Ahora que murió Henry Kissinger recordé una frase atribuida a él por el cineasta Oliver Stone en alusión al presidente Nixon: “Si alguien lo hubiera abrazado a los seis años de edad, y le hubiera dicho ‘te quiero, hijo’, su vida habría sido distinta”.
Hay muchos personajes metidos en la esfera pública que son candidatos idóneos a esa expresión.
Pienso, por ejemplo, en Samuel García, uno de los dos gobernadores de Nuevo León.
Un abrazo a tiempo hubiera salvado al estado norteño de la pena ajena que viven sus habitantes.
Otro personaje al que le hizo falta abrazo es a Gerardo Fernández Noroña, quien en sus transmisiones de YouTube suele regañar o ignorar –las dos cosas a veces– a su esposa Emma.
Los desplantes que tiene con ella solo se comparan con la dispersión de la que hace gala y con sus excesivos lugares comunes.
Quien lo critica es, inevitablemente, un “miserable”.
Y qué decir de personajes como Claudio X. González, Felipe (del Sagrado de Jesús) Calderón Hinojosa o Vicente Fox.
“Son unos miserables”, repite una y otra vez.
Su malhumor, por cierto, va al alza últimamente.
Y es que pensó que con su actitud entreguista a Claudia Sheinbaum bastaría para obtener la Secretaría de Gobernación en el siguiente sexenio.
La narrativa que bordó una vez que lo nombraron coordinador de voceros de la virtual candidata a la Presidencia fue genial pero esquizofrénica.
Primero estaba más inflamado que un guajolote en la víspera del Día de Acción de Gracias.
Luego susurró que Claudia le tenía reservada una sorpresa brutal.
Días después reveló —entre regaños a Emma, su mujer— que la “sorpresa brutal” era una: que repetiría como diputado federal.
¡Pluajjj!
Para su mala suerte, en esa misma semana le dieron el cargo de “coordinadora de los voceros” a la inteligente y prudente Tatiana Clouthier.
En suma: Noroña terminó como matraquero y monito de aparador.
Eso sí: sigue siendo un asiduo asistente a los actos de Claudia Sheinbaum.
Su labor es elogiarla en sus gastados y repetitivos discursos, llamar “miserables” a los citados líneas atrás y aplaudir al “compañero presidente”.
Noroña es como esos malos grupos “abridores” que tocan antes de Peso Pluma, por ejemplo.
Lo peor es que ya se ve cansado.
Y deprimido.
Si lo hubiesen abrazado a los seis años, ufff, otra historia presumiría.
¿A cuántos personajes les queda como camisa de cuello Mao la frase de Kissinger?
A decenas de miles.
Sobra decir que dicha frase la escupió nuestro personaje –muerto a los cien años de edad– justo en el momento en que Nixon renunciaba a la Presidencia del país más poderoso del mundo.
El peor momento en la vida del jefe fue un momento gracioso y sarcástico en la vida del subordinado.
La risa a costillas del que sufre y se convierte en paria.
Así funciona la lealtad en la política.
Así se burlaron de Samuel García –y se siguen burlando– sus miles de subordinados.
Pero ese será tema brutal de otra columna.