Mario Marín Torres se asumía como un priista “orgánicamente puro”, pero en 2006 cuando sentía que el Lydiagate lo estaba políticamente ahogando, recurrió a buscar a la oposición para pedirle su auxilio, que lo rescataran, luego de que el PRI lo había abandonado. Se ha conocido ampliamente que el PAN lucró con este caso y le otorgó plena impunidad al llamado “góber precioso”. Lo que poco se sabe es que el mandatario tricolor también recurrió al líder de las izquierdas, Andrés Manuel López Obrador.
Marín nunca dialogó con López Obrador. Nunca hubo una comunicación directa entre ambos. Pero si se habría llegado a un importante acuerdo con un grupo de enviados del político tabasqueño, mismo que el mandatario poblano no cumplió y por el contrario, acabó traicionando al pacto alcanzado con los representantes del movimiento obradorista.
En febrero de 2006, en plena efervescencia de la contienda presidencial de ese año, estalló el escándalo de las grabaciones en que se escuchaba al gobernador de Puebla confabular con el empresario Kamen Nacif Borge para torturar a la periodista Lydia Cacho Ribeiro, en venganza de que la también escritora desnudó una poderosa red de pederastia, cuyos clientes eran destacados políticos del PRIAN.
Un par de semanas después de que detonó la crisis, Marín fue citado por el entonces candidato presidencial del PRI, Roberto Madrazo Pintado que, tras consultar con los gobernadores priistas de esa época, entre ellos Fidel Herrera de Veracruz, decidió que el partido tricolor iba a cerrar filas en torno al mandatario poblano, lo iban a defender y no permitirían que cayera del cargo. Un compromiso que solo se quedó en buenas intenciones, nunca se materializó.
Fidel Herrera a nombre de los gobernadores del tricolor le habría expresado a Madrazo: “Si permitimos que tumben a Mario Marín, después van a hacer lo mismo con todos los demás gobernadores del partido”.
Quien no estuvo de acuerdo fue el ex gobernador sonorense Manlio Fabio Beltrones, uno de los priistas más poderosos del país.
El político norteño le advirtió a Madrazo, palabras más, palabras menos: “si quieres ganar la elección, tienes que sacrificar a Marín y deslindarte de él. Si quiere perder, sal ante los medios de comunicación a protegerlo”.
Madrazo, aunque en un principio ofreció un firme respaldo a Marín, al paso de los días le hizo caso a Manlio Fabio Beltrones y nunca se atrevió a hacer una declaración pública de defensa al gobernador de Puebla.
Al paso de los días, Marín entendió que lo habían abandonado en el PRI, el partido al que había servido toda su vida. Que se quedaba solo frente una rabiosa sociedad –que con justificada razón— lo despreciaba, lo catalogaba como lo más abominable de la política nacional.
No era para menos, al encarcelar a la periodista Lydia Cacho y torturarla, Mario Marín se puso del lado de los abusadores de niños, de los violentadores de mujeres, de los misóginos y de los excesos del poder. Esa fue la lectura de importantes segmentos de la opinión pública.
Se llegó un punto crítico en que Mario Marín mandó a llamar a al hombre de todas sus confianzas: Javier López Zavala, su leal secretario de Gobernación. Era el consentido del gabinete. Era una especie de hijo putativo. Y por esa razón le dijo que se preparara para ser el gobernador sustituto de Puebla, quien ocuparía su lugar cuando ya no se pudiera sostener en el cargo.
Como parte de esa desesperación, Marín calculó que entre los dos candidatos contrincantes del PRI: el panista Felipe Calderón Hinojosa y el perredista Andrés Manuel López Obrador, se definiría la competencia por la Presidencia de la República.
Por esa razón, le mandó un mensaje a Felipe Calderón, que quería dialogar con él en privado. El panista le respondió con un mitin en Huejotzingo en donde prometió a la multitud que lo escuchaba que Mario Marín se marchaba de la gubernatura de Puebla. Y entonces le sacó una cartulina roja, como emblema de la tarjeta de expulsión en el fútbol soccer.
Hizo lo mismo con Andrés Manuel López Obrador, le pidió una cita, no se la dio, pero sí mandó a Puebla un grupo de interlocutores. Entre ellos, un personaje que en la actualidad es un alto funcionario dedicado a perseguir delitos electorales.
No se sabe si fue directamente Marín o por medio de sus funcionarios, que se les expuso a los obradoristas que el PAN –que tenía el control de la Presidencia de la República—quería llevar el Lydiagate al ámbito federal, para desde ahí defenestrar al gobernador de Puebla, hacer un espectáculo mediático y apuntalar la candidatura de Felipe Calderón, bajo el lema de que el panista tenía las manos limpias de corrupción y no toleraba a los políticos delincuentes.
Les pidieron a los obradoristas su respaldo para que el caso Marín fuera sancionado en el ámbito de Puebla, no en el federal, para que el PAN no se aprovechara.
Tras consultarlo, los enviados de AMLO estuvieron de acuerdo e influyeron para que diputados locales no priistas apoyaran la propuesta de crear en el Congreso del estado una comisión investigadora del “caso Cacho-Marín”. Uno de los destacados miembros de ese cuerpo legislativo fue el entonces perredista Rodolfo Huerta Espinosa, quien actualmente es parte del equipo del gobernador electo de Puebla, Alejandro Armenta.
¿Todo eso a cambio de qué? Los obradoristas pidieron que se respetara la votación de Andrés Manuel López Obrador. Que los priistas de Puebla no se robaran la elección.
Tenían la certeza de que AMLO ganaba en las regiones de Izúcar de Matamoros, Huauchinango y en una parte importante de la zona metropolitana de la capital. Marín estuvo de acuerdo.
Semanas más tarde, cuando ya López Obrador estaba imparable y era el seguro ganador de la contienda, los panistas entraron en pánico y Felipe Calderón, junto con el entonces presidente Vicente Fox Quesada, fueron a tocar “la puerta de Mario Marín”, para negociar un triunfo del PAN en Puebla a cambio de otorgarle impunidad. Es algo que se narró en la anterior columna.
Marín aceptó y operó un fraude para hacer ganar al PAN en 13 de 16 distritos, cuando en más de la mitad de esas demarcaciones el albiazul no tenía posibilidades de triunfo.
Y obvio, se robaron los votos de AMLO y los del PRI, para dárselos al PAN.
Marín nunca se imaginó que, 15 años más tarde, la 4T no iba a negociar con él y lo iba a meter a la cárcel. Lo que debieron haber hecho los panistas en su momento.