Ahora que Jorge Castañeda habló en una mesa de Leo Zuckermann sobre las guerras sucias en las campañas políticas, sobrevino una cruzada cargada de moralina e hipocresía.
(Toda moralina es hipócrita).
Los críticos de Castañeda –quien solo se limitó a poner ejemplos de las guerras sucias en función de los manuales clásicos sobre el tema– se le fueron encima con bots y amanuenses –en orden jerárquico.
(Hay bots más eficientes que los amanuenses de prosa porosa y mala ortografía).
Lo que Castañeda dijo no es nada nuevo.
En Puebla hay cientos de casos de guerra sucia (o campañas de negativos) que han influido en los resultados de los comicios.
Y no importa si lo que se dice es real o no.
Todo huevo –lanzado a una velocidad de cuarenta kilómetros por hora– mancha el traje blanco de los candidatos.
Y en lo que los asesores buscan desvirtuar el huevo lanzado, el efecto entre los electores puede influir en la decisión de su voto.
En Puebla, por ejemplo, Javier López Zavala y sus operadores repartieron entre sus periodistas adictos un video trucado de pésima factura denominado “Las princesas de Atlixco”.
Esto ocurrió en la campaña de 2010.
Ahí se veía, con vestimentas de mujer y con pelucas, a varias prostitutas –en realidad: hombres con vestidos ceñidos – en espera de clientes.
Los genios de esa propaganda negra montaron el rostro de Rafael Moreno Valle en una de esas sexoservidoras.
El video circuló el mismo día en que se realizaría el debate entre los candidatos a la gubernatura de Puebla.
Enterados de la trama, los operadores de Moreno Valle lo encapsularon en aras de que no se enterara del video.
Y así llegó al debate: desinformado y optimista.
López Zavala estaba seguro de que el video había surtido un efecto brutal en su contendiente.
Y en cuanto pudo, y con una sonrisa satánica, dijo estas célebres palabras: “Yo sigo viviendo en la misma casa, con la misma mujer… pero son otros los que cambian de partido y hasta de sexo”.
En la zona de los invitados especiales del Complejo Cultural Universitario de la BUAP –entre los que nos encontrábamos varios columnistas y directores de medios– surgió una expresión generalizada de asombro doblada de los naturales cuchicheos.
Y es que todos los que estábamos ahí habíamos visto el multicitado video.
Con morbo teresiano, todos también esperábamos la airada respuesta de Moreno Valle, quien solía estallar a la menor provocación.
Sin inmutarse, pues no entendía el contexto, el candidato del PAN siguió debatiendo y presentando los más variados argumentos para evidenciar la ignorancia administrativa de su rival.
Más adelante, sacó a colación que López Zavala era guatemalteco, tal y como lo había publicado en un cable trucado la agencia gubernamental Notimex.
Zavala enfrentó el golpe de primera intención, pero cayó en la trampa, pues admitió que había nacido en Pijijiapan, Chiapas, confesión que buscaba Moreno Valle.
El panista sonrió triunfante.
El priista quedó a la intemperie: como unos calzoncillos rojos colgados en un tendedero.
Al día siguiente, México jugó contra Francia en el Mundial de 2010.
Todos fuimos a ver el partido a un jardín –repleto de comida y alcohol– con un jubiloso López Zavala.
Faltaban unos pocos días para los comicios.
¿Qué pasó después?
El efecto de los rayos gama sobre las mentiras cobró su factura.
El video trucado cayó en el basurero de la ignominia no solo por su pésima factura sino por la vulgar homofobia.
En cambio, la confesión de que era chiapaneco –hecha por primera vez en aquella campaña– fue todo un caldo de cultivo en la Puebla levítica, rancia y profundamente racista y clasista.
(Esa Puebla no ha cambiado mucho desde entonces).
Vea el hipócrita lector:
Ambos contendientes jugaron a su modo una guerra sucia cuajada de mentiras, pero una tuvo más impacto que la otra.
Y para ponerle la cereza al pastel morenovallista, dos días antes de la elección circularon diversos audios en los que se escuchaba al gobernador Mario Marín hablando con voz melosa y ligeramente ebria con su novia menor de edad.
Eso fue el acabose.
Moreno Valle ganó la contienda por más de diez puntos.
La guerra sucia –plagada de mentiras y verdades– había logrado su cometido.
¿Cómo serán esas campañas de negativos en la elección que viene?
¿Quién lanzará sobre el traje blanco de su contendiente los mejores huevos de gallina?
¿De qué tamaño son los arsenales de lodo y mierda varia?
¿Quién tendrá la mayor capacidad de respuesta para evitar los inevitables costos?
Todas esas dudas son las que verdaderamente matan.
Ahora se entiende la razón por la que todos los candidatos tienen Cuartos de Guerra y no de Paz.
Suena feo, pero es la realidad.