Una muestra del extravío en que se encuentra el PAN poblano es el recibimiento que los miembros de la cúpula del partido ofrecieron –este jueves– a Bertha Xóchitl Gálvez Ruiz, la ex candidata presidencial de la oposición, cuya presencia acabó exhibiendo la pobreza de liderazgos y de rumbo en la fuerza política de la derecha.
Sin que se convocara a la prensa y a la militancia, en el encuentro que sostuvieron la todavía senadora de la República con los miembros del Comité Directivo Estatal del PAN y con el ex candidato a la gubernatura, Eduardo Rivera Pérez, la ex contendiente presidencial les pidió a los presentes mirar hacia la sociedad civil y formar un frente de resistencia legislativa ante las reformas constitucionales de la 4T.
Se dice que, por su parte, los panistas llenaron de elogios a Xóchitl Gálvez, a quien alguien calificó como una mujer valiente que supo darle a la oposición una enorme capacidad combativa frente a Morena y sus aliados.
De ser ciertas esas expresiones, lo primera que salta es una pregunta básica: ¿De qué proceso electoral estaban hablando?, porque eso no ocurrió en la reciente contienda tanto del ámbito local y federal.
El panismo poblano tenía mucho potencial para dar una fuerte batalla a la 4T en esta reciente disputa por el poder político en Puebla. A tal grado, que al inicio de las campañas electorales sonaba convincentes los cálculos políticos de que el albiazul, como mínimo, podía ganar la capital y en general, la mayor parte de los municipios de la zona metropolitana de la Angelópolis, además de disputar la gubernatura.
Un factor central para que eso no acabara ocurriendo y del PAN terminara vapuleado, se llama: Xóchitl Gálvez, que se convirtió en un lastre para los planes electorales del albiazul.
Antes y durante la campaña electoral, Gálvez era una mujer que, por las mañanas, le gustaba ostentarse como una candidata de “la sociedad civil”, que tildaba de una u otra forma a los partidos que la habían postulado como “un mal necesario”. O de plano, los conceptualizaba como un “estorbo”. Siempre daba entender que veía a los priistas como corruptos, a los perredistas como holgazanes y a los panistas como perdidos, extraviados, o mejor dicho: como “pendejos”.
Para la tarde, de todos los días, hacía una corrección: acababa diciendo que era orgullosamente panista. A los priistas los calificaba de experimentados políticos. Y ella se autocalificaba como “progresista”, al igual que los líderes del PRD. Entonces ya se le olvida que, según sus propias palabras, su candidatura era una expresión viva de la “sociedad civil”.
En los mítines en donde había panistas, se decía “defensora de la vida”, que es el eufemismo que usa la derecha para hablar de su oposición al aborto y los derechos de género.
Fuera de los actos masivos, en las entrevistas con la prensa, la aspirante presidencial daba un giro de 180 grados y decía que respetaba el derecho de las mujeres a interrumpir un embarazo, aunque de manera personal no estaba de acuerdo con el aborto, y que era amiga de la comunidad de la diversidad sexual.
Un día presumía su paso en el gobierno de Vicente Fox Quesada. Y cuando el ex presidente decía un dislate, que era algo muy frecuente, Gálvez corregía y manifestaba que su carrera política “no se debía a ningún hombre”.
Todas esas contradicciones e indefiniciones llevaron a que el frente opositor y su candidata Xóchitl Gálvez nunca pudieron construir una narrativa atractiva para el electorado. Se careció de una propuesta específica de cambio. Se perdieron en un limbo de ocurrencias, frivolidades y ataques infundados a la 4T que le hicieron “lo que el viento a Juárez”.
Los primeros desconcertados con Xóchitl Gálvez fueron los electores de corte conservador que no se vieron identificados con la abanderada de la oposición.
En la percepción ciudadana lo que quedaba plasmado eran la imagen de una candidata poco o nada atractiva. Frente a una aspirante sólida, serena, firme y clara en sus propuestas, como era Claudia Sheinbaum Pardo, la aspirante presidencial del movimiento obradorista.
Por eso resulta patético que los panistas poblanos les brinden su agradecimiento a Gálvez, que hasta la fecha no se puede definir si es o no es una militante orgullosa del Partido Acción Nacional.
El recibimiento que le dieron es una muestra de que no hay un liderazgo en el PAN que realmente organice al partido para convertirse en un contrapeso frente a la 4T.
Y lo que es peor, que los panistas poblanos no entiendan que el fracaso y la falta de identidad de Xóchitl Gálvez con el albiazul, es consecuencia de que su postulación no es producto de la expresión profunda del PAN, como si lo fueron otros candidatos como Vicente Fox, Felipe Calderón, Diego Fernández de Cevallos o Manuel J Clouthier, sino fue una imposición de un empresario llamado Claudio X. González, cuya lucha central es recuperar los contratos que entes tenían sus compañías con el gobierno federal.
Si Gálvez es la apuesta del panismo poblano para reagrupar y fortalecer a la oposición en el siguiente sexenio, ya estuvo que “se lo cargó el payaso”, tal como dicen los adolescentes.