Feliz. Ese día estaba feliz, radiante, plena, con una sonrisa de oreja a oreja.
Disfrutaba como nadie. Lo vivía como nadie. Tal vez porque lo soñó -y luchó por ello- como nadie.
Gracias al rescate de “Mila”, la potranca que sufría maltrato cruel y abuso sexual por parte de su dueño -un enfermo mental como tantos que andan sueltos-, y a una excelente gestión social, política y legislativa, Elena Larrea y el Movimiento Animalista de Puebla lo habían conseguido.
La zoofilia había sido tipificada, por fin, como delito por parte del Congreso del estado.
“Uno a cuatro años de prisión… Esta norma se aplicará a quien o quienes practiquen actos sexuales con animales, tales como introducción por vía vaginal, anal o bucal del miembro viril o cualquier parte del cuerpo u objeto en un animal”, decía el dictamen aprobado por unanimidad.
Y añadía:
“… si los actos de maltrato o crueldad provocan la muerte del animal, se impondrán de cinco a ocho años de prisión y multa de 200 a 500 Unidades de Medida y Actualización vigente al momento que se cometa el delito”.
Feliz.
Ese día, el pasado 15 de febrero, Elena estaba feliz.
Tan rotundamente feliz que no, no acababa de dar crédito a semejante hazaña.
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Este miércoles, tras trascender la triste, lamentable e inesperada muerte de Elena Larrea, se desataron todo tipo de especulaciones.
Normal, tratándose de la activista y defensora de animales más valiente, más aguerrida y más genuina de Puebla y la comarca.
“Obviamente la mandaron a matar”, escribió un usuario de X.
“A esa la asesinaron”, posteó otra persona en Facebook.
“Tenía muchos enemigos, ¡investiguen!”, alertó una de sus más fieles amigas a través de un grupo de WhatsApp.
Elena era frontal, sin medias tintas y sí, no se detenía ante nada ni nadie con tal de rescatar, proteger y adoptar bajo su cuidado a equinos víctimas de malos tratos.
“No hay nada más profundo que la mirada de un caballo, los caballos son las ventanas hacia tu propia alma, esa nobleza que tienen no la tiene ningún otro animal”, decía.
En 2019 fundó Cuacolandia, el famoso santuario de Atlixco al que le dedicó (literal) su vida; que forjó contra viento y marea; que defendió de todas las formas posibles, y que soñaba con replicar algún día en Ciudad de México, Monterrey y Guadalajara.
Por algunos años estuvo casada con el hijo del ex director del SOAPAP Eduardo Macip Zúñiga, Cristian Macip, que la hizo profundamente infeliz y con quien protagonizó un ríspido divorcio.
Desde entonces se entregó totalmente a la causa, su causa.
Era tanto su amor y pasión por los caballos que, ante la adversidad económica -especialmente tras la pandemia de COVID-19-, no dudó un segundo en hacerse modelo de Only Fans para poder seguir sosteniendo la costosa tarea (un millón de pesos al mes) de procurar a los muchos ejemplares que adoptó como si fuesen sus hijos o hijas.
Fue noticia nacional (el morbo vende, pero más el contenido erótico) y su familia -la del multimillonario Germán Larrea, el de Grupo México, la empresa minera más grande de México- sencillamente le dio la espalda.
Elena contó hace no mucho al medio digital Soy Emprendedor:
“Mi familia me desheredó. Básicamente me dijeron que no contara con ellos para nada porque era muy triste que “acabara haciendo esas cosas”. Mi mamá me bloqueó por “falta de autoestima y dignidad”. Perdí contacto con mi familia, pero tampoco es que me ayudaran antes de abrir el Only Fans”.
Nunca flaqueó.
Nunca dudó.
Nunca se echó para atrás.
Ni para agarrar vuelo.
“Nunca entendieron que yo iba a hacer lo que tuviera que hacer para proteger a los caballos”, decía, montada en su cuaco favorito, con su sombrero más querido, sus jeans apretados, sus botas vaqueras, y esa mirada determinada y firme que la acompañó hasta el último día de su vida.
Se calcula que rescató a unos 350 caballos, más un número indeterminado de burros y becerros.
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Elena empezó a salvar a equinos esclavizados que, tras ser reventados físicamente, sus dueños los iban a tirar a basureros de la Ciudad de México y el Estado de México para que ahí, en medio de la podredumbre y las moscas, se acabaran de morir.
Elena los regresaba a la vida, literalmente los sacaba del limbo, les daba una segunda oportunidad, y de eso, de todo eso, ella alimentaba su noble espíritu.
Continuamente, sí, recibía amenazas y todo tipo de señalamientos en redes sociales.
“Farsante” y “piruja”, era lo más amable que le decían.
Tenía, sí, sin duda, muchos enemigos. Enemigos poderosos, política y económicamente hablando.
A finales de 2023 se enteró que en el Club Hípico Equestrian Mover, en el municipio Emiliano Zapata de Veracruz, el caballo “Winner” sufría de maltrato atroz.
Tenía una infección en un ojo, los cascos rotos y los dientes dañados.
Entonces fue por él y descubrió que en ese lugar había otros 16 equinos en iguales o similares condiciones que “Winner”, un ejemplar majestuoso color prieto azabache, campeón de no pocos torneos nacionales y regionales.
Estaban abandonados, totalmente descuidados y desnutridos, pésimamente alimentados, tanto que, a falta de pastura, tenían que comerse su propio estiércol.
“La gente piensa que el infierno es un lugar a donde te vas después de haberte portado mal y te castigan eternamente; pero no amigos, el infierno está aquí en la tierra, específicamente en el municipio de Emiliano Zapata”, describió por aquellos días Elena.
Elena Larrea.
La misma que enfrentó a la burocracia, la deficiente atención de la Facultad de Veterinaria y Zootecnia de la Universidad Veracruzana, la desidia de la Procuraduría Estatal de Protección al Medio Ambiente, y rescató a todos.
“Winner lo logró. Ya está fuera de peligro y en recuperación. Unas semanas de recuperación y lo recibimos en Cuacolandia”, escribió, feliz, a través de sus redes sociales.
Eso, por supuesto, le ganó nuevos enemigos.
Uno en especial: Juan Javier Moreno López, propietario del Club Hípico veracruzano, ese Club Hípico convertido en verdadero infierno y que a la postre, gracias a Elena, fue clausurado.
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Amigos, familiares y colaboradores coinciden en algo: Elena Larrea murió debido a una trombosis pulmonar.
Hace algunos días se había sometido a un procedimiento estético y el posoperatorio se complicó.
Especialmente en una de sus piernas.
En las últimas horas de su vida buscó ayuda con un fisioterapeuta de la colonia La Paz, que le recomendaron.
La trombosis venosa profunda -mejor conocida como TVP- es una afección que ocurre cuando se forma un coágulo de sangre en una vena profunda.
Estos coágulos, por lo general, se forman en la parte inferior de las piernas, los muslos o la pelvis, pero también pueden aparecer en un brazo.
Cuando una parte del coágulo se desprende y viaja por el torrente sanguíneo hasta los pulmones, causa un bloqueo llamado embolia pulmonar.
Si el coágulo es grande, puede impedir que la sangre llegue a los pulmones y es mortal.
Mortal por necesidad.
A reserva de lo que digan las autoridades, desafortunadamente eso fue lo que pasó con Elena.
La guerrera, la valiente, la combativa, la incansable Elena Larrea.
La Elena Larrea que deja en la orfandad no sólo a sus queridos cuacos, sino al Movimiento Animalista de Puebla y del país, del que era algo más que un estandarte.
Era un símbolo, un ícono, una causa, una razón, una motivación, un motor, un emblema, un huracán en permanente ebullición…
A sus escasos, pero intensos y fructíferos, 31 años de edad.