En tiempos electorales, los gobernadores se convierten de manera infalible en los hombres que marcan el destino de los diferentes procesos, sobre todo en aquellas entidades en las que está de por medio su propia sucesión.
Cada gobernador actúa y opera de acuerdo con su temperamento, personalidad, habilidad y hasta donde se lo permiten sus escrúpulos.
En esta Puebla de los mil gobernadores, no es novedad que hayamos tenido prácticamente de todo, como en botica.
Cada uno metió las manos de una u otra manera y las usó hasta donde su conciencia y moral se lo permitieron.
Pero todos sin excepción juegan y hacen valer su peso, sabiendo lo mucho que se juegan el día de la votación.
Vimos en su momento a un Manuel Bartlett jugar internamente esa sucesión en la que hizo crecer y creer a José Luis Flores, para después sacar las manos y dejar que se impusiera un Melquiades Morales que tenía una estructura y posicionamiento como muy pocos lo han logrado, sin el respaldo oficial.
Para sorpresa de todos, la mano dura de Bartlett se transformó en una mano suave y condescendiente, una que le daba imagen de demócrata, con ese disfraz pudo levantar la voz para su verdadera lucha: la candidatura presidencial, que tenía prácticamente cerrada.
Fue así el gran compadre, se hizo candidato y a la postre gobernador de Puebla.
Seis años después, vinieron los tiempos sucesorios, en donde Melquiades contaba con dos aspirantes, después de que el principal había fallecido en una plancha de hospital cuando se preparaba para ocupar la posición de su amigo y compadre.
Tras la pérdida de Rafael Cañedo, Melquiades dejó crecer a Germán Sierra y a Rafael Moreno Valle, en el claro entendido que Mario Marín seguía la misma ruta que el propio Melquiades había seguido para hacerse de las llaves de Casa Puebla.
Entre el rancio estilo de doctor Sierra y los caprichos y excesos del nieto del general, el gobernador hizo gala de su sabia mano izquierda, para navegar en ese mar de intereses de grupos, sin dejar que el buque de la sucesión se hundiera.
Aunque muchos pudieran pensar que a Melquiades le faltaba mano dura, la realidad es que disfrutaba que la gente lo creyera, aunque nunca soltaba los hilos del poder. Nunca.
Llegados los tiempos de la decisión, vino el momento de volver a usar la mano izquierda para calmar a sus dos cercanos delfines, mientras con la derecha signaba un acuerdo con Marín, quien pactó respeto y espacios en el gabinete para los hombres más cercanos a Morales Flores incluido su hermano Roberto.
Sin sobresaltos, toreó con la mano izquierda templando y con la derecha mandando. De manera muy taurina Melquiades logró una sucesión muy cercana a lo perfecto.
En próximas entregas seguiré con estos breves recuentos de las sucesiones más recientes en Puebla, hasta llegar a la que hoy empieza a contarse y que marcará el relevo del gobernador Sergio Salomón.
Son historias que permiten entender cómo es el juego del poder en esta Puebla endemoniada. Historias que vale la pena recordar.