Dicen que en política no hay amigos ni enemigos eternos.
También que los amigos son de mentiras y los enemigos de a deveras.
La realidad es que la amistad-enemistad cambia (se modifica, se transforma) según las circunstancias, los intereses, las coyunturas…
La enemistad total se da más en el plano personal, no en el político.
Hay, sin duda, diferencias irreconciliables; agravios que perduran durante muchos, muchos años, y algunos que nunca se superan.
Se perdona, pero no se olvida.
En “La Sombra del Caudillo”, Martín Luis Guzmán advierte algo totalmente verídico:
“De los amigos más íntimos nacen a menudo, en política, los enemigos acérrimos, los más crueles”.
En Puebla hay innumerables ejemplos de ello.
Uno solo: Rafael Moreno Valle Rosas y Luis Miguel Barbosa Huerta fueron amigos, aliados, cómplices y hasta socios en no pocos negocios al amparo del poder.
Barbosa -entonces dueño del PRD en Puebla- apoyó a Moreno Valle en 2010 en su exitosa lucha por la gubernatura del estado.
En correspondencia, Moreno Valle respaldó en no pocos proyectos -y hasta homenajeó un par de ocasiones- a Barbosa, por entonces poderoso e influyente líder del Senado.
Poco a poco llegó el invierno de su relación.
Y con él los desencuentros.
La disputa, cruenta, por el poder.
Acabaron peleados.
Y se murieron odiándose.
Odio sólido, puro, auténtico…
El que corroe las entrañas y envenena el alma.
La vida ya no les alcanzó para convertir ese odio en reconciliación.
Todo lo anterior viene a cuento por lo sucedido el pasado fin de semana, cuando Charbel Jorge Estefan Chidiac y Néstor Camarillo Medina metieron un rato su hígado a la congeladora y, contra todo pronóstico, ofrecieron un ejemplo de civilidad pocas veces visto en nuestra aldea.
El secretario de Educación y el senador y dirigente estatal del PRI han protagonizado, desde hace muchos meses, una serie de disputas, choques y rencillas propia de una novela de intrigas.
Durante un largo periodo, Jorge fungió como mentor de Néstor y su incipiente carrera política.
Por decir algo hay que decir que nada más lo ayudó a convertirse en presidente estatal (formal) del PRI.
Néstor, un sujeto limitado pero sin duda ambicioso y habilidoso, hizo todo por disputarle la cercanía -y la ascendencia- con el dueño del tricolor, Alejandro “Alito” Moreno.
Y lo consiguió.
No sólo eso: Camarillo maniobró todo lo que pudo, y vaya que pudo, y con la complicidad de su entonces cómplice, el panista Eduardo Rivera Pérez, arrebató a Estefan la posición que el PRI negoció en el Senado.
Paciente, Estefan cobró la factura.
Desmanteló al PRI en el estado y operó y operó hasta que, en las elecciones del pasado 2 junio, logró mandar a la lona al que ya para entonces era su ex partido, el mismo al que le impidió ganar no pocos gobiernos municipales, erigiendo al PVEM como la segunda fuerza legislativa y política en Puebla.
Un fuerte golpe al corazón tricolor.
Tal es la versión resumida de sus amargos diferendos -exacerbados, en su momento, por las impugnaciones a la candidatura “indígena” de Néstor Camarillo, asunto finalmente negociado durante un desayuno en La Noria, como aquí relaté el pasado 9 de julio-.
Sin embargo, el pasado sábado, al coincidir forzosamente en la comida que el gobernador Sergio Salomón Céspedes Peregrina ofreció, en Casa Puebla, a sus ex compañeras diputadas y ex compañeros diputados, tanto Jorge Estefan como Néstor Camarillo -ambos miembros de la LXI Legislatura- ofrecieron una inédita muestra madurez política.
Néstor Camarillo fue sentado en la mesa principal, que presidió el mandatario y en la que se encontraba, precisamente, Jorge Estefan.
Al hacer uso de la palabra, Jorge Estefan dijo que, por él, quedaba cerrado el capítulo de desencuentros con Néstor Camarillo, a quien, al terminar su breve discurso, incluso le dio un abrazo.
En respuesta, Néstor pidió hablar y, palabras más, palabras menos, no sólo devolvió la cortesía, sino que ofreció disculpas a Jorge Estefan, a quien por mucho, mucho tiempo se refirió como “padrino” en señal de respeto.
“Te pido perdón si en algo fallé”, dijo.
Ambos fueron generosos y abiertos.
Sensatos y humildes.
Y demostraron valor, pues lo hicieron en público, a la vista del gobernador y de todas y todos con quienes compartieron Legislatura, la que fue testigo mudo del verano de su descontento.
No se fueron a esconder a un restaurante, o sostuvieron una reunión privada en alguna sala de juntas, para cicatrizar sus heridas y guardar las lanzas y los escudos.
Néstor nunca se humilló, a pesar de lo que contaron voces mal intencionadas e interesadas en que nuestros personajes continúen de pleito.
Y Jorge Estefan jamás se mostró soberbio o impertinente.
Fue un asunto de los dos, una decisión de los dos, algo que en política -y sobre todo en la política de Puebla- ya poco se ve.
No es que otra vez, producto de un milagro, vayan a caminar juntos, como por mucho tiempo sucedió.
O que nuevamente se conviertan en cómplices políticos.
Hoy sus intereses y objetivos y alianzas son diametralmente opuestos.
Y mañana seguramente seguirán siéndolo.
Pero ahí quedan como ejemplo, para muchos y muchas que van por la vida llenos de odios y rencores, complejos y traumas, incapaces de entender que, salvo excepciones, no hay agravios para siempre. No al menos en política.
Como tampoco amigos ni enemigos eternos.
Quien hoy es tu amigo mañana puede ser tu enemigo, pero pasado mañana, volverá a ser tu amigo.
Y así.
Ad infinitum…