectificación institucional, defendiendo al gremio, corrigiendo la plana al legislador de su propio partido y manifestándose totalmente en contra de iniciativas que perjudiquen la noble labor de la docencia.
Ciertamente hay profesores y profesoras que consienten -o incluso realizan- el bullying a sus alumnos; sin embargo, son casos aislados y nadie en su sano juicio puede generalizar -el que generaliza, absuelve- ni afirmar que es una práctica cotidiana en el sistema educativo poblano.
Por tratar, tal vez, de hacer un bien y de contribuir a la lucha contra la epidemia del acoso escolar, Roberto Zataráin cometió un error similar al de Villegas: no socializó ni legitimó, menos consultó con los principales afectados o interesados, una iniciativa que acabó convirtiéndose en un boomerang porque además, políticamente, lesionó la relación entre Morena y uno de sus más fuertes aliados: el magisterio organizado.
En su defensa, Zataráin dijo que su último interés fue agredir a profesores o profesoras y que su propuesta, en todo caso, fue mal interpretada; no obstante, el daño estaba hecho y se sospechó -y aun se sospecha- de sus verdaderas intenciones.
Una maestra, incluso, le escribió en redes sociales: “Diputado, ese tipo de casos son los menos!! Los docentes trabajamos a marchas forzadas, con poco apoyo y muchas amenazas y grupos numerosos. ¿Quiere ayudar al magisterio? Busque mayor contratación de psicólogos y docentes”.
En busca de reflectores, atención, likes y protagonismos, no son ni serán los únicos diputados ni las únicas diputadas que tropiecen en la actual Legislatura del Congreso del estado.
Las sesiones de los jueves, por ejemplo, se han convertido en un verdadero y ridículo torneo para ver quién sube a tribuna a proponer la iniciativa o el punto de acuerdo o el exhorto más disparatado o intrascendente para el interés general de los poblanos. No pocos causan risa y otros tantos, pena ajena.
Todos-todas quieren salir en la foto y que sus grandes ideas -o las de sus asesores- alcancen las primeras planas. Piensan que así justifican la dieta mensual y que así nadie los acusará de sólo calentar la curul.
Hace mucho, mucho tiempo que del poder Legislativo salían las mejores propuestas para el diseño de un Estado moderno y progresivo como lo es Puebla; hoy eso no sólo no sucede, sino que es el protagonismo -llevado al exceso- quien marca la pauta… y engendra demonios.
Por cierto: se espantarían estos mismos diputados y estas mismas diputadas del grave déficit de leyes secundarias que arrastran desde hace meses, lo que impide que leyes útiles ya aprobadas por el Congreso puedan aplicarse en beneficio de la población.
Pero no están preparados ni preparadas para esta conversación.