Eduardo Rivera Pérez en el transcurso de este año pasó de ser un líder fuerte del panismo poblano a ser un factor de crisis en el PAN, situación que se ha acrecentado por su obsesión de no ceder el control del partido de la derecha. De alguna manera, su comportamiento se asemeja, en mucho, al de Alejandro Moreno Cárdenas, mejor conocido como Alito, quien ante la estrepitosa derrota electoral del pasado 2 de junio, optó por atrincherarse en la presidencia nacional del PRI, expulsar a todos lo que no comulgan con sus ideas y apoderarse de la dirigencia hasta el año 2028, con posibilidades de extenderse otro cuatrienio.
La raquítica participación de la militancia panista, de apenas el 20 por ciento, en la elección –del domingo– para designar a la nueva dirigencia nacional panista es sintomático de la crisis que Eduardo Rivera está provocando en esta fuerza política.
Su incorporación en la planilla de Jorge Romero Herrera, quien ganó la presidencia nacional del PAN, tenía como propósito el sacar un triunfo apabullante en Puebla, que es uno de los estados prioritarios del albiazul.
Puebla tiene el cuarto padrón más importante de miembros activos del PAN, atrás del estado de México, Veracruz y Jalisco. Prácticamente la entidad poblana y la tapatía tienen el mismo número de afiliados, ya que la diferencia entre ambas entidades es alrededor de 100 registros. Cada una de estas dos demarcaciones tienen un listado de poco más de 17 mil militantes.
Y de manera muy relevante el estado de Puebla supera en afiliaciones a importantes bastiones albiazules como Guanajuato, Chihuahua, Querétaro y Yucatán, además de la Ciudad de México, que pese a ser la capital del país apenas tiene un listado 14 mil miembros anotados en el partido de la derecha.
La apuesta original de Jorge Romero era tener de aliado a Eduardo Rivera para que Puebla fuera una elección ejemplar. Se quería que el resultado de las votaciones se convirtiera en un fuerte y decisivo respaldo a la corriente política de Marko Cortés Mendoza, el presidente saliente del PAN.
El que se le haya ganado a la ex senadora tlaxcalteca Adriana Dávila Fernández, la otra aspirante a la dirigencia panista, en una proporción 4 a 1, no es nada relevante. Nunca fue una candidata fuerte y además representa al alicaído grupo del ex presidente Felipe Calderón Hinojosa, que se encuentra en crisis por el escándalo de Genaro García Luna, que se ha convertido –según el fallo judicial estadounidense— en el narcotraficante más emblemático y peligroso de México.
El proyecto era que Puebla votara entre el 70 y el 80 por ciento de la militancia y dos terceras partes de los sufragios fueran para Romero Herrera. Acabó ocurriendo al revés, sólo 2 de cada 10 panistas les interesó acudir a las urnas.
Eso es reflejo d que el grupo de Eduardo Rivera está perdiendo la capacidad de movilizar a las bases del blanquiazul.
También es un síntoma del fuerte enojo que hay contra Rivera, que controló todo el proyecto electoral de este año, arrojando el peor resultado de los últimos 28 años. Que ha significado dejar sin empleo, fuera de toda responsabilidad pública, a más del 90 por ciento de la estructura del PAN.
El resultado del domingo explica, de manera contundente, porque Eduardo Rivera Pérez le tiene tanto miedo a la militancia panista y esa, es la razón por la cual la burocracia del partido ha decidido que el próximo presidente del Comité Directivo Estatal del PAN en Puebla sea elegido por el Consejo Estatal, que es un órgano controlado por el excandidato a la gubernatura y exedil de la capital.
Rivera no se va a arriesgar a que la militancia le acabe dando la espalda a su candidato, Felipe Velázquez Gutiérrez, o que los panistas desaíren el proceso electoral, tal como lo hicieron el pasado fin de semana.
O mejor dicho, no va a permitir que la elección de presidente del partido la gane Edmundo Tlatehui Percino, el ex edil de San Andrés Cholula, quien es el único líder albiazul que no salió derrotado en la elección constitucional del 2 de junio y quien se ha convertido en una figura emblemática que exige un cambio profundo en la manera de conducir a esta fuerza política.
Eduardo Rivera prefiere que el PAN se siga hundiendo en el fango, que ceder el control del partido a alguna expresión que permita rehabilitar a esta fuerza política.
Guardando las proporciones, con estilos diferentes, pero con resultados similares, Rivera y Alito se parecen mucho: ambos no van entregar el timón de sus barcos a otras manos que no sean las suyas, pese a que las embarcaciones del Prian ya tienen el agua adentro.