La mañana del 3 de junio de 2024, Puebla requiere amanecer con certezas. El día después de la jornada electoral definirá el clima de paz y gobernabilidad para los siguientes años en el estado. Un resultado claro y contundente del ganador de la carrera por la gubernatura conjurará la posibilidad de que regrese, de modo indeseable, el fantasma de la incertidumbre y el encono, que habitó, con consecuencias funestas, en 2018.
Por supuesto, será muy importante que quien triunfe en las urnas sea la mejor opción.
Pero, a la par, será igual de prioritario que los números sean lo suficientemente holgados, como para evitar cualquier conflicto poselectoral.
La mayor crisis política que ha vivido Puebla en toda su historia, en el terreno comicial, comenzó el día después de las votaciones de 1 julio de hace seis años.
El mismo día de la votación hubo violencia.
Balaceras en algunas casillas.
Se configuró un clima de mucha inestabilidad.
La duda sobre los resultados va a quedar por siempre.
Quienes vieron un fraude al barbosismo nunca cambiarán de opinión.
También quienes vieron un triunfo sin objeciones del morenovallismo.
Tras la jornada electoral de 2018, vinieron días terribles, de un agrio debate mediático, que contaminó lo social, lo económico y por supuesto lo político.
Fue un parteaguas para Puebla, que desde entonces ya no fue igual.
El entonces presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, desconoció a quien las autoridades electorales dieron como ganadora.
En los tribunales se vivieron jornadas extenuantes y también llenas de zozobra.
Oficialmente, el proceso a la gubernatura se resolvió en tribunales con la validación de apenas 4.04 puntos de diferencia.
Todo eso, junto con las lamentables tragedias que siguieron, dejaron años difíciles para el estado.
Las campañas de 2024 recién han comenzado.
Han pasado apenas algunos días y los ánimos ya están muy caldeados.
Cada una de las opciones ha interpuesto denuncias electorales y hasta penales contra sus adversarios.
Más de un centenar de querellas se dirimen ahora mismo en los estrados electorales.
No se ve cómo se pueda detener esta inercia.
Pareciera que se avecina una avalancha de proporciones impredecibles.
Irán todavía más a los tribunales.
La elección ya está judicializada inevitablemente.
El único antídoto para este clima es un resultado contundente.
Que quién gane lo haga con un amplio margen.
Y de forma inobjetable.
Más allá de lo que han pronosticado las mediciones demoscópicas, también se requiere que los ciudadanos acudan abundantemente a las urnas.
Que lo hagan en paz y en un clima de tranquilidad.
Que no haya incidentes.
Ni graves ni anecdóticos.
Que la limpieza de la elección sea incuestionable.
Para que esto se concrete, se necesita la participación de muchos actores y la concurrencia de muchos factores.
Las autoridades deben ser escrupulosamente imparciales.
Los actores deben conducirse con responsabilidad y prudencia en sus declaraciones y acciones.
Eso también recae en la iniciativa privada.
Las casas encuestadoras deben ser metódicas y muy serias en sus mediciones.
Aquellos que acusen a los enfrente deben tener pruebas.
La diatriba no debe ser o pretender ser elemento para judicializar.
La labor es de todos.
¿Cuánto es un resultado contundente?
Eso puede variar, desde distintas visiones.
Puede ser 10, 20 o 30 puntos de ventaja.
Pero en un ambiente político electoral maduro, bastará con mucho menos.
Si una vez reconocido un ganador, hay madurez en el adversario, la zozobra quedará sepultada.
Pero la misma responsabilidad deberán tener, no solamente los candidatos al gobierno del estado, sino a todas las posiciones.
La meta debe ser conjurar al fantasma.
Que la noche del 2 de junio no sea larga.
Pero sobre todo, que no sea tan negra.
Puebla no aguanta otro conflicto poselectoral.
No aguanta otro 2018.