Hasta hoy, Claudia Sheinbaum (CS) no ha mostrado una sola señal de independencia hacia Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
Ya tiene la banda presidencial, pero no el poder. O al menos no todo el poder.
Solo un ingenuo cree que AMLO se irá a su rancho a descansar, a leer, a escribir, a pastorear sus ovejas, a ver cómo brillan las luciérnagas, como ha prometido.
Y aunque físicamente lo hiciera, su influencia seguirá siendo determinante.
Desde su óptica, y no le falta razón, él ganó las elecciones, no CS, no los nuevos gobernadores, no los nuevos diputados, no los nuevos senadores, no los nuevos presidentes municipales.
A él se la deben -ella primero que nadie- y a él deben seguir obedeciendo.
Y el que obedece, no se equivoca.
Todo mundo lo vio: a lo largo de su sexenio, AMLO intentó -jugó- varias veces con la reelección.
Pero, a falta de mayoría calificada en el Congreso de la Unión, desistió.
Decidió, entonces, cambiar de plan y prolongar su poder por interpósita persona.
Para que funcionara, esa persona debería ser encumbrada en La Silla del Águila, pero dejada bien atada de pies y manos, con una guillotina sobre su cabeza llamada revocación de mandato, lista para accionarla al primer desvío, la primera insurrección, la primera traición.
AMLO sembró a CS a más de la mitad de su gabinete.
Le colocó piezas importantísimas en el entramado gubernamental.
Le puso a su verdadero heredero político, su hijo Andy, a dirigir Morena, el partido de Estado, epicentro de poder.
Y si bien CS es una presidenta con todo el sistema político a sus pies (los tres poderes alienados a la 4T), no es a ella a quien diputados y senadores, ministros, magistrados y jueces, y funcionarios del poder Ejecutivo, van a obedecer.
El Obradorato -la versión moderna del Maximato- está en marcha.
Sólo un ciego no lo ve.
Todo ha salido como se diseñó.
Un hombre con ese inmenso poder es incapaz de soltar ese inmenso poder.
Desde el pasado 2 de junio, AMLO no dio a CS su espacio, un respiro, un solo margen de maniobra.
La embarcó en una gira de despedida -en la que siempre resultó inexplicable su presencia al lado del Gran Señor-.
Y la aplacó de un solo manotazo cuando advirtió los peligros de la Reforma Judicial y se atrevió a sugerir que se desahogara, sí, pero no con el radicalismo ni la urgencia de Palacio Nacional, sino de forma paulatina, equilibrada, escuchando a todas las partes interesadas.
No, le dijeron, y ella acató.
Antes, ni siquiera le permitió dejar sucesor o sucesora en su terreno, en su burbuja de poder: el gobierno de la CDMX.
Tanto AMLO como su ejército de leales se encargaron de sacar de la carrera al delfín de CS, Omar García Harfuch, hasta lograr encumbrar a Clara Brugada, una política muy alejada de la hoy presidenta de México.
Dos últimos (reveladores) movimientos: de última hora, le sembró a su vocero, Jesús Ramírez Cuevas, como titular de la Coordinación de Asesores de Presidencia, y a César Yáñez, como subsecretario de Gobernación.
Defenestrado al inicio del sexenio -por aquella boda lujosa en Puebla- y posteriormente perdonado, Yáñez es el mensajero de oro de AMLO.
Lo fue durante toda la campaña.
Cuando AMLO quería transmitir un mensaje claro y fuerte a CS, o corregirla, Yáñez era el conducto.
En gran medida lo seguirá siendo.
Antes, AMLO ni siquiera le permitió poner a los coordinadores legislativos en el Congreso de la Unión: él decidió que dos de sus rivales directos por la candidatura presidencial (Ricardo Monreal y Adán Augusto Hernández) encabezaran las bancadas de Morena en la Cámara de Diputados y el Senado, respectivamente.
Obviamente ninguno de los dos es afín a CS y de ambos arrastra viejos agravios.
¿A quién van a obedecer Monreal y Hernández?
¿A AMLO o CS?
Algo similar pasó con las designaciones de los candidatos de Morena a las gubernaturas en juego en junio pasado: CS opinó, claro que opinó -y hasta cruzó con los gobernadores en funciones-, pero la última decisión, la más importante, fue de AMLO.
De nadie más.
¿A quién van a obedecer los mandatarios que entran en funciones?
¿A quién verán como su verdadero jefe político?
Durante meses, AMLO aseguró que acabando su sexenio se iría al retiro.
Pidió, incluso, que no lo buscaran.
Que por favor no lo molestaran.
Pero no desalojó -sino hasta el último momento- la parte del Palacio Nacional que durante seis años ocupó como vivienda para dar a CS la oportunidad de disponer de las habitaciones.
Y en los últimos días de su gobierno -de su gobierno constitucional, hay que aclarar; porque el informal seguirá-, cambió de opinión y avisó que ya no se irá a su rancho en Tabasco (“La Chingada” se llama); que se quedará en la CDMX para “adaptarse”, “aclimatarse”…
Hasta el último día de su gobierno permaneció en Palacio Nacional y negó a CS el derecho a disponer de oficinas y área habitacional con libertad y comodidad.
Ni siquiera tuvo él esa cortesía con ella.
Ahora, su nueva morada, su casa en Tlalpan, será el nuevo centro de peregrinación y culto para los AMLOvers.
Claudia Sheinbaum ha sido humillada, maltratada y ofendida por su mentor, y hasta ahora -como se dice- “ha aguantado vara”.
Su discurso inaugural como presidenta, en el Palacio de San Lázaro, acabó siendo un acto de propaganda en el que el objeto de veneración no fue otro que AMLO.
Ningún asomo de autonomía.
Fue un largo homenaje a quien llamó “hermano”, “amigo”, “compañero”…
Tampoco es que se esperara otra cosa.
CS es sin duda una mujer inteligente y hábil, pero al menos hoy no tiene el poder que tiene su creador, su inventor.
Tampoco goza de la alta popularidad de AMLO; es querida por las bases de la 4T, pero no al nivel ni con la intensidad que esas mismas bases quieren y seguirán queriendo a AMLO.
Este martes, frente a ella, ya con la banda presidencial al pecho, todavía le gritaban enloquecidos: “¡Es un honor estar con Obrador, es un honor estar con Obrador!”…
CS sabe perfectamente de sus debilidades estructurales; del diseño que AMLO forjó para extender su poder, y de los peligros que representa intentar una insurrección.
Sabe, sobre todo, de la gran paradoja que encierra AMLO: un presidente extremadamente popular a la cabeza de un gobierno extremadamente ineficiente.
¿A quién le va a echar la culpa CS de los graves problemas que hoy tiene México en materia de seguridad pública, salud, educación, economía, etcétera?
No, por supuesto, a AMLO.
Tendrá que inventarse otro enemigo.
CS tiene carácter, firmeza, pero está en un laberinto.
Y en realidad CS es un misterio.
Ha dado tan pocas muestras de ser ella misma, que se conocen pocos rasgos de su verdadera personalidad, anulada por AMLO.
¿Qué le queda a CS?
Tiene tres escenarios:
1) Aceptar en toda regla el Obradorato, actuar en consecuencia y asumir que eso , no otra cosa, es lo que le ha tocado: ser la extensión del máximo jefe; ése, el que manda y vive enfrente. Es decir, seguir atada sin chistar al cordón umbilical del que emanó como presidenta.
2) Transitar y adaptarse a un modelo de cogobierno, con el poder compartido con AMLO y con las piezas que éste le sembró en todos lados, como un campo minado. Una sana distancia -sin fractura- hacia el caudillo. Una especie de equilibrado péndulo entre su antecesor y sus propias convicciones y decisiones.
3) Romper con AMLO, con los riesgos -incluso personales- que implica, y las enormes dificultades políticas que tal cosa conllevaría; este escenario requiere un endurecimiento tal de la presidenta, un golpe en la mesa de tal envergadura, que sería “a matar o morir”. Sin medias tintas. Una Gran Fractura -así con mayúsculas-. Hoy nadie se imagina que CS pudiera proceder legalmente contra alguno de los hijos de AMLO, o incluso encarcelarlos, pero nadie se imaginó, en su momento, que Lázaro Cárdenas expulsaría del país a Plutarco Elías Calles, ni que Ernesto Zedillo mandaría a detener a Raúl Salinas de Gortari.
Este último escenario es, sin embargo, el menos probable.
Y es que desde que se supo que ella sería la elegida por AMLO, CS no ha dejado de darle muestras de lealtad.
“No va a haber traición, ni vuelta en U, ni regreso al pasado”, ha dicho una, dos, diez, tantas veces que ya perdimos la cuenta.
En respuesta, AMLO ha expresado su confianza en que no, no será traicionado por ella.
“Leía hoy en un periódico: ´Claudia debe pintar la raya con AMLO´. (Pero eso) sería pintar la raya con el pueblo de México. ¡Con el pueblo todo, sin el pueblo nada”, ha dicho repetidamente AMLO.
Sin embargo, nada, nada está escrito -y menos en piedra- y todo puede suceder en este México donde la realidad (casi siempre) supera a la ficción.
CS es una presidenta acotada, observada, vigilada, y que va a estar al filo del abismo, siempre, siempre ante la gran disyuntiva: ¿romper o no romper con el Jefe Máximo?
Y si la decisión es romper: ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿bajo qué condiciones?, ¿con la ayuda de quiénes?…
¿Continuismo o ruptura?
¿Obediencia o desacato?
¿Pintar o no pintar su raya?
A eso se reduce el Gran Dilema de CS.
Urge, por la salud de su gobierno, por la salud de México, que empiece a mandar señales claras de que ella será la que ejerza el poder y de que ella tomará las decisiones.